Brenda creció junto a su mejor amigo, Mariano, en el barrio de José C. Paz. Él la acompañó en cada instancia importante de su vida: compartieron risas, momentos sublimes, aventuras infantiles y grandes emociones adolescentes. Él la defendía si la circunstancia lo ameritaba y la abrazaba en días tristes, cuando parecía no tener consuelo.
La vida les sonreía. Brenda y Mariano soñaban juntos y se consideraban inmensamente afortunados por ser mejores amigos, un lazo único e irremplazable. Sin embargo, un día la atmósfera en el aire se transformó, así como sus miradas. Ya habían cumplido los 15, y un roce casual de manos, un beso en la mejilla y los usuales abrazos, dejaron de sentirse como antaño: ahora provocaban electricidad.
Brenda y Mariano se enamoraron perdidamente y la vida les sonrió aún más.
Emigrar, una decisión que hirió corazones
"Todo era hermoso. Estaba enamorada de mi mejor amigo y él me amaba con la misma intensidad", así recuerda Brenda aquellos días, hasta que un evento inesperado y fuera de su control arribó a sus vidas para cambiar sus sueños de futuro y amor: la familia de Brenda había decidido emigrar a Italia.
¡Qué injusta puede resultar la vida a una edad de emociones intensas, pensamientos tan propios, pero donde tantas veces no hay lugar para la propia voz ni las decisiones! Mariano y Brenda quedaron devastados: "Recuerdo ese día gris de marzo del 2008. Con muchas lágrimas y besos, nos tuvimos que decir adiós".
Los años pasaron sin verse. Mantuvieron contacto por carta, por mail y celular.La vida transcurrió con nuevos rostros, otras amistades y la llegada de otro amor. "Un día él conoció a alguien que lo enamoró y a mí me pasó lo mismo. Estábamos en sincronía con las cosas que nos pasaban, pero separados por más de 15 mil kilómetros de distancia".
Once años, un encuentro en Roma y una novia
Para enero del 2019, Mariano y Brenda habían dejado de ser adolescentes, ya eran dos adultos de más de 25 años. Y fue en aquel mes que a ella le llegó un mensaje distinto a los que acostumbraba recibir: "El 19 de julio estoy en Roma con mi novia, ¿Nos vemos?"
"Cuando leí el mensaje miles de recuerdos pasaron por mi cabeza. En ese momento acababa de terminar mi relación que duró más de ocho años. Estaba sola, y decidí viajar a Roma para verlos", revela Brenda.
En sincronía, como habían estado toda la vida, verse resultó ser una experiencia triste y hermosa a la vez para ambos. Habían pasado más de once años desde la última vez que se habían visto y con la primera mirada, el primer roce y el primer abrazo supieron que nada había cambiado: "Nos dimos cuenta de que todo ese amor que nos teníamos, seguía ahí, intacto", se emociona Brenda.
Fue hermoso descubrirlo, pero triste sentir todo lo que habían perdido, comprender que entre ellos había kilómetros que los separaba y que existía otra persona involucrada a la que no querían herir. Nada sucedió. O todo: en las maravillosas calles de Roma revelaron que nunca se habían dejado de amar.
No hay que aplazar el amor
Mariano regresó y siguieron en contacto. La ilusión y el tono habían cambiado. Todo se había transformado una vez más, tal como había ocurrido en su adolescencia. Y, al menos que quisieran vivir fingiendo, había llegado el tiempo de reaccionar: los mejores amigos enamorados habían estado alejados por once años, pero no tenían por qué pasar tantos más.
"Un día de septiembre del 2020 me llegó un mensaje en donde me contó que dejó a su pareja y que había sacado pasaje para Italia", cuenta la joven conmovida.
En un mundo que hoy demuestra más que nunca que no hay tiempo para aplazar el amor, Mariano irá hacia Brenda en septiembre del 2021. ¿Será que siempre estuvieron destinados o que el universo conspira?
"Todo puede ser. Capaz la vida nos está regalando otra posibilidad. Aquí estoy, esperando".
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