
La noche está plagada de sitios destinados a la satisfacción rentada de los deseos, pero sólo unos pocos ofrecen un servicio premium; mirá las fotos.
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Por Alejandro Caravario / Fotos de Fernando Gutiérrez / Estilismo de Inés Auquer.
Podria decirse que se trata de un grupo inversor extranjero, ese objeto de deseo del discurso oficial: los tres caballeros orientales (¿chinos? ¿coreanos?) acaban de cruzar indemnes el detector de metales y la puerta de vidrio laminado; enseguida, a juzgar por el discreto revuelo femenino que originan en su entorno y la agitación del bartender, que alista tragos con la pericia de un hombre entrenado en emergencias, el pequeño grupo comienza a inyectarle dólares a la economía argentina.
Estamos en Madaho’s, territorio nocturno de la Recoleta consagrado al erotismo cuyos estandartes son las chicas del caño (el recreo artístico) y las chicas del salón que, en variadísimos embalajes, circulan lanzadas a una cacería sutil. Ellos, extranjeros maduros y argentinos furtivos (también maduros), están habituados a dispendiosos itinerarios por zonas donde el exhibicionismo no conspire contra la elegancia. Donde hacer amigas pagas, duraderas y bellas como pocas. O participar de una expedición efímera a ciertas fantasías colectivas que conviene testear en persona.
El lugar es amable y conserva el aspecto festivo de una discoteca, pero a salvo de ebulliciones: la austeridad gestual, aun en estos casos, es la credencial indispensable de los profesionales. Clips en la pantalla, música que machaca sin perturbar y un escenario en que, para aventar las sospechas de mero onanismo, las voluptuosas strippers, cada tanto, le ceden el estrellato, por ejemplo, a una pareja de tangueros bailarines.
Administrar la mirada es el primer aprendizaje: luego de pagar los 40 pesos de la entrada + consumición de un producto nacional, uno puede afincarse en la barra para auscultar el desfile sin disimulo (las prendas diminutas, los vestidos de gala, las artesanías de quirófano), pero debe saber que si en lugar de la retaguardia maciza envuelta en un short, uno enfoca los ojos de la lady, es necesario panear velozmente; de lo contrario, la tendremos de inmediato a nuestro lado, aunque más no sea para presentarse y desplegar una sonrisa. Se trata de un código inverso al de los bailes, en los que la insistencia masculina, a riesgo de lesiones graves a la autoestima, es la única herramienta que nos hace visibles, aunque pocas veces, seamos sinceros, nos libra del fracaso. Nada despreciable entonces, me dirán, el esmero de buena anfitriona. Claro que la chica que se nos arrima bien puede ser aquella que jamás elegiríamos, propiciando una situación incómoda para los legos en la materia y/o tímidos crónicos incapaces de una negativa que indefectiblemente sonará brusca.
Se ve que he tenido suerte, porque Paula, la mujer que viene a mi encuentro, deslizándose con paso de geisha (toda una proeza para sus dimensiones), además de la sinuosa anatomía que le dispensaron la naturaleza y el gimnasio, suma puntos gracias a su simpatía y sus dotes para las relaciones públicas. Lazarillo ideal para trasponer la superficie perfumada de la burbuja, pienso. Alumbrar el backstage del cabaret, de su tórrido ilusionismo. Mientras sorbe su mezcla de champagne y energizante (módicos 70 pesos, sin los cuales no hay charla ni salida), Paula desmenuza la información que cree elemental: el boliche, a sabiendas de las leyes de marketing sobre posicionamiento de producto, escoge minuciosamente a las chicas "para mantener un nivel alto". De allí la reputación de número 1 que se ha ganado entre los más exigentes y avezados navegantes de la noche. Además, ninguna de las integrantes del seleccionado puede aceptar un encuentro sexual en el hotel ad hoc de la otra cuadra por menos de 300 pesos. Como en los remates, ése es el piso establecido por la casa. En cuanto a las bailarinas, consumadas vedettes injustamente desplazadas a los bordes de la farándula, los honorarios son incluso más altos. Pero para llegar a ellas, a las chicas del caño, hay que "hablar con los mozos".
