¿Querés ser Augusto Costhanzo?
Había estudiado dibujo humorístico y caricatura con los grandes –Jorge de los Ríos y Carlos Garaycochea– y venía puliendo "tres o cuatro estilos distintos" cuando, en 2001, lo paró en seco un director de arte de la Rolling Stone de España, quien al ver su carpeta lo apuró: "¿Quién eres de todos estos?". Esa pregunta se responde ahora en una muestra que se presentó en el marco del Festival Ciudad Emergente, el fin de semana último, y que se puede visitar hasta el 21 de octubre, en la Usina del Arte. La respuesta simplificada: él es Augusto Costhanzo, y el material exhibido corresponde a sus 30 años de carrera.
"Me siento orgulloso de seguir con un legado de dibujo argentino. Pero no te voy a negar que me da terror lo que viene, porque esta muestra es como un cierre", admite. Si uno esperaba encontrarse con el prototipo de artista enfurruñado en su atelier, con delantal manchado, mirada vidriosa y paredes tapizadas de creaciones truncas, entonces se equivocó de dibujante. Costhanzo trabaja en una pieza pequeña que le cedieron en una productora del Barrio River, tiene solo una computadora frente a él, muñequitos de superhéroes y un par de pósteres de su autoría: Freddie Mercury, Madonna, Messi y uno de los Stones. Si lo apuran con Spotify, mientras dibuja pone a los pianistas Bill Evans y Brad Mehldau, a Robert Glasper Experiment, a los hermanos Gallagher o a los roqueros orquestosos de Octafonic.
De estampa juvenil y antisolemne, dice que es tan ansioso que sus retratos comienzan a la mañana y terminan de noche. En 30 años de carrera (empezó a los 18), ha publicado en medios tan prestigiosos y variados como El País, Rolling Stone, Vanity Fair, The Guardian, The Wall Street Journal, Corriere della Sera, Libération, Olé y La Nacion. Y también para empresas como Nike, Motorola, Sony, Disney, ESPN, Umbro y Absolut. En la muestra se verá una parte retro, de prueba y error, que vendría a ser la etapa análoga en la que el ilustrador fue labrando su estilo. Y otras cuatro etiquetas temáticas: Cine, Deporte, Política y Música. Si algo caracteriza su trabajo es su particular mirada de la cultura pop. "Me gusta pensar que lo mejor está por venir, como Clint Eastwood, que empezó a hacer sus mejores películas a los 80 años", asegura.
Saliste al mercado laboral a fines de los 80. ¿Se puede decir que levantaste lo más luminoso de la cultura pop ochentosa, con sus grandes popstars (Madonna, Michael Jackson), en contraposición a cierta oscuridad que sobrevendría en la década siguiente?
Te diría que con el dibujo fue al revés. Quizá porque en los 80 mamé mucho la corriente europea, todo lo que traía la Fierro, la Humor misma, la MAD, con una veta oscura. En cambio, lo que llegó en los 90 como ilustración fue quizá más frívolo. Surgió el lounge, los ejecutivos que tomaban tragos después de la oficina y se relajaban. En algunos ámbitos había más dinero dando vueltas. La ilustración fue testigo de eso y también se relajó.
Hiciste retratos de casi todos los emblemas de la cultura pop de los últimos 30 años, desde músicos hasta deportistas, presidentes, actores y cineastas. ¿De algún dibujo te arrepentís?
Sin dudas mi peor dibujo lo hice para el número dos de la Rolling. Eran Robert Plant y Jimmy Page, horribles los dos (risas). Tardé varios números en lograr que me llamaran de nuevo. Quizá fue porque me quise meter con una técnica que no era la mía y a la que no estaba acostumbrado.
Los psicólogos suelen decir que los niños tienen una etapa en la que dibujan y que luego, atravesados por el sistema educativo, ese lenguaje es reemplazado por la escritura. Solo unos años más tarde algunos vuelven a las formas y colores en el papel. "Una vez alguien me dijo que los que superamos esa impasse, ese hueco en el medio, terminamos siendo dibujantes", afirma el ilustrador.
