
Por el poder de Copperfield
Gracias al éxito increíble de David Copperfield, nuestro próximo visitante, la magia recuperó su lugar en el mundo. Aquí el ramo tiene artistas talentosos, capaces de lograr los mismos milagros y las mismas desapariciones misteriosas. Claro: parece que se trata de trucos carísimos.
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S on capaces de hacer zozobrar la lógica más adulta empuñando apenas un mazo de naipes. Su arte es convencer al resto del mundo de que pueden traspasar la Muralla China sin que se les mueva un pelo. Transforman a mujeres hermosas en tigres, vuelan por el aire aferrados a una pelota y se arrancan los ojos sin soltar ni un gritito. Alarman, atemorizan, sorprenden, intrigan. Y, para explicar el prodigio, dicen Es magia , con gesto serio.
Por estos años la magia y los magos salen de su reclusión en fiestas infantiles, casamientos y cumpleaños de quince, para meterse en corazones adultos. Si bien en Estados Unidos esto no es un fenómeno nuevo, la presencia mediática de David Copperfield terminó de darle un cariz masivo a este arte que consiste en demostrar que de una galera pueden salir, sí señor, cuarenta palomas y un conejo mimoso. La magia, creáse o no, es el tercer hobby en importancia en el mundo, después de la filatelia y la pesca, y los magos del estilo de David Copperfield figuran entre los artistas de mayor recaudación de taquilla, junto a los Beatles y Michael Jackson.
En la Argentina, el fenómeno prendió un par de años atrás y ahora hay varias escuelas de magia a las que acuden médicos, ingenieros y abogados buscando sacudirse el stress a punta de trucos. Algunos aficionados famosos son Mario Socolinsky, el padre Quevedo, el fiscal de la Nación Norberto Quantín, Hugo Puígari (dueño de la Fármaco Argentina) y Pipo Mancera. Y en el mundo entero los nombres son impactantes: Raquel Welch, Telly Savalas, Anthony Quinn, Cassius Clay, Eisenhower.
La Entidad Mágica Argentina y el Centro Mágico Platense son las instituciones nacionales que agrupan a magos de más prestigio.
El Centro Mágico Platense es la elite, la crème de la crème: quince magos -lo mejor de cada casa- que se reúnen con unción religiosa cada miércoles desde las seis de la tarde y hasta el amanecer para hablar de noticias, chismes y trucos de la profesión. Carlos Greco y Michele forman parte -con Emanuel, Marduk, Willy Tidona, Raley y otros- del grupo platense.
-Copperfield desmitificó eso que la gente expresaba: "Uy, qué rapido de manos" -dice Greco-. Cuando lo ven a Copperfield no dicen eso. La gente piensa que la magia se produce en las manos y no es así. La magia se produce en la mente. A cada uno un truco lo afecta distinto.
Michel tiene 39 años, cejas finas, sonrisa de demonio bueno y es contador público. Despliega un libro que se incendia en sus manos, reproduce pelotitas de gomaespuma en ademanes elegantes. En Iguazú, él y Carlos Greco cortaron al medio a Graciela Borges, sin previo aviso.
-Lo que intento engañar es la mente y seducir el espíritu. Porque yo puedo engañar muy hábilmente, y la gente dice: "Bueno, de alguna manera lo hará". Y no logro lo que yo quiero, que es que el tipo se involucre y no me vea como el enemigo que lo va a jorobar con un truco, sino que comparta el misterio. Por eso el talento del mago es lo que importa. No es nada más que ir a una casa de magia a comprar trucos.
La magia, insisten, embruja por igual a chinos, italianos y brasileños. Es un misterio sin nombre, sin tiempo, sin idioma, que a ellos los atrapó por completo y los transformó en obsesivos de una religión sin dioses.
-Pensamos las 24 horas en magia. Nuestras mujeres ya están acostumbradas y no cuentan los secretos. Lo raro es que cuando a la gente le decís que sos mago, te preguntan: "Sí, bueno, pero ¿de qué trabajás?"