"¿No es hermosa?" Paula quiere saber mi opinión acerca de una amazona morocha, ataviada como cándida colegiala, que ahora se desnuda paso a paso, como el Racing campeón, en el centro del tinglado. La morosidad, recurso clásico e infalible, es quizá la última chispa de suspenso en un planeta explícito como la prostitución. Sí, tiene razón Paula, la bailarina es deslumbrante, su pubis tatuado aspira a la idolatría. Ambas chicas, me entero, participarán en fecha a confirmar de una fiesta privada (muy privada, en rigor: ellas dos y un cliente que no ahorra en diversión), y hoy han tenido un escarceo, un ensayo para verificar cómo funciona el tándem. "Fue bárbaro, hubo mucha piel; creo que al tipo no le vamos a dar ni cabida", dice Paula sonriente –es una broma a medias–, y por primera vez abandona el protocolo. Quiero decir: ablanda su solvencia de erudita y permite que despunte un brillo de emoción. La piel es muy importante para Paula, con hombres y mujeres. Por eso ha montado la oficina aquí, donde, a diferencia de la cita a ciegas que caracteriza la oferta de sexo en internet, ella, sostiene, puede evaluar a los candidatos y optar. Y como puede optar, se abstiene sí o sí de los amantes del Lejano Oriente y de "los hombres muy mayores". Todos los demás tienen posibilidades.
No sólo por sus mullidas prótesis las chicas se parecen. Hay estudiantes despechadas con sus padres (la hija de un jurista me dijo que se dedicó a la prostitución de alta gama porque era el modo más radical de independizarse), bailarinas de segunda línea, ex vendedoras, promotoras part time, y así. Pero si uno busca preservar ciertos fetiches (la "tecnología de burdel", diría el escritor británico Martin Amis) para que pasten los queridos roedores de su sesera, mejor no adentrarse en la biografía (y mucho menos en la ideología) de las prostitutas. Aunque se trate de distinguidas acompañantes, es muy probable que, sin demasiado esfuerzo, nos crucemos con rencores familiares indelebles, hijos imprevistos, cónyuges canallas y frustraciones varias embozadas en un pensamiento escéptico y pacato. Así que, amigos, a poner menos esfuerzo en las confidencias y más cuidado en las tanguitas y sus promesas lujuriosas.
Paula tiene 30 años, una hija de 12 y un pasado reciente como promotora en las distintas categorías del automovilismo, una de las tantas ventanillas, explica, donde atienden los gatos que conocen la carne débil de los pilotos. Y sabe que la fortaleza en el negocio proviene de esa clase de vitrinas, reproducidas en el papel ilustración de las revistas, encumbradas por las cámaras fisgonas que revelan cuáles son las últimas diosas promovidas al emporio del deseo. Algunos hombres suelen buscar los modelos (modelo de vedette vigente, modelo de modelo), los paradigmas de consumo. Por caso, los futbolistas ricos y famosos, que cuentan con operadores en el corazón del harén, pueden darse el lujo de incorporar a su agenda a cuanta rubia asoma entre las celebridades catódicas (en la jerga de la farándula se las llama "botineras"). Como quien renueva todos los años el auto, aunque no necesariamente lo cambie por uno mejor. Los demás mortales que surcan la noche también persiguen a la perra imposible. Pero a falta del original, suelen acudir a réplicas tan logradas –incluso con detalles de terminación superiores– que la ensoñación erótica se mantiene intacta.
