
Quien entiende a las mujeres
En principio, las mismas mujeres.Y Marta Merkin, evidentemente una de ellas, se arriesgó a más al bucear en un libro-que editó Sudamericana- en la pregunta siguiente: ¿Qué tienen las mujeres en la cabeza?
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Marta Merkin dice que no sabe qué tienen, específicamente, las mujeres en la cabeza; pero sí sabe que lo que tienen está organizado de manera distinta a los hombres. Y es esa organización la que establece las diferencias, que se convierten en experiencias en las que la mayoría femenina puede reconocerse y que la mayoría masculina puede reconocer. Los que siguen son fragmentos de cómo lo explica Merkin en su libro, con gracia y ternura.
Moños. ¿Qué tienen las mujeres en la cabeza? Esta frase, que a veces se dice como si fuera una pregunta y otras como una respuesta, es siempre una afirmación.
Yo se la escuché por primera vez a mi hermano hace más de 40 años. Fue un día en que gané, por cara o ceca, el derecho a elegir la película que veríamos ese sábado. Opté por Siete novias para siete hermanos, en lugar de Duelo al sol, que era la que hubiésemos visto si él acertaba el lado en que caería la moneda tirada con destreza por nuestro padre.
-¿Qué tienen las mujeres en la cabeza? -le preguntó mi hermano a mi papá, que nos estaba esperando a la salida del cine Gaumont.
-La verdad... no lo sé -contestó él, mientras me agarraba de la mano para cruzar la avenida Rivadavia.
-La rubia y la pelirroja tenían moños -dije yo, orgullosa de poder participar de esa conversación.
-¡No, tarúpida! -sentenció mi hermano-. ¿Qué tienen adentro de la cabeza? ¡Qué tenés vos que elegiste esta película y qué tiene mamá que me obligó a acompañarte!
-¡No le digas tarúpida! -ordenó papá, mientras me guiñaba un ojo, pero sin hacer ningún comentario sobre la resonante pregunta de mi hermano.
Ese día seguramente acuñé un recuerdo fundante para el resto de mi vida y supe para siempre que la mayoría de los hombres se pregunta con frecuencia qué tenemos nosotras en la cabeza. Y que aun aquellos que con un guiño quieren hacernos creer que no necesitan esa respuesta, coinciden con los demás en que algo anormal debemos tener entre los sesos.
Desde esa tarde hasta hoy miles de veces escuché esa pregunta en boca de diferentes hombres o en relatos de muchísimas mujeres que me contaron sus entredichos con los varones.
No es mi intención dar aquí ninguna respuesta al enigma, no por mezquina, sino porque comprendí, con los años, que cuando un hombre se hace esa pregunta es cuando, precisamente, ya tiene la respuesta. Ya tiene una decisión tomada.
Alejémonos por un tiempo, dirá si la relación lo permite. ¡Está despedida!, sentenciará si tiene el poder para hacerlo. ¿Por qué me llamás sólo cuando necesitás algo?, preguntará si es el padre, o ¿por qué me tocó justo a mí una madre así?, en el caso de que sea el hijo.
Hoy, más de 40 años después de haber escuchado a mi hermano hacer esa pregunta, podría volver a decir que tenemos moños. No sólo las rubias o las pelirrojas, sino todas las mujeres. Somos las que enlazamos recuerdos con fantasías, empaquetamos ilusiones para cumplirlas algún día, adornamos la realidad porque si no se nos hace insoportable, atamos con cintas nuestras ocupaciones para que no se superpongan unas con otras. Y, sobre todo, somos las que estamos siempre dispuestas a desatar el moño cada vez que alguien se acerca con la intención de tirar suavemente de una de sus puntas. Junto con los moños tenemos todo lo demás....
Culpas. "Todas las muje-res deberían tener una esposa", ironizó Susan Sontag, escritora y ensayista norteamericana. Esta frase, que nada tiene que ver con una elección sexual, sólo sintetiza lo que hacemos las esposas por los maridos y que nadie hace por nosotras.
No se trata de que ellos se ocupen de las tareas domésticas; muchos lo hacen, algunos mejor que nosotras. (...) Porque no se trata de eso. Aun aquellos que provocan la envidia de quienes no tenemos maridos así, no son esposas, son sólo hombres que se ocupan de la casa, pero eso no es todo en la tarea de ser la mujer de la casa. Sus cabezas -las de ellos- funcionan de forma diferente; cuando hacen una cosa hacen sólo eso, que no es poco, pero no están pensando al mismo tiempo en otra cosa, y si lo hacen, el otro pensamiento no los atormenta como a nosotras, no los hace sentir que, al hacer algo, están dejando de hacer todo lo demás.
Si él cocina y ella no come, él se enoja, se ofende. Entonces ella se siente culpable.
Si quien cocina es ella y él no come, ella creerá que la comida está asquerosa y también sentirá culpa.
Si él no encuentra sus llaves o sus anteojos, ella dejará lo que está haciendo y lo ayudará a buscar. Pensará que tal vez ella guardó lo que él busca y querrá remediarlo.
En el caso contrario, si es ella la que busca, tratará de disimular su pérdida, para no escuchar una vez más la sentencia. ¡Sos tan desordenada! Dejás todo en cualquier parte. Sea o no cierto, ella se culpará por no encontrar lo que busca, mientras él seguirá en lo suyo sin hacer el menor gesto de ayuda, aunque sepa que ella está muy apurada y la demora en la búsqueda de la llave la hará llegar tarde a una cita muy importante.
(...) Si una noche ella no quiere tener sexo y justo él se insinúa cariñoso, la esposa fingirá entusiasmo para que él no piense que ella es frígida. Si la situación es a la inversa, ella aceptará maternalmente su desgano y posiblemente comenzará a buscar señas que le confirmen que él tiene una amante.
Si ella tiene un amante, lo primero que hará es todo lo posible para que él no se entere. Y si el nuevo amor le gana al viejo, ella se separará, aun cuando el nuevo la deje una semana después de su decisión. En cambio, un hombre infiel, primero que nada hará todo lo posible para enterar a su esposa y luego pedirá comprensión.
(...) Los ejemplos son múltiples e infinitos, varían de acuerdo con cada esposa y con el pacto implícito que reglamenta cada relación. Lo que es común es la culpa que suele instalarse en la cabeza de las mujeres, sea cual fuere su edad, su trabajo o su deseo, su grado de sometimiento o de independencia.
Entonces, ¿no sería mejor que cada mujer se sienta como un marido sin culpa, en lugar de aspirar a tener una esposa como ella?
Pedidos -Decime que me querés.
-Te quiero.
-Decime que soy genial.
-Sos genial.
-No, mejor decime que no podés vivir sin mí.
-No puedo vivir sin vos.
-Decime que ésta es la relación más importante de tu vida.
-Es la relación más importante de mi vida.
-Decime que me extrañaste.
-Te extrañé.
-Decime que con ninguna la pasás tan bien como conmigo.
-Con ninguna la paso tan bien como con vos.
-Decime que me amás.
-Te amo.
-¿Por qué nunca me decís esas cosas sin que yo te lo pida?
-¿Por qué no me decís esas cosas sin...?
-¡No! ¡Esta es una pregunta!
-No entiendo.
-¿Vos qué sentís por mí?
-Muchas cosas.
-Muchas es lo mismo que ninguna. Ahora, qué sentís.
-Que me tenés harto.
-Por lo menos es algo.
-No dije algo, sino harto.
-Te escuché perfectamente.
-¿Y no te enojás?
-No. Harto es un sentimiento, lo que no soporto es serte indiferente.
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