
Quién dijo que todo está perdido
Hubo un momento de divorcio total: los jóvenes no querían saber nada con cualquier cosa que se pareciera a la militancia. Hoy, la situación está comenzando a ser distinta.
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Más jóvenes de los que se cree tienen algún grado de participación política, pese al descrédito del activismo. Desde los centros de estudiantes de los colegios secundarios hasta las organizaciones civiles y ecologistas, los más chicos se atreven a discutir y a proponer cambios, demostrando que la política no tiene por qué ser siempre un monstruo corrupto.
Federico Simonetti tiene 18 años y milita en política desde los 13. El chico, hijo de un papá peronista y una mamá radical, participa en el centro de estudiantes del Colegio Nacional de Buenos Aires y en la agrupación Franja Morada. "La política es lo más importante que pasa en un país: todas las acciones de las personas tienen que ver con una postura política", define en el patio soleado del recreo. Federico tiene su perspectiva personal: "Hay una movida de gente en los últimos años que pretende imponer una onda apolítica, pero creo que eso es para inmovilizarnos y dejar las cosas como están".
Desde las aulas y junto con sus compañeros, el chico observa, como todos los argentinos, el estrepitoso derrumbe del debate ideológico contemporáneo. Pero, a diferencia de otros jóvenes, él piensa que "aunque haya mucha corrupción o muchos funcionarios corruptos, eso no es razón suficiente para apartarse de la política: hay que cambiar las cosas con un compromiso y desde adentro".
Hernán Reising, compañero de Federico, piensa de manera diametralmente opuesta: "Yo creo que la corrupción está instituida en todo lo que es política, por más que cambien las personas, el sistema tiene una inercia propia y la corrupción vive por sí misma". Futuro estudiante de Ciencias Exactas, el chico revolea sus grandes ojos celestes: "Yo no milito porque me fastidian los mecanismos mismos de la política. No hay forma política que no se pueda corromper". La discusión da rienda suelta a las palabras. Otros chicos se amontonan alrededor de las diferentes tendencias.
Para Federico, la solución es posible, aunque requiere mucho esfuerzo: "La fórmula -explica- es sumar gente, porque si uno se aparta nunca va a cambiar nada". Entonces suena el timbre y lentamente los chicos abandonan el patio y el solcito matinal.
Afuera, recostado sobre las escaleras de la entrada, está el presidente del centro de estudiantes, alumno del turno tarde, que ganó las últimas elecciones al frente de una agrupación independiente. Aunque su documento de identidad diga que él es Andrés Larroque, todos lo conocen como El Cuervo. El chico no desconoce el escepticismo ambiente y por eso subraya la necesidad de "tender al máximo de pureza" en la práctica militante.
El Cuervo no teme dar un panorama de la situación nacional: "Aunque el plan económico actual no nos afecta directamente a los estudiantes secundarios, tampoco estamos al margen. La crisis económica no nos da muchas oportunidades de crear, de expresarnos, de inventar algo nuevo. Eso se refleja en la participación estudiantil, que es muy restringida".
En el centro de estudiantes del Nacional de Buenos Aires participan entre 100 y 150 chicos que, semanalmente, se reúnen en asambleas de delegados y en comisiones de trabajo que llevan adelante actividades específicas: Recreación, Cultura, Prensa, Ecología, Derechos Humanos y Acción Social.
El centro de estudiantes organiza también jornadas de debate para la elaboración de proyectos alternativos a la política del rectorado. "En las jornadas de debate por el reglamento participaron 800 alumnos", explica Mariano López Seoane, de 6° año. Como resultado de estas jornadas, el centro de estudiantes pudo presentar un reglamento que actualmente se discute en el Consejo Asesor del Colegio, órgano consultivo del rector.
Entre los militantes del centro de estudiantes hay diferencias ideológicas, pero todos coinciden en la lucha contra la ley superior de educación y la defensa de la educación pública. Sin embargo, lejos de todo escepticismo, Andrés, El Cuervo, sostiene que esta situación es modificable: "No creo que las cosas cambien a través de un voto: creo que hay que modificar los valores morales de la gente y el nivel de solidaridad y empezar a pensar que, si el otro es diferente o tiene ideas diferentes, bueno, con ése hay que trabajar igual, tratando de salir adelante".