Marcelo H., productor de radio, conoció el hielo bastante tarde, como aquel personaje del realismo mágico creado por García Márquez en Cien años de soledad. Me cuenta que en una trasnoche de Shampoo, otro renombrado templo de la Recoleta, decidió contratar a una de las chicas del salón cuyas empinadas rampas habían tenido sus quince minutos de notoriedad durante un desfile de body painting en el programa de Susana Giménez. También había posado en algún semanario y, entre otros seudónimos, se hacía llamar Raquelita. La niña acaso creía que los desplantes eran un componente esencial en el perfil de una diva en ciernes, y que su cliente, como si fuera un fan, los acataría sin chistar. Así que, una vez que se arrellanó en la cama, sintonizó una porno y se quedó como una momia, a la espera de que Marcelo hiciera sus cosas, pero con una condición: no podía tocarla. "No me gustan los toquetones", argumentó. "¿Pero entonces cómo hacemos?", fue la sensata pregunta de él, que veía declinar la sensualidad de la escena. "Penetrame, nada más", afirmó, siempre lacónica. A Marcelo le costó abandonar el banquete sin siquiera haber empuñado los cubiertos, pero dijo "buenas noches" y concluyó el romance con un portazo.
Es que lo mejor de las chicas es la onda. Por ahí estás con una modelo diez puntos y la pasás mal", me sopla el Mariscal N., experimentado empresario del rubro siempre dispuesto a hacer docencia. "Yo le puedo garantizar al cliente que con la chica que le consiga se va a divertir. Pero antes tengo que saber algo de sus gustos; no sólo del tipo físico que prefiere, sino de lo que le interesa compartir en la intimidad. Si a vos te gusta tomar whisky, por dar un ejemplo inocente, es mejor que estés con alguien que te siga el tren."
Perdón por la digresión. A esta altura ya me fui de Madaho’s. Paula, mi lazarillo, quedó en buenas manos. Al parecer, un antiguo amigo, de esos que se saludan con estruendo. Se la veía como si hubiera encontrado, en un recodo impensado de la casa, esa alhaja que creía perdida. El recorrido sigue por Recoleta hasta Barrio Norte. En la calle Gallo, hago una escala en Cocodrilo, el boliche más mentado en los medios, en buena medida gracias al Gran Jugador (el bautismo es del poeta Fabián Casas), incansable propagador del lugar. Pero las estrellas más o menos luminosas que según dicen lo frecuentan, esta noche sólo titilan en las imágenes de las paredes, con gestos curiosamente solemnes, como de ceremonia de graduación. Aquí las bailarinas practican sus contorsiones trepadas a la barra, mezcladas en el avispero que (tal vez es muy temprano, tal vez muy tarde) luce sereno. Tanto que me digo, inducido por el consejo de los expertos, que es hora de probar otro acceso a las cúspides de la oferta sexual porteña. Más discreto aun que los boliches exclusivos, más cómodo y abierto las 24 horas: la Web.
Frente a la computadora, en el trono del voyeur del nuevo siglo, la navegación nos puede arrojar a los puertos más diversos. Las páginas de escorts abundan, y en ellas conviven desde las fotos caseras hasta las producciones propias de revistas de moda. También se cuela, tramposa, alguna rubia de la mansión de Hugh Hefner que dice llamarse, por caso, Carola, y se hospeda en el microcentro porteño. Por lo tanto, la agitación del celo no es el estado anímico más adecuado para podar la maleza. Se supone que, además de una foto creíble (y apetecible, claro), el valor de los honorarios es un indicio a estimar para llegar a las verdaderas diosas. La blonda Evelyn, al igual que muchas de sus colegas de página (una de las más visitadas y valoradas por los entendidos) ofrece sus artes por 500 pesos. Quien se desvele por las porristas de contornos más armónicos que exuberantes y no espere más que rutinas eróticas de manual seguramente se sentirá compensado. Pero es probable que con Sofía, una mujer con pasado "artístico" y ondulaciones proverbiales en su zona posterior, perciba claramente las gentilezas del Photoshop. Sofía es bonita como en la pantalla, sí, sólo que en versión madura.