T odos comenzaron de la misma manera: una caja de magia allá en la infancia que desató la chispa de la vocación. Las manos mágicas en la tele los convencieron de que el resto era talento propio. Y cada Navidad, cada Día del Niño, cada cumpleaños, se transformó en una oportunidad de seguir aumentando el tesoro oculto: su formidable colección de truquitos. Dicen que después viene el fanatismo. Los inventos made in casa : quince maneras distintas y elegantes para despedazar personas, dieciocho técnicas para volar, cuarenta y cinco para levitar. Mil trucos con naipes que no podrían descubrirse ni siquiera grabándolos en video y pasándolos cuadro por cuadro.
Nunca sabremos cómo los hacen. Hablar con magos es aceptar que digan cosas del tipo: "Volar alrededor del Obelisco puede salir 125.000 dólares" o "Sobrevolar el público cuesta 200.000 y no se puede hacer en cualquier sitio", o "Cuando a Copperfield lo traspasa de lado a lado su asistente... bueno... eso se puede hacer por 7000". Pero jamás darán explicaciones. Todos comparten un nombre de fantasía misterioso, una estética de cantantes pasados de moda, una nitidez de movimientos envidiable.
Lo que queda claro es que cualquiera de los magos argentinos puede realizar este y otro tipo de ilusiones contando con el equipo necesario. De hecho, hay uno que las hace. Una especie de talento nacional en grandes ilusiones. El Copperfield argentino, el hombre que alguna vez dijo que su sueño era hacer desaparecer el Obelisco, es Emanuel, hijo de la actriz Dora Baret. Emanuel es caro. Muy caro. Forma parte del Círculo Mágico Platense, pero no de esta nota. Escena uno. Telón arriba. Teléfono. Allá: Emanuel. Acá: esta periodista.
-Estoy haciendo una nota sobre magos argentinos y me gustaría entrevistarte.
-Notas conjuntas yo no hago. No son gente del mismo nombre. Pensé que te ibas a dar cuenta.
-¿De qué me tengo que dar cuenta?
-Es una cuestión de cartel.
-Pero hay magos del Centro Platense, al que vos pertenecés...
-Mirá, si me llaman para ir a un programa al que van hijos de famosos yo pregunto quién va. Si van Pirulito y Pirulita, pero no va el hijo de Lolita Torres, por ejemplo, yo no voy. Me entendés.
-Trato.
-Por eso, si es una nota a mí solo, no tengo problema. Esta gente que vos mencionás no hace lo que yo hago. Además, vas a poner gente que no es del centro. Entonces no.
Y desaparece. Sin arte y sin magia.
N o hay gravedad, ni peso específico, ni ley de atracción de cuerpos, ni relación peso-volumen que se resista a un buen toque de varita.
-Para hacer cada efecto, cada juego, hay varias técnicas posibles, y cuando las conocés es como un abecedario: aunque veas una palabra que no conozcas, la podés leer -dice Hugo Daniel, mago y antes fotógrafo- . Un mago tiene que saber de física, química, matemática, lógica.
Es el mago argentino más prestigioso que pisa las arenas de Punta del Este en temporada. Trabajó haciendo presentación de productos de Coca-Cola, Mercedes Benz, Xerox, Visa, IBM, Telefónica de Argentina y asegura que aun en los juegos aparentemente riesgosos, el riesgo del mago es nulo.
-Lo más dificultoso es el escapismo, y te diría que es el único juego donde corrés riesgo. Claro que siempre hay trampa.
Kartis es uno de los magos más antiguos del país, profesor y miembro de la Entidad Mágica Argentina. Despliega su juego favorito -tres monedas que atraviesan la mesa de madera- con movimientos de manos amplias como paletas y hábiles como bisturíes precisos.
-La magia es hacer el movimiento justo en el momento justo -reflexiona, enigmático- . Yo desvío la atención de quien me mira. La magia es manejar la atención.