El timbre suena y marca el comienzo del turno tarde. Andrés se apronta para entrar a clase, pero antes agrega: "Hay que trabajar con el adversario, no poner el esfuerzo en derribarlo, porque el enemigo es el consumismo, el materialismo, la falta de solidaridad y el sálvese quien pueda. Y hay ambiciosos que en esta situación sólo quieren ganar un espacio de poder".
Cuando los estudiantes secundarios crecen, y la pasión política crece con ellos, se transforman en militantes universitarios. José Luis Barra tiene 23 años y es militante del centro de estudiantes de Comunicación Social de la UBA. "Antes, los militantes estaban más interesados en la política que en sus propios estudios y eran referentes poco creíbles para sus compañeros, pero en este momento de descreimiento, la mejor forma de hacer política es pasar el tiempo en las aulas, estudiando." José Luis milita en Franja Morada y está en tercer año de su carrera. Desde su lugar de activista, propulsó la encuesta académica en la que participaron los alumnos de la carrera: "Tratamos de dar a los estudiantes canales de expresión, para que opinen y participen en los problemas de su carrera. Esa debe ser la función del centro", opina el chico.
En otra facultad, Ana Marinelli transita teóricos y mesas de exámenes en una escenografía cubierta de afiches en los que se pueden leer consignas políticas, invitaciones a ciclos de cine-debate y anuncios de charlas. Estudiante de Letras de la UBA, 24 años, la chica no titubea al atacar: "Los militantes están al pie de sus mesas con volantes y periódicos, no van a clases y no saben nada de los problemas de los alumnos. Faltan libros en la Biblioteca, hay pocas opciones de horarios para algunas materias, faltan seminarios en algunas orientaciones. La gente del centro sólo piensa en la fotocopiadora y el bar", acusa. Es época de elecciones universitarias y los claustros se llenan de discusiones, mientras los volantes alfombran desparejamente los pasillos.
Andrés Petrilo, desde la presidencia de la Federación Universitaria de Buenos Aires (FUBA), arriesga una respuesta para este tipo de acusaciones: "Hay que volver a las actividades concretas, solidarias, que sumen. El militante que atiende en una mesa o detrás de una ventanilla desacredita la práctica de la política universitaria".
El presidente de la FUBA tiene 27 años y una larga trayectoria. "Ya en los dos primeros años del secundario, mi mamá tenía que ir al colegio día por medio, porque siempre estaban por expulsarme", relata.
¿Qué hace ahora Petrilo? "Con algunos estudiantes, muchos domingos de este año vamos a un asentamiento en La Matanza, donde estamos construyendo una escuela para dar alfabetización. Ahora estamos terminando de ponerle el techo", dice.
Con muchos años de radicalismo a cuestas, el presidente de la FUBA advierte: "Dentro de los partidos también hay que estar atento, porque los jóvenes no estamos sólo para pintar paredes o tocar el bombo. A mí me parece que la juventud está para otra cosa. Creo que reclama su lugar".
Germán Gómez y Adrián Zaniello fueron compañeros del colegio secundario. Hoy tienen 22 años. El primero estudia Derecho y el segundo, Ingeniería. Pero continúan siendo amigos, a pesar de sus diferencias.
¿Creen que la política puede generar cambios? "Sin duda -responde Germán-. Lo que pasa hoy es que la política está contaminada y, si la gente se queda en su casa sin participar, se regenera el mismo sistema y la situación no se resuelve." Hace tres años, y casi por casualidad, Germán encontró en la propuesta de Poder Ciudadano una atractiva forma de participación democrática informal. "En 1993, una amiga me invitó a un foro que organizaba Poder Ciudadano sobre la corrupción. Había diferentes comisiones en las que se planteaban problemas puntuales: cómo combatir la corrupción desde el sistema penal, desde los medios de comunicación, desde la vida cotidiana y desde otros sectores que no recuerdo", dice el futuro abogado. A partir de entonces, decidió quedarse.