Habida cuenta de que el artificio –pilar de una actividad en la que se transan ficciones– en algunos casos roza la estafa, los clientes habituales intercambian opiniones, experiencias y recomendaciones en la red. En un foro sobre escorts uno puede enterarse cuáles son las páginas más confiables o consultar un ranking de las más diestras para el sexo oral. Es una referencia a considerar, aunque la jerga de iniciados –y cierta obsesión de adicto– puede resultar infranqueable para el que pretende apenas un esporádico postre de altas calorías.
Casi todas podrían ser chicas de tapa. O digna multitud a espaldas de un capocómico en el teatro picaresco que parece haber recuperado vigor en los últimos tiempos. La brecha entre la imagen y el cuerpo, entre la imaginación pixelada del varón y la señorita real que abre la puerta de su departamento de Barrio Norte, tal vez sea ajena a la belleza. De hecho, hay quienes se han decepcionado simplemente porque la voz afelpada que les dio la cita por teléfono –y creyeron la de la ninfa que posa en internet– terminó siendo una recepcionista. Y la cálida complicidad de aquella se transformó en los reglamentarios "mi amor" de la dueña de casa, muletilla que evita el engorro de aprenderse los nombres de los clientes. Cierto trato administrativo que estas chicas suelen darles a sus visitas es la medida del daño de la fantasía prostibularia. Nadie afirmaría que el sexo tarifado –aunque ocurra en un hotel cinco estrellas– es una ocupación para ejercer con júbilo. Sin embargo, la prisa en la ejecución, el desinterés por la satisfacción del fugaz empleador, denotan algo más que el fastidio por un trabajo que bien puede empañar el ego. Mi teoría dice que los gatos aceptan el desfile de hombres a la espera de la gran oportunidad. Y mientras recaudan, que de eso se trata, maceran la estrategia que las llevará a la situación perfecta: conseguir ese único sponsor –en él sí invertirán todos sus encantos– que las rescatará del trajín diario y les garantizará la vida que una perla como ellas se merece, a cambio de un par de salidas semanales. Serán, entonces, amantes con contrato de exclusividad.
Algunos matrimonios o noviazgos de la farándula son versiones blanqueadas de este acuerdo. "Empresario maduro enamora a promisoria vedette", sería el titular inverosímil. La chica accede al peldaño de señora; la lógica comercial que ha signado su carrera depositándola en el Registro Civil se ha modificado sólo cuantitativamente. En lugar del puñado de billetes que se extinguía en una vuelta de shopping, ahora el gift (así se dice) acaso sea una camioneta. Hay reinas del hogar, queridos amigos, que son dignísimas putas.
Pamela tiene 27 años y supo alternar sus quehaceres de escort con el mundo de la publicidad. En la frontera de ambas actividades conoció a un caballero, eminente publicista cuyo nombre ni siquiera revela en off, que la adoptó como querida. Montó un departamento para ella, se ocupó de todos sus gastos y, aunque no le propuso matrimonio porque era casado, le juraba que sus sentimientos superaban con creces la necesidad de sexo salvaje. "Estaba todo bien, yo había dejado de trabajar porque él me lo pidió, pero después de un tiempo se puso muy pesado", recuerda Pamela. El corazón de los cazadores también es un músculo imprevisible. Mr. Publicidad, al advertir que la naturaleza del vínculo había cambiado y se deslizaba hacia un enamoramiento asimétrico, enloqueció de celos. Y creyó que su chequera le daba el derecho de acosar a su amante. "Me llamaba veinte veces por día, se aparecía en mi casa, en la casa de mi mamá... No me dejaba vivir; por eso, después de siete meses de relación, la corté." Así que Pamela volvió al ruedo, tiene "amigos" estables con quienes sale a comer y la llaman para saber cómo le va, pero nada más. Más allá de esta levedad, incluso en los confines del amor, tambalea su noción de libertad.