Hace años comenzó a trabajar para el Centro Argentino de Investigación y Refutación de las Pseudociencias (Cairp). Participa en el desenmascaramiento de señoras y señores que se hacen pasar por apoderados de los dioses. Un par de años atrás, participó como perito en un juicio oral a una gitana acusada de birlarle 20 mil dólares a una clienta.
-Le había hecho llevar a una mujer una cantidad de dinero. Lo envolvió en un trapo, lo cambió por otro atado y dijo que había que quemar el dinero porque estaba maldito. Pero lo que quemó fue el paquete falso y se quedó con los 20 mil dólares. Cuando demostré el truco en el juzgado, me aplaudieron. Le dieron dos años de prisión.
A demás del nombre de Copperfield, en el mundo de los magos se mencionan otros maestros de la magia: Siegfried & Roy y su espectáculo con tigres albinos en Las Vegas; Lans Burton, Karina, la muchacha que vuela aferrada a una pelota que flota. Y todos los magos argentinos le deben su vocación al rey de los magos, que era inglés, pero murió en Bernal. Se llamaba Fu Man Chu y llenaba los teatros Nacional y Avenida de Buenos Aires con un cuerpo de baile y trucos que embrujaron a generaciones. Había nacido en 1904 en Derby. Su nombre era David Tobías Bamberg y era el séptimo descendiente de una generación de magos. Fu, como lo llaman los magos locales, murió en 1974 después de pasar su arte a unos cuantos. Pero a comienzos de siglo la magia tuvo un empujón gracias a las artes riesgosas del señor Henri Houdini, su famoso triple escape ya , ante todo, su gran capacidad para publicitarlo.
Pero el hombre que se escapaba de cualquier sitio tenía un pequeño número que consistía en dejarse golpear en el estómago por el público. En una de sus presentaciones, un estudiante de Medicina se metió en el camarín, lo golpeó sin darle tiempo a prepararse y le pulverizó una víscera. La versión oficial es que murió de peritonitis días después, la Noche de Brujas de 1929. Los magos del mundo dicen que fue su último gran golpe publicitario.
Marduk, un hombre altísimo de barba entrecana, tiene un negocio de venta de artículos para magia. Dice que los cachets van desde los 300 pesos para la animación de una fiesta casera hasta los 20 mil dólares que puede costar hacer aparecer un auto en la pista de baile.
-Para esas cosas estás mucho tiempo -explica Marduk-. Yo estuve trabajando un año para hacer magia con aspiradoras, multiprocesadoras y lavarropas de BGH. Los costos son más altos, porque hay que construir cosas.
Una punta de la sábana se ha levantado. O sea que para hacer desaparecer un auto o una persona se necesita ¡un aparato! ¡O sea que la magia no existe! -A todos los magos nos ha pasado que alguien nos descubra un truco en público -dice Marduk.
-¿A vos te pasó?
-Sí.
-¿Y qué truco te descubrieron?
-Ah, no, eso no te lo voy a decir. Ni que me maten.
S i la magia no existe, lo que sí existe es esta especie de pacto universal para no develar secretos. Hace algunos años, en Estados Unidos, un mago encapuchado mostró cómo se hacían algunos trucos en un video llamado The Magic Mistery que fue emitido por la televisión abierta.
Los magos de Estados Unidos reunidos en The Magic Castle rastrearon como sabuesos al encapuchado, lo descubrieron y lo expulsaron hasta de su medicina prepaga.
-Los trucos son comprados -dice Marduk-. Pero es una mezcla de plata y talento. Copperfield compra los trucos, pero para volar estuvo practicando los movimientos meses enteros en una pileta de natación. Hay otros magos que vuelan y no crean la misma ilusión que él.
La magia es un arte previsible. Un truco se practica durante meses antes de ponerlo en práctica, pero así y todo a veces falla. Si la chica no aparece o el anillo no está en el lugar que se supone hay que apelar a la improvisación y simular que todo está en orden.
-La ventaja es que la gente no sabe dónde termina el truco -dice Raley, mago de Quilmes-. Si destapás y la chica está ahí, la gente piensa: "Bueno, será para mostrar algo de la chica". Salís del paso y por lo general la gente ni se da cuenta de que fallaste.
