“Quiero hacer una Estatua de la Libertad acostada y recubierta de hamburguesas”,
Siempre excéntrica y disruptiva, Marta Minujin es una de las artistas argentinas más reconocidas dentro y fuera del país. Actualmente, está haciendo unos collages que son transpsicodélicos. Son unos cuadros inmensos con telas pintadas. "Luego se les saca una foto, se cuelgan y proyectan. Así los cuadros parecen moverse y eso produce un efecto psicodélico". En este Cuestionario Sehinkman, Minujin habla de todo lo que le queda por hacer y también de amores y adicciones.
–¿Recordás cuándo te diste cuenta de que tenías talento para el arte?
–Fue a los 10 años. A esa edad me hice un autorretrato y supe que lo único que me interesaba era eso. Que iba a ser la única forma de expresarme y ser. Entonces, entré en el Bellas Artes y aprendí todas las disciplinas. Después abandoné la escuela y me fui a vivir a París. Y a partir de ahí, vivo el arte y el arte me protege, el arte me cura. Nunca voy a los médicos. Hace 35 años que no voy a un médico, desde que nació mi hija Gala. A veces produzco estragos en mi propio físico porque no voy al dentista. Me curo sola. Yo me receto algo y después se me pasa. Por eso te digo que el arte me cura todo, es una locura. Voy a cumplir 76 años y te juro que me siento igual que a los 25. Me muevo igual, hago todo igual. Es raro.
–¿Cómo surgió el nuevo proyecto de los collages transpsicodélicos?
–Tienen que ver con mis años de experimentación con el ácido lisérgico. Esa visión de hace 30 o 40 años vuelve. Tiene que ver con los restos que me quedaron de mi mentalidad hippie.
–¿Vos llegaste a participar de los grupos que dirigía el psicoanalista argentino Alberto Fontana, donde experimentaban con el uso de LSD?
–No, porque yo vivía en Nueva York y ahí era otra cosa. Era con Timothy Leary [N.de la R: psicólogo, escritor, conocido por sus experiencias con LSD] tomar ácido, vivir arriba de los árboles. Así estuve dos o tres años. Yo estaba muy entregada a eso. Después, vine a Buenos Aires. Lo del LSD fue a mis 25 años, pero queda en el fondo de tu memoria. Hoy tomar LSD sería horrible. Ahora que no hay un solo hippie para mirar, ahora que no hay nada, te morís, te podés llegar a suicidar, a matar.
–Esos compañeros de ruta ya no están...
–Estábamos con Jimi Hendrix y tantos otros, todos en el parque, todo era genial, pero después eso pasó porque muchos se murieron, otros quedaron ciegos por mirar el sol. Desapareció por completo. Entonces este collage transpsicodélico es nada más que un recuerdo que está en el fondo de mi propia imaginación. Si llego a tomar ácido ahora, creo que muero, no vuelvo más.
–¿Hay una edad para dejar de tomar sustancias?
–Creo que no hay una edad, pero hay ganas. Otras cosas que después me dejaron atrapadas y yo no podía parar. ¿Viste como le pasó a Charly García muchas veces? Uno toma esas cosas para ganar libertad porque te expande la conciencia, ves las cosas sin prejuicios, pero después te volvés esclavo de eso porque querés estar siempre en ese mundo. Y al volver, perdés la libertad. Yo me dije un día: "Para ganarme la libertad empecé a tomar, y para volverla a ganar tengo que dejar". Uno no puede quedar esclavo. Me pasó también con el alcohol. Después, dejé de golpe y hace 14 años que no tomo nada de nada de nada.
–¿Y pudiste hacerlo sola?
–Sí, lo hice sola. Fue fantástico. Un solo día fui a Alcohólicos Anónimos y vi a gente que estaba muy mal, entonces dije: "No tomo nunca más". Y así fue. Son períodos que no me arrepiento de haber vivido para nada, porque se me expandió la conciencia y la cabeza de una manera brutal, pero estoy mucho más feliz de haber dejado. Además, estaba esclava de la gente que me daba eso, no podía viajar porque tenía que estar llevando las sustancias todo el tiempo, todo así. Muy desagradable.
–Marta Minujin, artista experimental, vanguardista, tiene para sorpresa de muchos una vida afectiva tradicional: más de 50 años casada con el mismo señor.
–Y bueno, porque yo creo que el amor es infinito como el arte. El amor es una fuerza. Entonces, aunque yo sea diferente, viaje por el mundo y mi marido sea economista y nada que ver, hay amor. Hay gente que encuentra el amor a los 60 años, a los 70. Y otras que no lo encuentran nunca. Yo lo encontré a los 16.
–Este año reinauguraste Frozen Sex, una muestra que estaba prohibida en los 70, cuando el sexo no podía circular tan libremente en la conversación pública…
–Era mucho más interesante porque era prohibido.
–Hacia ahí voy. La prohibición puede ser un motor, como la prohibición de ciertas lecturas durante el gobierno militar fue lo que te impulsó a construir en 1983 El Partenón de libros. En cambio hoy cada uno lee lo que se le antoja, la represión sexual quedó muy acotada y hay un imperativo hedonista que nos impulsa a gozar. Si la prohibición es un motor más débil hoy, ¿qué temáticas te inspiran?
–Mi cabeza es una esponja psicodiferente que capta las ondas de los argentinos. Entonces, puedo hacer un arte público, altruista, obras gigantes como el Lobo Marino de Mar del Plata, la Torre de Babel de libros, todos esos mitos populares donde la gente participa. Lo que más me interesa ahora es el público, pero no el que sabe de arte, sino aquel que puede aprender a vivir en arte. Si vive en arte, se va a sentir mejor. Mi próximo proyecto es la Estatua de la Libertad acostada, recubierta de falsas hamburguesas –tipo el lobo, que eran falsos alfajores– y después la gente agarra la hamburguesa y va a McDonald's y la cambia por una verdadera. Ahora con Trump, que les cierra la puerta a los inmigrantes, la libertad tiene que estar acostada.
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