Omnipotencia
La vida nos lleva a todos por el camino de aceptar que no somos omnipotentes. A veces con sacudones y terremotos muy fuertes, otras con pequeños temblores que nos ayudan a reconocer el escaso control que tenemos de nuestra vida y sus circunstancias, y de la de nuestros seres queridos. Cuando esto ocurre nos asustamos, nos enojamos, o nos duele. A veces sentimos una de las tres cosas, otras las tres juntas y otras se van intercalando y turnando adentro nuestro. Con un poco de suerte cuando fuimos chicos tuvimos esa ilusión de omnipotencia, primero fue confianza en el poder de nuestros padres: ellos nos iban a poder salvar y, o, resolver todos nuestros problemas. En la adolescencia pasó a ser nuestra: a mi no me va a pasar, yo sé, yo puedo… con los riesgos que conlleva la omnipotencia durante esa etapa de la vida.
De todos modos si al llegar a la adultez no conserváramos cierta gran dosis de omnipotencia, difícilmente nos casaríamos o tendríamos hijos, porque son tantas las cosas que pueden no salir bien…
El pensamiento omnipotente dice "las cosas buenas que me pasan son gracias a mí y a mi accionar" pero esa idea tiene una contratara muy dolorosa: "las cosas malas que me pasan son por culpa mía". Y en la realidad ninguna de las dos premisas es verdadera. A menudo tenemos la suerte de que las cosas resulten como nos gustaría pero otras veces no es así. Con el tiempo y los contratiempos vamos descubriendo que tenemos escaso control sobre las circunstancias de nuestra vida y de la de nuestros hijos y ¡es muy doloroso ese descubrimiento!
Esa ilusión de omnipotencia solemos no perderla de a poco, sino que se derrumba de golpe, en el momentos menos pensado, ante algún hecho inesperado. Y a partir de ahí pasamos de un extremo al otro: a creer que no tenemos control de ningún tipo y que todo lo peor nos puede ocurrir tanto a nosotros como a nuestros hijos. Y nos aterra la idea de que todo pueda caerse y que no podamos controlar nada: desde algo muy chiquito como el berrinche de un hijo, o que no lo inviten a un cumple, hasta una enfermedad grave.
Por suerte con el tiempo vamos recuperando cierta sensación -ya no ilusión- de potencia que es más útil en la vida que la omnipotencia. No todo lo peor me va a pasar, ni puedo resolver o resolverles todas las dificultades a mis hijos, pero sí unas cuantas. Además si hubiera algo que aprender de lo ocurrido lo aprendo y paso entonces a cuidarme y a cuidarlos mejor.
Pero a veces sólo se trata de aceptar con dolor que no tenemos la varita mágica ni el control de todo, que muchos temas escapan a nuestro accionar y que los resultados no siempre son los que esperábamos.
"Si yo hubiera" es el resto que nos queda dentro de la cabeza de aquella ilusión de omnipotencia que nos cuesta tanto soltar. Es sencillo ser vidente con el diario de mañana, lo complicado es tomar la decisión acertada antes (incluso probablemente no hubiera una decisión mejor). Infinitas veces tomamos decisiones que resultan acertadas y nos parece obvio y natural que así sea, cuando la realidad es que estamos más cerca de ser como las plumas que lleva y trae el viento, ¡y creemos que sabemos volar!
Aprendamos a tolerar el escaso control que tenemos sobre nuestras vidas, cuidemos lo que podemos cuidar y aceptemos aquello que se nos escapa. De la mano de este doloroso aprendizaje vamos a sentir menos sentimiento de culpa porque al abandonar el pensamiento omnipotente, con él parte el de culpa, cuando descubrimos con dolor que lo que ocurre pocas veces es gracias a nosotros o culpa nuestra.
1Efemérides del 30 de diciembre: ¿qué pasó un día como hoy?
2La galletita artesanal con caramelo y aroma a canela que le permitió emprender en el país: “En toda casa holandesa hay un paquete”
3Escapada de verano: tres playas en las que te podés meter al agua y están a una hora de Buenos Aires
4La muerte de Brigitte Bardot: cómo es La Madrague, el paraíso a orillas del Mediterráneo que la estrella convirtió en su refugio