Para Raley todo empezó a los ocho años. En la casa de un amigo descubrió un mueble repleto de juegos de magia. El padre de su amigo -odontólogo y mago aficionado- resultó ser el dueño de los juegos y primer profesor improvisado.
-Me quiso enseñar y yo en la mitad del truco le dije: "Ah, ya sé, es así y asá". El tipo me dijo: "¿Así que sabés? Entonces arreglate solo". Y no me habló por tres meses. La magia era una cosa muy cerrada. No era para enseñar así nomás. La magia busca moverles las estanterías a los adultos, porque para un chico es normal: Desapareció, no está más .
U n mago utiliza las mismas tácticas que los tramposos para hacer una rutina con naipes, por eso muchos trabajan asesorando a croupiers en los casinos.
En 1994, un argentino de 24 años, Adrián Guerra, se alzó con el título de Campeón Mundial de Magia con Naipes en el mundial de Japón. Se transformó en el primer mago argentino en ganarlo y este año participará en el de Dresden (el mundial se hace cada tres años) como conferencista. Tiene una escuela, un espec-táculo propio, trabaja para empresas y es dueño del primer bar mágico de América del Sur. Puede exigir un buen cachet. Sus trucos tienen el estilo grandilocuente de los grandes magos internacionales, al punto de que muchos son una copia de los sistemas que utiliza Copperfield.
-Hice aparecer unos coches Mazda y dos Pathfinder nuevas de Nissan. En otra ilusión desaparezco con moto y todo y aparezco atrás del salón. Para un show llevo las cosas en dos camiones, porque son dos motores simultáneos, cadenas que levantan toda una jaula de setecientos kilos, una parrilla.
A Guerra cada ilusión le cuesta diez mil dólares. Para recuperar la inversión es necesario mantener el secreto bajo siete candados.
-¿A vos te parece que si la gente descubre cómo flota la cucharita va a pagar una entrada para ver cómo flota la cucharita? La gente, además, se decepciona. Siempre se imagina los trucos mucho más complicados de lo que son.
-¿Podés hacer desaparecer el Obelisco?
-Sí, pero no es tan fácil, primero porque está rodeado de edificios, después porque habría que hacer un apagón total de la ciudad. Y tiene que venir acompañado para recuperar la inversión de algún show en teatro.
Conclusión: el Obelisco está allí sólo porque nuestros magos criollos no consiguen reunir el dinero para hacerlo desaparecer. La presencia del Obelisco se transforma, entonces, en una cuestión de sponsors.
W illy Tidona también forma parte del Centro Mágico Platense. En una casa de Quilmes convive con su esposa, sus padres, un gallo, unas palomas, un perro que cada tanto corta al medio y varios aparatos para descuartizar personas. Es doble campeón argentino de grandes ilusiones y participa en el largometraje de Adrián Suar, Comodines , haciendo desaparecer el gallo.
-Todos los trucos que se hagan con una persona, un objeto equivalente al tamaño de una persona o mayor se llaman grandes ilusiones.
Muestra fotos: una pobre mujer levitando sostenida por una espada. La misma desdichada con una caja en la cabeza. Detalle en primer plano: la caja está atravesada por cuchillos de carni- cero y la cabeza no se ve.
-No se corre ningún riesgo. Por lo general se hace con asistente, porque ya sabe la coreografía. Algunos se hacen con gente del público. Pero para otras cosas se necesita una persona con preparación física especial.
De Copperfield a esta parte los magos han cambido la estética. Si antes se rodeaban de ambientes tétricos, galeras y capas, ahora usan ropa cara y bailan acompañados por un racimo de chicas jugosas dispuestas a ser atravesadas por un taladro para hacer las delicias del público.