"Yo participo participando, discutiendo con amigos, charlando en las clases, informándome -dice y se apura a definir con palabras una idea que no quiere perder-. No me interesa ninguna agrupación partidaria ni ningún centro de estudiantes. Allí hay roscas internas y transas que no me gustan para nada. Si queremos una democracia moderna, tenemos que aprender que la política no sólo se hace en la Casa Rosada o en el Congreso."
El amigo, Zaniello, confiesa que su pasión data de los 10 años, cuando le pidió a su papá que le explicara qué era la inflación. Después de la explicación, y de mucho leer, quedó seducido por las ideas desarrollistas. A los 18, comenzó a militar en el MID, pero lo mató la apática respuesta que recibía del partido.
Ya alejado de la fuerza que fundaron Frondizi y Frigerio, Zaniello explora vías alternativas. En sus ratos libres, se dedica a la militancia universitaria. "Yo creo que la gente le perdió el respeto a la política, porque las palabras de los dirigentes son hoy coima, transa, negociados, favores, clientelismo, promesas incumplidas. Esto aleja a cualquiera", resume el chico, que inventa nuevos rótulos para la vieja ceremonia de las elecciones estudiantiles.
"En Ingeniería, inventamos el Movimiento Organizado Contra Otros (MOCO). Aunque el nombre sea para divertirnos, tenemos objetivos muy serios", se justifica. Desilusionado de los partidos tradicionales, como su amigo, Adrián no se aleja de la línea de fuego. Desde su agrupación se impulsan consignas destinadas a atraer votos y arrancar sonrisas. "Pedimos, por ejemplo, que a las chicas se las apruebe directamente en Algebra I, una materia filtro. La necesidad de incrementar la población femenina es imperiosa", bromea.
Enseguida aclara que el MOCO pide que se mejore el servicio de la Biblioteca y el bar, que se abaraten las fotocopias y los apuntes, y que se aumenten los sueldos a los docentes. "Hemos perdido el capital más importante que teníamos, porque muchos docentes emigraron rumbo a trabajos mejor remunerados", explica el futuro ingeniero.
Las siglas HIJOS es casi una declaración de principios: Hijos por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio. La edad promedio de los integrantes de esta agrupación de derechos humanos es de 23 años. "Luchamos por recuperar la memoria de un pueblo que, en la década del setenta, salió a pelear por una sociedad más justa", dice Hugo, de 20 años.
Pablo (26) llegó hace un año y aún le impacta la sensación de familiaridad que experimenta. "Es muy loco. Cuando llegás a HIJOS y empezás a charlar, te entendés totalmente con los otros. Hay una hermandad especial", explica.
En todo el país, HIJOS tiene unos 700 militantes. "La diferencia con otras organizaciones juveniles es que la mayoría de nosotros tuvimos padres militantes, de los que estamos orgullosos", añade Hugo.
Una comisión de prensa se encarga de difundir actividades y hacer el periódico. "Cuando damos charlas en los colegios, nos damos cuenta de que la mayoría de los chicos tiene una noción muy vaga de la dictadura y del terrorismo. Lo ven sólo como algo bestial y sin explicación", reflexiona Pablo.
Ellos ven ante sí un futuro de lucha difícil. "Cuando ves pibes que aspiran pegamento, cuando trabajás un montón de horas para ganar dos mangos, si tenés laburo, cuando te para la policía un sábado a la noche... bueno, te enojás. Es un montón de injusticias. Yo creo que es necesario un país distinto de éste, y estoy seguro de que va a cambiar. La vida dirá dentro de cuánto", dice Hugo detrás de unos rulos abigarrados y una mirada tranquila. "Además -agrega, desafiante-, como decía el Che, ser joven y no ser rebelde es una contradicción."
