
Revival de los ponchos
Una prenda ineludible y llena de historia como ropaje mestizo
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Apodado haragán porque su morfología effortless difiere de los ropajes aptos para oficios, el poncho se erige como prenda ineludible en las colecciones de invierno. Uno de los primeros indicadores del actual revival de los ponchos (porque en los sixties tanto Yves Saint Laurent como la vestuarista Bonnie Cashin flirtearon con su estética folk) remite a los diseños con las iniciales de su usuaria impresas a modo de guarda que impuso Burberry Prorsum. Le siguieron ponchos tejidos con los zig zags de Missoni o los de Marc Jacobs que las cadenas del fast fashion no demoraron en replicar. En las colecciones del invierno 2015 celebradas en Buenos Aires, el poncho asomó con reversiones en las colecciones de Blackmamba, Zito, Evangelina Bomparola y Tramando.
Las señas particulares y las fuentes eruditas para una bitácora del poncho no pueden omitir las afirmaciones sobre medidas y materiales que se desprenden de Ponchos del Río de la Plata. Allí la doctora en historia y estudiosa de los textiles Ruth Corcuera señala que si bien en el 1800 hubo en Buenos Aires un furor de pequeños ponchos peruanos –cinco mil piezas–, su habitual morfología remite a "una pieza rectangular de 1,80 x 1,40 con una abertura en el centro que permite al usuario inclinarlo sobre su cabeza o bien dejarlo caer sobre los hombros". Agrega que como consecuencia de sus raíces indígenas y su posterior popularidad entre los europeos constituye una prenda mestiza.
Otra viñeta la aporta Pilchas criollas, el clásico del historiador uruguayo Fernando Assuncao: "Salvo para lucirse, paquetear, o antes de arribar a una casa conocida, cuando lo llevaba sobre el caballo en espera de que le secase después de una lluvia, iba siempre el hombre de a caballo cubierto con su poncho, la más de las veces hecho en los telares de la provincias de arriba, llamado cordobés, santiagueño, baladrán y vicharí. Para pelear a duelo de cuchillo lo arrollará en su antebrazo izquierdo para que le sirva de protección".
El listado de apropiaciones del poncho desde la moda es extenso y variopinto. Un caso extravagante remite a la diseñadora austríaca Fridl Loos, graduada en la Escuela de Arte de Viena y diseñadora de vestidos para Hedy Lamar y Lana Turner, con posteriores desarrollos para la casa londinense Jaeger (de capas de cuero y de pelo de camello que cautivaron a los duques de Kent). Pero cuando en 1940 se radicó con su marido arquitecto en un edificio porteño y comenzó a viajar por Salta y Jujuy surgió su rescate de barracanes y guardas que cimentaron una colección de ponchos avant-garde comercializados en Neiman Marcus.
No es casual que una de las tiendas más celebradas de Fridl en las Galerías Pacífico se llamó Rancho. Su interiorismo se jactó de boleadoras y de ponchos dispuestos cual ornamentos. Cuentan que la actriz Delia Garcés y el artista Alberto Grecco fueron devotos de sus modelos de ponchos y de túnicas pictóricos. Otra escena, más cercana al camp y fechada en 1970, situó una colección de Paco Jamandreu lejos de las discotecas para anclar en la Sociedad Rural. Presentó su versión del gaucho look, donde los vestidos de crêpe rojo se abrigaban con ponchos al tono exaltando los motivos salteños. La coreografía ideada por Jamandreu rescató los saltos del malambo. Aquí y ahora, ese baile y el artilugio de las guardas volvieron cual gesto exótico en Milán y en la colección de Marcelo Burlon, diseñador patagónico y creador de County of Milán. Sus modelos llevaban ponchos con guardas pampa. Otro caso extravagante es el que representó a fines de 2000 la banda Semilla, ideada por la cantante Bárbara Palacios junto a Camilo Carabajal. Desde sus conciertos y la pasarela de peñas electrónicas, exhibieron su colección de ponchos santiagueños como soporte textil de sus chacareras-covers de los Rolling Stones.