Todos insisten en que no se corren riesgos, pero la magia no es ni fue ciento por ciento segura. A principios de siglo, varias sierras se desprendieron de su eje y rodaron hacia el público. Más cercanos en el tiempo, un mago de Las Vegas llamado Jonathan Pendragon hundió accidentalmente la pierna dentro de la jaula de un tigre, el animal se enfureció y lo desgarró. Para zafar la pierna metió el brazo y el tigre le descosió la piel de principio a fin. Pero el número de magia que más víctimas ha causado es un clásico que se sigue presentando: se trata de parar una bala con los dientes. Por lo menos media docena de magos murieron ya atravesados por una bala que pretendía ser divertimiento y que terminó pulverizándoles nada mágicamente la materia encefálica.
Merpin es un mago que arriesga sin arriesgar. El tiene lo que muchos magos sueñan: un espectáculo de magia en Liberarte desde enero de 1995. Su personaje es la antítesis del mago, un hombre con el frac roto por la decadencia, la sonrisa torcida por cierta maldad. Durante el show se atraviesa el brazo con un cuchillo, se arranca el ojo con un taladro, traga una tras otra varias hojitas de afeitar y salpica con hectolitros de sangre.
-Si al público además de divertirlo y sorprenderlo le das un poquito de impresión o de asco, el espectro que le mostrás como artista es más grande. Si no, la gente dice que cuando vio a un mago vio a todos. Muchos colegas tienen el conejo y la paloma metidos en el cerebro. La magia tiene esa cosa medio kitsch. Pañuelos con dragones, flores de plástico. Incluso tiene cierta mariconería: la sonrisa estirada, el movimiento de las manos, el frac, las puntillitas. Pero yo descubrí que en cuestiones de efectos es muy bueno conectar con la psiquis del público. Por ejemplo, lo de tragarme las Gilletes. Eso impresiona muchísimo más que si me clavo un cuchillo enorme en el brazo.
A pesar de que Merpin se cortó una vez el dedo, asegura que no hay riesgo. Que toda la sangre derramada es de la mejor calidad ficticia.
-Cuando uno aprende magia se produce un desencantamiento al conocer el secreto, que es como enterarse de que los Reyes Magos son los padres -dice Hugo Daniel-. Y entonces te aburre. Pero al que va a ser verdadero mago se le despierta el bichito de disfrutar del engaño que le imponés a la otra persona. Doblegarlos y hacerles poner cara de tontos. La magia es sumar dos más dos. Es muy sencillo, pero la gente se imagina que es complicadísimo. Si yo hiciese la mitad de lo que se imagina la gente que hago, sería mago de verdad. Disfrutan regalando paquetes de incógnitas, extracto puro de la planta del misterio. Herméticos en su Olimpo de galera y varita, jamás contarán cómo lo hacen. Ellos lo saben y es suficiente. Ya han pagado, para ser magos, el precio de la desilusión.
Cómo será el show de David
Escribe: Marcelo Stiletano
M
IAMI.- David Copperfield llegó a ser el mago más famoso del mundo. Pero también es un elegido, uno de los pocos privilegiados que en este mundo puede hacer un milagro.
En el atardecer de un viernes, en el interior del teatro ubicado en el corazón del distrito Art Deco de Miami Beach que lleva el nombre de uno de los más grandes comediantes norteamericanos (Gleason), Copperfield consigue que una multitud vuelva a tener alma de niño.
Porque después de casi dos horas de show (un show, Sueños y pesadillas , que está a punto de llegar a la Argentina), este hombre de mirada irresistible, capaz de jugar tanto al ángel como al diablo con la misma facilidad, deja con la boca abierta a varios miles de espectadores que dejan cualquier rastro de escepticismo junto a las butacas de una sala llena.
Y esto pasa aunque los chicos sean inmensa minoría en la platea, donde abundan las parejas de treinta para arriba o las señoras que eligieron sus mejores vestidos, adornos y perfumes, y donde la sonrisa pasteurizada de esa Barbie eterna llamada Ivana Trump se cruza con algún despistado que llega apurado hasta su ubicación vestido de smoking y corbata de moño.