La imagen de un gomón en el océano, tripulado por tres jóvenes e interponiéndose entre el arpón de un barco pesquero y el lomo de la ballena es, para los activistas de Greenpeace, la cúspide de una acción militante.
"Con estas acciones directas y no violentas -explica Leo (21)-, pretendemos dar nuestro testimonio." El chico confiesa que, a los 13, se acercó a la organización sólo porque le gustaban los animales, pero a medida que se fue enterando de "los desastres que el hombre le ocasiona a la naturaleza" fue intensificando su compromiso. Hoy coordina al conjunto de voluntarios verdes.
Marina (21) participa en Greenpeace desde hace tres años. "Nosotros trabajamos en tres etapas: la investigación, la denuncia y, si la denuncia no llega a los objetivos que buscamos, la acción no violenta." Pablo (29) cuenta que él estuvo en la acción directa sobre la embajada de China cuando se hacían pruebas nucleares allí. "Cerramos los dos portones y la puerta de la embajada con cadenas, y un voluntario se encadenó al portón para que no se pudiera abrir."
Los militantes de Greenpeace se esfuerzan en dejar en claro que son apartidistas. "A mí no me convencen los políticos; aunque si hubiera un partido ecologista coherente, quizá lo votaría", dice Pablo. Para Leo, en cambio, "acá sería gracioso un partido ecologista". Y Marina concuerda: "Los partidos tradicionales, en sus campañas, proponen parquizar o bajar el smog de la atmósfera.
Algunos candidatos hasta plantan cinco árboles, pero cuando llegan a la función pública se olvidan de todo..."
"Porque el eje de los problemas es la estupidez. Si en vez de vender todo descartable hubiera otra conciencia, las cosas cambiarían un poco", acusa Leo.
Indignados por las botellas de plástico que se tiran y tardan 500 años en desaparecer, esta clase de chicos apunta a objetivos específicos. Y dispara. Greenpeace se organiza alrededor de campañas como la del ozono, contra las fábricas de heladeras que no preservan debidamente la atmósfera. Otro frente de lucha es la oposición a la privatización de las centrales nucleares. La tercera campaña es la de tóxicos, que pugna por la eliminación de los incineradores.
Aunque hoy tengan actividades de responsabilidad, los tres entrevistados comenzaron con tareas simples. Leo empezó en la Biblioteca, ordenando el archivo periodístico. Marina comenzó pegando sobres para hacer un mailing. Pablo atendía el stand en la Feria del Libro.
"El militante de Greenpeace debe ser apto para toda tarea -trata de convencerse Leo-. Yo creo que todo el mundo sería ecologista si se enterase de un montón de cosas. Por ejemplo, de la corta duración del futuro, si el mundo sigue de esta manera."
Como siempre -pese a quienes creen en la indiferencia generalizada- son los más jóvenes los que están pensando en cómo alargar y mejorar ese futuro.
Los jóvenes de ayer
M iguel Angel Toma
Para el diputado Miguel Angel Toma, la vida política comenzó a los 15 años, en los años setenta, "cuando la militancia era una actividad natural". Por entonces, actuaba en las villas de San Miguel. "Buscábamos asociar la doctrina peronista con acciones concretas: instalar un centro de salud, construir una casa o pintar una escuela. El trabajo era ganarse la confianza para debatir política", rememora.
Toma alternaba todo esto con sus clases de latín, griego y teoría marxista. Estudiaba teología y filosofía en el Colegio Máximo de San Miguel, perteneciente a la orden jesuita. Hoy tiene 47 años y jura que "todavía siento la necesidad de brindarme a los otros".
Según él, fue el proceso militar de 1976 el que exterminó la idea de la participación. "Nosotros, los que hoy ejercemos la política y tenemos entre 35 y 50 años, somos sobrevivientes", opina.
¿Por qué ocurrió esa crisis? "Los chicos de hoy se criaron en un ambiente en el que la política tenía una visión negativa. Mis hijos vivieron la experiencia de la política como una situación terrible. En casa había normas como el no comentes, no hables. Para mi hija, siempre estaba el riesgo de que su papá fuera chupado", explica.
