Recoleta: el sastre que aprendió el oficio en Italia y desde 1973 es un clásico
Sant'Angelo d'Alife, es un municipio situado en el territorio de la Provincia de Caserta a menos de 60 kilómetros de Nápoles. En este pequeño pueblo fue dónde Antonio Ferraro dio sus primeros pasos como sastre. Hoy, con sus casi 80 años y su pasión intacta, recuerda como si fuera ayer cuándo su maestro Simeone, le enseñó a tomar medidas, cortar los diferentes tipos de telas, hilvanar, utilizar el dedal y a coser. "Cada traje como cada cliente es único. Los realizo a medida y de manera totalmente artesanal", dice, Antonio desde su sastrería Fabio, un clásico de Recoleta.
Como la sastrería se llama Fabio, varios asumen que es su nombre y lo llaman así cuando entran. Él se ríe, hace más de 45 años que está en el barrio y ya se acostumbró. Los que lo conocen le dicen Antonio, su verdadero nombre, y sólo de vez en cuando, a sus nuevos clientes les explica que en realidad le puso así a la sastrería en honor a su primer hijo. Antonio es italiano, de hecho todavía no perdió el acento, y en más de una oportunidad entremezcla alguna que otra palabra tana. Siempre luce impecable: camisa, corbata que cambia de color y modelo según el día y su distintivo chaleco (que lo diseñó y cosió él). Es todo un gentleman, bien prolijo y nunca se le escapa ningún detalle. Para los diseños tiene la mirada entrenada: apenas ingresa un cliente ya sabe qué modelo y qué tela recomendarle dependiendo de su estatura y silueta.
Aprendió los gajes del oficio cuando tenía tan solo doce años en Italia. En este país todos los pueblos, por más pequeños que sean, tienen un sastre y él dio sus primeros pasos con Simeone, el mismo maestro de su padre Ángel. "Mi padre había regresado de la guerra y se puso a trabajar en una pequeña sastrería. Como yo no quería estudiar, él me dijo que aprendiera un oficio, el que más me gustara, y me entusiasmó aprender este arte", admite. Era muy joven y aún recuerda la primera lección que le dio su maestro: "No debes venir desprolijo a trabajar. Siempre ponte saco y corbata, a los clientes no les podemos dar la impresión de estar mal vestidos nosotros que realizamos trajes a medida". Desde entonces, Antonio siguió sus consejos.
El oficio del sastre es un proceso largo. Según explica se necesitan muchos años y práctica. "Tengo más de 60 años de experiencia y todavía me sigo perfeccionando. Siempre hay cosas que me sorprenden", reconoce. Y recuerda que cuando comenzó como aprendiz su maestro le ató el dedo donde va el dedal, por seis meses, para que se acostumbre a tenerlo inclinado. "Tenés que calcular aproximadamente cinco años para aprender a hacer un buen saco. Eso fue lo que me costó a mí". En esa época, lo último que te enseñaban era a coser la manga y el cuello del saco (una de las partes más complejas). "El maestro se encargaba de terminarlo y en parte esto era un poco por picardía, no te enseñaban todo el oficio para que vos no te vayas", admite, entre risas.
Su hermano Livio desde hace algunos años se había instalado en Argentina. Y en 1957, Antonio que ya tenía 17 años, junto a sus padres y hermana, decidieron mudarse a Buenos Aires. "Por aquel entonces nunca imaginé que iba a volver a ser sastre. En mi maleta no había traído ni el dedal, ni mis agujas. Pensé que me iba a dedicar a otro rubro. De hecho soñaba con ser músico siempre fui un apasionado del clarinete y la guitarra", recuerda. Pero casi sin pensarlo a los veinte días de haber llegado comenzó a trabajar en la clásica sastrería Oscense. "Lo único que sabía decir en español era "buen día", como en el oficio había muchos italianos me fueron enseñando cómo manejarme con el idioma", expresa. Luego, trabajó durante más de diez años en Casa Muñoz y recién en 1968 se abrió por su cuenta. Junto a su padre Ángel y su mujer, alquilaron un pequeño local sobre Ayacucho y Viamonte, e inauguraron sastrería Fabio. Al poco tiempo, se convirtió en un clásico del barrio. Años más tarde, en marzo de 1973 se mudaron a la ubicación actual en pleno Recoleta: Arenales 2349.
Medidas finas
Antonio es la sastrería y la sastrería es Antonio. Él es el único que atiende el local y el cartel de la vidriera lo anticipa: "medidas finas en 48hs". En su atelier sobre la mesa de trabajo tiene una antigua plancha de sastre (que pesa entre siete y ocho kilos) y diferentes herramientas, como su preciado tesoro: una tijera de 35 centímetros de largo. Cuando ingresa un nuevo cliente le toma las medidas y eligen la tela (lana, lino, entre otras) y el color de los muestrarios. Luego va tizando la tela con la medida, las corta y va cosiendo a mano una por una de las partes del saco. Generalmente los clientes tienen dos pruebas distintas. En la segunda si todo está correcto se le cosen las mangas y los botones, se retocan los detalles y por último lo plancha para entregarlo perfecto y listo para utilizarlo.
"Realizo el trabajo tradicional a medida. Este saco está hecho todo a mano hasta los ojales, tiene miles de puntadas. Cada pieza es única", cuenta, mientras muestra una de sus últimas creaciones: un traje impecable color gris oscuro y admite que: "los argentinos son clásicos ya que los trajes que más salen son los oscuros ya sea azul, gris o negro". Para la producción él tiene un ritual: no corta ninguna pieza del traje con molde. A cada uno, con las medidas del cliente, los diseña con la ayuda de una regla y escuadra de madera, dos de sus herramientas indispensables. "Hay que cortar el saco y pensar en la persona que tenés adelante. Este es uno de los secretos del oficio. Es importante tener en cuenta cómo camina, se para y cómo es la conformación de su cuerpo. Hay que resaltar sus virtudes y minimizar sus defectos (por, ejemplo si tiene panza). Lo más difícil de esta prenda es el cuello y la manga. La costura de los hombros también es de suma importancia", cuenta, quien admite que le gusta trabajar parado y no sentado, a diferencia de la mayoría de los sastres. "Es una maña que tengo, me siento más cómodo. Cuando estoy sentado me lleno de hilachas y me arrugo el pantalón", agrega.
Los géneros, en su mayoría, son importados. Actualmente tiene telas de lana, lino, entre otras, inglesas, italianas y también brasileras. Una de sus favoritas son las italianas Súper 180. Mientras plancha, recuerda con nostalgia, la época en la que había gran variedad de opciones de telas nacionales y sastrerías. "Cambió mucho las formas de vestirse. Antes ibas caminando por la calle y estaban todos los hombres luciendo traje", admite. Sus principales clientes son los abogados y también los hombres de negocios. De vez en cuando, también tiene algunos pedidos especiales para casamientos.
Antonio es un fanático de los trajes. En su armario tiene más de treinta sacos y admite que sus favoritos son los de color oscuro. "Mi mujer me carga y me dice que le estoy sacando cada vez más espacio del placard", confiesa, entre risas.
Un nuevo cliente ingresó al local y le dice: "¿Usted es el sastre Fabio?", "No, Antonio", le responde y le empieza a contar su historia: soy italiano y aprendí el oficio en mi pueblo Sant'Angelo d'Alife.
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