Allí llega Copperfield, siempre vestido con sus colores predilectos (el blanco de su camisa, el negro de sus jeans y de su campera de cuero) para despedir a un niño con un atuendo exactamente igual que se había pasado un largo rato mirando al cielo e iniciar su recorrido por el mundo de lo imposible.
Su primera aparición es la primera sorpresa de la noche, al salir a escena dentro de un ascensor que una décima de segundo antes estaba vacío.
Después llegarán, como si fueran estaciones de un viaje cada vez más profundo hacia el asombro, los trucos y las ilusiones de un show que es, a la vez, un recorrido por la historia de la magia y de la prestidigitación.
Con esa seductora y diabólica mirada que tan bien sabe explotar, Copperfield pasa por varias pruebas, y de todas ellas sale airoso. Primero queda atrapado en una caja metálica y su cuerpo es cortado en dos por una rueda filosa que gira como un abrelatas.
Después practica un ejercicio de levitación con dos sorprendidos espectadores, vuelve a cortar en dos su cuerpo -esta vez para jugar con los movimientos del tronco separado de las piernas- o desaparece junto a una de sus bellas asistentes en medio del escenario para reaparecer un instante después, para sorpresa de todos, en el medio de la platea y entre la gente.
La última de estas proezas es la más esperada por todos: es el famoso vuelo del mago, de un extremo a otro del escenario, primero solo y luego junto a una espectadora elegida siempre al azar.
Entre una ilusión y otra de esta serie, que podríamos llamar -por decirlo de algún modo- de vanguardia, Copperfield explota su otro lado, el más tierno, angelical y amistoso. Así exhibe imágenes de su niñez en una pantalla de video, se mezcla entre el público para buscar voluntarios que lo ayuden a concretar pases tradicionales con cartas o la unión de dos anillos, y gasta bromas a costa de la gente con la soltura y la reacción rápida y chispeante del comediante más avezado.
Con esa imagen familiar (en la que no faltan filmaciones caseras junto a sus seres queridos, sobre todo en compañía de ese abuelo entrañable que lo introdujo en el mundo de la magia y al que le dedica, como tributo, uno de sus juegos), el mago no toma distancias forzadas frente a la gente.
No quiere ser un divo y tampoco adoptar poses artificiosas. Cuando más lejos parece instalarse del común de los mortales por su habilidad para escaparse, desaparecer, cortarse en dos o volar, enseguida baja a la realidad y vuelve a recurrir al público como ariete para concretar sus ilusiones.
El espectáculo, entonces, está tanto sobre el escenario como en la platea. Y así lo certifican algunas de las conversaciones del público, que fueron cambiando a lo largo del show de la misma forma en que creció el asombro ante las proezas de la estrella de la noche.
Al principio, todo son explicaciones científicas sobre el secreto de cada uno de los trucos. No falta el que dice que es mago sólo porque fue capaz de conquistar a la esquiva Claudia Schiffer, su novia famosa y oficial con la cual -según confesará más tarde a este cronista- disfruta cosas tan pedestres como comer pochoclo y compartir una tarde de cine o una noche de televisión.
No son pocos los argumentos cargados de incredulidad. Si vuela es porque hay un hilo invisible que lo lleva por el aire de un lado al otro del escenario. Si puede mostrar que su cuerpo se corta en dos es porque hay un juego de espejos y de luces que consigue montar esa ilusión. Si desaparece en el escenario y de inmediato reaparece en el medio de la platea es porque en algún lugar el cuerpo del mago fue reemplazado hábilmente por una imagen.
Cada truco puede (y debe) tener su porqué, su explicación racional, su justificación y su fundamento, pero si ese misterio dejara de escamotearse la magia perdería su razón de ser.
Copperfield lo sabe muy bien, y a fuerza de seducción, muy buen humor, una admirable capacidad de llegar al público y su innato talento para la magia aplica el sortilegio. Entonces, la incredulidad queda suspendida, el asombro se apodera del espectador y los intentos por explicar lo inverosímil son cada vez más vanos.