Hacia mediados de los 80, Costhanzo estudiaba con los grandes referentes del dibujo argentino y se había preparado con técnicas como acuarela, tintas, acrílico (sus padres lo querían universitario, pero tampoco insistieron tanto, tal vez porque ellos mismos conformaban una familia de artistas plásticos). Le gustaba el rock progresivo, lo que –según él– lo hacía "dibujar complicado". "Si iba escuchando música menos compleja, mi dibujo también se sintetizaba; eso sucedió más adelante", trata de explicar.
Mientras tanto, soñaba con trabajar en Humor, en un momento en que la historieta empezaba a perder lugar frente al relato escrito. En 1989 publicó por primera vez, en la revista 13/20, después se hizo lugar en Olé y el camino se le fue abriendo solito… Hasta que llegaron internet y sus demonios digitales. Y ya nada fue igual.
¿Qué cambió para vos con lo digital?
En cierto modo yo venía aprendiendo algo y las reglas se modificaron por completo. Lo primero es que dejaba de trabajar como mis maestros, a quienes, si no les gustaba un dibujo, lo rompían y arrancaban de nuevo. Lo digital venía a unificar y nivelar, para bien y para mal. La línea recta la hacíamos todos igual. El valor agregado de cada uno, y en eso me enfoqué, era poder contar una idea –una historia– distinta de los demás.
Un sapo gigante
Para Costhanzo, la cultura pop siempre ha sido un medio para lo que quería decir. "Me sirvió un montón para contar, porque es un lenguaje que entendemos todos", analiza. Por ejemplo, hace poco el diario El País de España le pidió que hiciera un retrato de Harvey Weinstein, el productor de Hollywood acusado de abusos sexuales. Y el dibujante desarrolló un concepto linkeado con La Guerra de las Galaxias.
¿Cómo asociaste a Weinstein con Star Wars?
Enseguida me vino a la cabeza el personaje de Jabba el Hutt, el sapo gigante de Star Wars (aparece en el comienzo de El regreso del Jedi, como bien saben los nerds). Jabba es muy desagradable y tiene encadenada a la princesa Leia. Me pareció una referencia posible para un retrato de Weinstein. Y así me pasó mil veces de cruzar ámbitos distintos, como cuando me pidieron un retrato de Maradona por los 30 años del gol a los ingleses. En ese caso se me ocurrió un pentagrama musical con un montón de jugadores apilados, como si fueran notas (todos persiguiendo al Diego). Fue uno de los trabajos que más repercusión tuvieron.
¿Cuándo sentís que un dibujo tuyo funciona?
Me siento satisfecho cuando se entiende el código que intento transmitir. Uno va creando un lenguaje y al unísono se va armando el diálogo con la gente. Ahí es cuando todo termina bien.
No te metés demasiado con retratos de política local. ¿Por qué?
Es cierto, no me quiero meter. Está muy picante el asunto... Prefiero dibujar sobre política internacional, hacer mi búsqueda por ahí. Cuando me piden una ilustración para El País, no me condicionan en nada: solo me tiran el nombre del personaje, lo googleo, miro las últimas noticias y dibujo. Hace poco había retratado al encargado de una organización que se ocupa de socorrer a los inmigrantes que cruzan el Mediterráneo. Ahí me llegaron muchos mensajes y entré en la grieta española (risas). También tuvo buena llegada uno que hice de Justin Trudeau, primer ministro de Canadá –muy enfrentado a Donald Trump–, haciendo el gesto de un corazón con las manos, que al mismo tiempo forman la hoja de arce de su bandera.
Cuando fuiste a renovar el carnet del auto y pasaste el test psicológico, ¿te hicieron dibujar al tipo debajo del paraguas? ¿Cómo te salió?
(Risas) Supongo que lo hice en mi estilo. Jamás podría hacer un palito, sería como mentir. No lo puedo evitar. Debe haber salido bien porque al carnet me lo dieron igual.