El diputado habla pausadamente y con voz clara. Mira por la amplia ventana del edificio anexo de la Cámara. "Hoy la tendencia son los términos del mercado. El éxito equivale a tener dinero. No hay práctica de la solidaridad ni un compromiso ideológico que justifique la vida, y también la muerte."
En este callejón, la salida es, para Toma, dar modelos. "El joven expresa los mejores valores del hombre que va a ser en el futuro. Pero necesita modelos, que debemos dar los adultos. Deberían tener en cuenta que los políticos somos personas como cualquiera. Yo trabajo casi 15 horas por día. Si no pago el alquiler, tengo problemas. Si choco el auto, me quiero matar, porque el chapista es carísimo." Sin embargo, a la hora de repensar su vocación, Toma subraya: "Tengo 32 años de militancia. Si no hago política, siento como si me cortaran las manos..."
F ederico Storani
"Yo vengo de una familia que siempre participó en política -dice el diputado radical Federico Storani-, pero lo que realmente me impulsó a la vida política fue el golpe de Estado contra el presidente Illia, el 28 de junio de 1966."
Storani tuvo una larga historia de dirigente juvenil. A los 18, fue secretario del centro de estudiantes de Derecho, en La Plata, y llegó hasta la presidencia de la Federación Universitaria Argentina (FUA). Hoy es el presidente del bloque de la UCR en la Cámara baja.
"En épocas de la dictadura militar, participar en política significaba arriesgar la vida. Sin embargo, había militancia. En épocas de menor presión, la militancia es menor. Pero éste es un péndulo que nunca vuelve al punto de partida. Siempre hay un avance", teoriza.
Además, arriesga un diagnóstico sobre la situación actual: "La crisis de credibilidad que sufre el sistema político se debe a dos razones. La primera es que este sistema aparece como deficiente para solucionar problemas sociales, que son agudos, como lo es en el dramático caso del desempleo. La segunda es la falta de confianza por la corrupción, la falta de conductas ejemplares".
El peor enemigo, según Storani, es la indiferencia. "Los políticos debemos brindar credibilidad trabajando, incorporando a la gente y guardando coherencia entre nuestras palabras y nuestros actos". Sobre los jóvenes, es optimista: "El individualismo está demostrando que no ofrece una forma más feliz de vivir. Hay un regreso a la solidaridad y se ve especialmente en la gente de menos edad".
A níbal Ibarra
Con una mamá peronista y un papá militante del partido febrerista del Paraguay, el pequeño Aníbal Ibarra (hoy, 37) se formó en un ambiente de alta densidad política.
"Ingresé en el Nacional de Buenos Aires en 1971, una época de gran ebullición", recuerda. Por esos años, los chicos opinaban acerca de todos los temas. "Me acuerdo de que participamos en una marcha de repudio al golpe de Estado de Chile. El centro de estudiantes se encargó de repartir en la manifestación una cinta con los colores de la bandera chilena y un crespón negro." En 1974, los adolescentes se plegaron a la toma de las universidades, contra la intervención del ministro Ivanisevich y el rector Ottalagano. "Fue la primera vez que pisé un calabozo", dice el dirigente frepasista.
¿Qué pasa hoy? "Yo veo a los jóvenes desencantados de la política, y con razón, porque después de las grandes ilusiones de la democracia vemos que desde el poder central emana la filosofía del consumismo, del individualismo y del sálvese quien pueda. Cuando los jóvenes ven que los políticos tienen todos sus problemas económicos resueltos, ven que algo está fallando.
Entonces, se refugian en la música o en otros lenguajes, buscando obtener satisfacción en ámbitos desvinculados de la política." Ibarra sigue ejerciendo la abogacía. Cuando extiende sobre la mesa sus planes para el futuro, comenta: "Mi idea es ser candidato a legislador para la ciudad, en el nuevo organismo que reemplazará al Concejo Deliberante. La política me atrapó cuando era chico, y ya no me imagino lejos de ella".
Gabriela Baby






