Cuarenta años después de su muerte, Reza Pahlevi sigue teniendo admiradores y detractores, y su reinado aún despierta polémicas. Lo cierto es que el que fuera el último Sha de los persas heredó un país atrasado, atrapado en la Edad Media y ocupado, y en treinta y ocho años de gobierno lo modernizó, levantó un imperio, perdió todo y murió lejos de su tierra.
Había nacido el 26 de octubre de 1919, en una modesta casa de un barrio de Teherán cuando su padre, Reza Shah, era apenas un cosaco analfabeto. En 1925, Reza Shah depuso al ausente Ahmad Shah e instauró la dinastía Pahlevi, y él pasó de niño pobre a príncipe imperial y heredero del trono de Ciro el Grande.
Como era muy tímido y de poco carácter, su padre lo mandó a la selecta escuela Le Rosey, en Suiza, con la intención de fortalecer su temperamento, donde pasó cinco largos años. A su regreso, estudió en la Escuela Militar de Palacio en Teherán y aprendió lo que era la férrea disciplina que tanto le gustaba a Reza Shah. En 1939, cuando todavía era alumno de la escuela de oficiales, fue nombrado general del ejército iraní y se casó con la princesa Fawzia de Egipto. Se trató de un matrimonio arreglado entre las dos familias, ya que los novios jamás se habían visto.
BODA Y TRONO
En 1939, año de su boda con la princesa Fawzia, se desató la Segunda Guerra Mundial y, dos años después, Reza Shah se vio obligado a huir de Irán por sus simpatías pronazis y a abdicar en favor de su hijo. Así, en septiembre de 1941, Reza Pahlevi se convirtió en Sha. Considerada una de las mujeres más bellas y sensuales de Oriente (en 1942 fue la tapa de la revista Life fotografiada por Cecil Beaton, y los medios del mundo la compara-ban con mujeres con Hedy Lamarr y Vivien Leigh), la princesa Fawzia y reina consorte –proveniente de la familia real de Egipto– había sido educada en Europa y estaba acostumbrada a los lujos de la vida moderna. Quizás por eso nunca se adaptó a la corte persa y, deprimida, se pasaba horas metida en la cama o jugando a las cartas. Intentó aprender farsi y no pudo –con su marido se comunicaba en francés– y, tras tener una hija, la princesa Shahnaz, el matrimonio se rompió.
La realidad de la pareja nada tenía que ver con la vida soñada de los cuentos de Las mil y una noches y, en 1948, se divorciaron. Tras una dura negociación, la pequeña Shahnaz permaneció en Irán, Fawzia regresó a Egipto y volvió a casarse un año más tarde con Ismail Hussain Shirin Bey, con quien tuvo otros dos hijos. Tras una vida de leyenda, hija y hermana de reyes, la llamada Venus de Asia murió en Alejandría en 2013. Tenía 91 años.
REY DE REYES
Desde finales de la II Guerra Mundial y durante toda la Guerra Fría, el petróleo fue la principal fuente de ingresos del país y lo que le permitió al Sha impulsar la modernización y occidentalización de Irán. Sin embargo, dentro de su propio gobierno había fuertes conflictos con quienes querían nacionalizar los pozos de petróleo, hasta el momento en manos de ingleses y norteamericanos. Las tensiones estallaron en 1953, cuando el primer ministro Mossadegh dio un golpe de Estado apoyado por el Partido Comunista y obligó a Reza Pahlevi a huir, primero a Bagdad y después a Roma. En poco tiempo, el ejército nacional dio un contragolpe, derrotó a Mossadegh y el Sha pudo volver a su tierra, donde fue recibido con ovaciones y manifestaciones populares. Feliz y exultante, Reza Pahlevi volvía a ser el Shahanshah (Rey de reyes): recuperó el poder, ya estaba casado por segunda vez (su segunda mujer fue Soraya Esfandiary, con quien se unió en 1951) y se sentía dueño del mundo. Sólo le faltaba un heredero, porque la princesa Shahnaz no garantizaba la sucesión.
En esta segunda ocasión, él mismo seleccionó a la candidata a reina a través de una fotografía. La joven Soraya, morena y de inmensos ojos azules –muy al estilo de Elizabeth Taylor–, era hija de un poderoso jefe tribal iraní que había sido embajador en Alemania y de una alemana. Bella y cosmopolita, conoció en Londres a la princesa Shams, hermana del Sha, quien la invitó a viajar a Teherán, y aunque todo estaba decidido de antemano, Soraya tuvo suerte: cuando vio al Sha por primera vez, se enamoró perdidamente. Ella tenía 19; él, 32.