Es el triunfo de la magia. Y no importa si el truco apunta hacia el siglo XXI (como el vuelo o el seccionamiento del cuerpo) o se remonta a los orígenes (como las simples y sorprendentes ilusiones que practica con un mazo de cartas común y corriente). Importa mucho más que la sorpresa se imponga al intento de explicación, que el gesto de admiración prevalezca sobre cualquier suspicacia o sospecha de que todo está preparado.
Por eso, mientras progresa el show, cada vez son menos los que se preguntan cómo hace Copperfield para convertir una hoja de papel en una rosa o para extraer copos de nieve de sus manos e inundar con ellos todo (sí, todo) el teatro.
En ese momento, en medio de esa lluvia blanca e inofensiva, el niño que había aparecido en el comienzo del show vuelve a escena.
No es el único. Todos, en ese momento, somos niños en estado puro, ese estado que se explica, por sobre todo, en una capacidad de asombro amplia e irreductible, y en una confianza casi infinita en que todo límite puede ser superado si la imaginación se lo propone.
En un momento del show, desde la pantalla instalada en el escenario, se muestra una sucesión de graciosas escenas de archivo, en blanco y negro, sobre los vanos intentos del hombre, a lo largo de la historia, por emular a Icaro.
Enseguida, David Copperfield sale a escena y comienza a elevarse. A dar vueltas en el aire. A volar. Y aunque seguramente habrá una explicación lógica para un truco que costó siete años elaborar, todo esto queda subordinado al hechizo que provoca este hecho maravilloso.
Porque mientras la magia viva, la posibilidad de hacer realidad los sueños siempre estará presente.
Y no habrá lugar para los desconfiados.
El Rey Mago
David Copperfield, nacido David Kotkin el 16 de septiembre de 1956, en Metuchen, Nueva Jersey, se presentó en público por primera vez a los 12 años y a los 16 ya daba clases de magia en la Universidad de Nueva York. El resto lo hizo sobre la base de charme , prensa, publicidad y mucho talento. En mayo, David Copperfield se presentará en la Argentina en el teatro Gran Rex -que aprovecha la ocasión para celebrar sus 60 años de existencia- con Sueños y pesadillas , el espectáculo con el que debutó en Broadway en noviembre. Cuarenta y cinco mil kilos de equipamiento, 42 personas, más un staff local contratado para la ocasión, sumarán un total de cien operarios.
Cada año, Copperfield vende un show especial para tevé a la CBS que la cadena paga veinte millones de dólares.
En 1982, hizo desaparecer un avión rodeado de un círculo de espectadores; en 1983, la Estatua de la Libertad se esfumó ante 50 millones de personas en todo el mundo que seguían el truco por televisión; levitó a través del Gran Cañón del Colorado; el Orient Express y sus 70 toneladas se esfumaron en el aire y después de siete años de trabajo su ilusión Vuelo deslumbra por la perfección de movimientos y la sensación real de que el hombre al fin ha vencido la tiranía de la gravedad. Las ilusiones de Copperfield, antes o después, hacen pensar que realmente está levitando, flotando y volando. Además de ser un experto en grandes ilusiones, Copperfield es un maestro en el close-up o magia de cerca, al punto que en 1993 rompió en pedazos una pieza de colección valuada en más de un millón de dólares: la tarjeta de beisbol Honus Wagner. Después, claro, la presentó ante su dueño absolutamente restaurada.
Ganó 20 premios Emy, fue nombrado dos veces como Entertainer del Año, es Caballero de las Artes y las Letras en Francia y estampó sus manos en el Paseo de la Fama en Hollywood Boulevard. Además ha formado un museo particular -Museo y Biblioteca Internacional de las Artes del Conjuro- en el que guarda la historia de la magia de todos los tiempos.
Pero, a pesar de la fama y la fortuna, él insiste en que su mejor proyecto es el Project Magic: un plan para la rehabilitación de pacientes discapacitados motores que utiliza la magia y se lleva adelante en 1000 hospitales y 30 países en todo el mundo.
Cosas de magos.
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