Restaurante/1880
A pesar de la onda fusión, frente a la globalización de la cocina, de cara a los restaurantes pasarela donde lo más importante es ver y ser visto, gozan de buena salud un tipo de lugar caro a todos los porteños. Ese tipo de restaurantes, donde reina la cocina ítalo-española -flanqueada por la parrilla nacional, la bien amada cocina porteña, sabrosa, de porciones generosas y precios accesibles-, tiene, por supuesto, su público y todos lo somos en alguna medida y circunstancias.
A este tipo de establecimientos pertenece 1880, que en realidad es la fecha de la construcción de la casadonde está instalado, con sus habitaciones con techos de vigas de madera y ladrillos de panza unificadas hasta formar un largo salón, que se duplica por un gran espejo sobre la pared del fondo.
La decoración es amateur pero simpática, realizada sobre la base de muchos cuadros de distintos tipos, desde diplomas hasta originales dedicados, reproducciones y objetos con aroma de antaño en repisas con carpetitas al crochet, sobre el rosa federal de las paredes.
Los comensales encontrarán en la lista lo que hasta hace no mucho se cocinaba en las casas, y eso es uno de los secretos de la convocatoria que suscita. Así, es posible reencontrarse con los tomates rellenos ($ 3), la mayonesa de ave, el matambre casero ($ 6), la lengua a la vinagreta y los bocadillos de acelga, realmente bien crocantes, sequitos por fuera y tiernos por dentro ($ 4). Hay una parrilla que provee, además de los cortes más pedidos, otros menos usuales, como colita de cuadril mechada ($ 6), tripa gorda y ubre.
Son calificados en la carta como platos de cocina lo que sería más adecuado llamar minutas, como milanesas y supremas, tortillas y omelettes. No podían faltar, ni faltan, las pastas, entre las que probamos unos ricos tallarines al huevo ($ 4), con pesto casero -que se cobra aparte, como todas las salsas-.
Helados, panqueques, flan y budín de pan ($ 2, muy bueno) son postres coherentes con el resto del menú, todo en porciones abundantes que llegan a la mesa en bandejas y fuentes.
Pero también hay platos fuera de la carta. En ocasión de nuestra visita se ofrecía un buen y sabroso locro, con el maíz a punto, casi un poncho contra las bajas temperaturas. Mención especial al puchero, que llega a la mesa en enormes ollas de tapas redondeadas como cúpulas, con mechero en la parte inferior para mantenerlo caliente, compuesto por pata de chancho, espinazo, caracú, osobuco, garbanzos y porotos, además chorizo, panceta, repollo y unos cuantos etcéteras más.
Antonio Guarnerio, el patrón, de impecable de camisa blanca, maneja con prestancia el salón, donde abundan las mesas grandes y familias enteras. Entre los habitués revistan periodistas de prestigio y los fines de semana conviene reservar: se llena.
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