Claro que para colmar las expectativas de un gato cama adentro y la ilusión de un noviazgo hay que tener con qué. En la entretela del espectáculo, donde moran las presas más codiciadas (y difíciles), sobrevuelan los empresarios (muchos de ellos sin empresa), cirujanos plásticos, extranjeros ociosos en pos de aventuras y otra gente de buen pasar al acecho de modelos rutilantes. Los especialistas en relaciones públicas, que conocen el paño y en ocasiones se los tantea en calidad de intermediarios, a la hora de hablar del tema se hacen los distraídos: aseguran que algunas chicas están en el negocio, pero que la fabulación del público poco tiene que ver con la realidad. Aunque en voz baja, y despegándose del asunto, aceptan que hay un numeroso plantel que "gateó y sigue gateando". Incluso algunos nombres que suenan inalcanzables son capaces de hacer una excepción por una noche si la oferta es muy-muy tentadora. Algún allegado a estas figuras (un periodista chimentero, un actor periférico) oficia informalmente de booker y arrima la propuesta. En el dialecto de la fauna se dice que "venden chicas".
Si se las llama "acompañantes" y no se emplea otro término más directo es para jerarquizar una profesión de la que nadie dejaría constancia en su tarjeta personal. Pero también hace honor a la verdad. Es usual que la tarea incluya ir a cenar, poner la cara en una fiesta o algún otro intercambio social en que el varón requiere un sustituto presentable de pareja. Este rol, dicen ellas, es común con los extranjeros que vienen por trabajo. Un idioma distinto no implica obstáculo pues, si hemos de confiar en los anuncios de la web, la mayoría de las chicas que aspiran a una clientela de categoría se promociona como bilingüe. Y se descuenta que una señorita instruida también sabrá adoptar un estilo que no desentone en esas sobrias tertulias.
Se me ocurre que los hombres necesitados de "compañía" son melancólicos incurables. Padecen cierta minusvalía –adulteración edípica– que hasta les impide viajar solos. Gran momento para las chicas, ya que es pasaporte en mano cuando hacen una diferencia sustancial en sus ingresos. Por ejemplo, una excursión a Uruguay (sus playas se prestan para solazarse con una joven de alquiler) se cotiza en, aproximadamente, mil dólares por cada día del fin de semana. Una estadía más larga acaso admita la reducción de costos que beneficia a los mayoristas. La luna de miel no tiene reglas muy claras, salvo que las novias eventuales, por seguridad, exigen previamente datos precisos del lugar de destino (al igual que cuando se las convoca a alguna extensa reunión, por ejemplo, en una quinta del Gran Buenos Aires, evento especial que tiene una tarifa similar sujeta a aumento de acuerdo con "la cantidad de clientes a servir"). Luego, se presume que la convivencia recorrerá las rutinas de una escapada en pareja: sexo, sí; pero también paseos, playa, cenas a la luz de las velas, ese tipo de cosas. A menos que, como Ayelén, una morena hecha a nuevo –bien hecha– con oficina en la avenida Santa Fe, se topen con un fauno de esos que han acumulado más energía que los convictos. "Este hombre me invitó a Cancún, un lugar hermoso; pero él no quería salir de la habitación. ¿Sabés lo que es estar todo el día teniendo relaciones?" (N. de R.: es textual, dijo "teniendo relaciones", como las sexólogas de la tevé y las tías). Desde entonces, Ayelén le aclara a quien la tienta con un viaje que los ejercicios de alcoba deben tener una frecuencia "normal". Después de todo, aunque su oficio no le permita verlo con claridad, los planetas todavía permanecen en sus órbitas sin riesgo de choque.
1- 2
Perdió al amor de su vida y encontró fuerza en el deseo que compartían: “Lo soñamos juntos pero me tocó a mí llevarlo adelante”
3Acudió a un alerta por una perra consumida por la sarna pero unos ojos oscuros que imploraban ayuda cambiaron sus planes: “No lo pude dejar”
4Fue una de las artistas más queridas y 25 años después revelaron sus últimas palabras antes de su trágico final