Se casaron enseguida (el 12 de febrero de 1951), y a la majestuosa boda celebrada en Teherán asistieron más de dos mil invitados de las familias reales de Europa. Ese día, una intensa nevada cayó sobre la capital, lo que fue considerado como un signo de buen augurio. Por pedido del Rey –que le regaló a su consorte un diamante de 23 quilates– los arreglos florales se hicieron con orquídeas y tulipanes llegados de Holanda, y desde Roma viajó especialmente un circo de caballos para ser el número principal de la fiesta. Como una estrella salida del celuloide, la novia hipnotizó al mundo entero con su traje de lamé plateado y bordado con perlas y una espectacular capa de visón blanco, diseño de Christian Dior.
Pero la felicidad duró poco: empezaron los problemas porque, por más enamorados que estuvieran, Soraya no quedaba embarazada. Y la usina de rumores e intrigas que era la corte no tardó en conspirar contra la joven. A mediados de los años 50, el Sha y su mujer viajaron a Estados Unidos para visitar a los mejores especialistas en fertilidad que, según contó ella después, les dijeron que no había ningún problema y que todo se debía al estrés. "El Sha seguía enamorado de mí", recordó Soraya. "Sus abrazos eran apasionados y fogosos, pero era necesario un heredero". Se habló de maleficios, de enemigos dentro del palacio y hasta de la esterilidad del monarca. En cualquier caso, el divorcio se hizo oficial en 1958, ella se mudó a Suiza y, desilusionada y con el corazón roto, se convirtió en "la princesa de ojos tristes" para la prensa internacional. Es que era la perfecta protagonista de una tragedia moderna: casada con un exótico monarca que la repudió por no darle un heredero, tan bella como una diva de Hollywood, lloraba su desdicha en otro país, envuelta en lujo oriental y en las joyas Cartier, Bvlgari y Harry Winston que su marido le había regalado. Durante su exilio voluntario en Europa, fue cortejada por magnates, actores de cine y aristócratas, y a partir de los años 60, se volvió uno de los personajes del jet set más emblemáticos: no había fiesta en Marbella, Mónaco o Mallorca en la que Soraya no fuera la invitada de honor. Murió en París, a los 69 años, el 25 de octubre de 2001.
EL NUEVO IMPERIO
Así como los años 50 fueron los más tensos del reinado de Reza Pahlevi, en los 60 él estaba decidido a poner en marcha su mayor sueño conocido como la Revolución Blanca: hacer de Irán el país más desarrollado del cercano Oriente. Poco a poco, Irán fue cambiando gracias a los ingresos dorados que generaban los barriles de petróleo. La capital se llenó de museos, cines, parques, casinos, hoteles, universidades y hospitales, se alfabetizaron grandes zonas rurales y la sociedad mejoró su calidad de vida. Las mujeres accedieron a la ciencia, la política y la justicia, y hubo grandes avances en industrialización y tecnología. Pronto, empresarios, artistas y estrellas del deporte comenzaron a viajar a Teherán para invertir, actuar, competir y hacer negocios con los nuevos emprendimientos, fundados por la dinastía Pahlevi.
Pero el mayor éxito de esos años para el Sha fue su boda con su tercera esposa, Farah Diba (quien fuera la última emperatriz de Irán), el 21 de diciembre de 1959. Aunque impulsada por una razón dinástica –había que engendrar un hijo varón– ellos formaron un matrimonio feliz, que se mantuvo unido en las situaciones más adversas.
Farah, perteneciente a una familia plebeya acomodada, era una estudiante de arquitectura iraní que vivía en París cuando conoció al Rey durante una visita oficial del soberano a la capital francesa. En ese momento, el Sha ni la miró, pero dos años después, cuando ella regresó a Teherán a ver a su familia, Cupido actuó. Farah, de apenas 20 años, se cruzó casualmente a Ardeshir Zahedí, yerno del Rey (casado con su única hija, la princesa Shahnaz), quien la invitó a su casa a tomar el té. Ella aceptó con gusto y, para su sorpresa, en medio de la reunión apareció el mismísimo Sha, con la excusa de visitar a su hija. A ese primer encuentro le siguió una invitación para cenar en palacio y, tras la comida, Farah conversó animadamente con el monarca, sin saber que su futuro estaba jugado: el Rey había encontrado a su tercera esposa. La propuesta formal de matrimonio llegó el día en el que ella cumplía 21 años, el 14 de octubre de 1959. Eso sí: antes de la boda, Farah volvió a París para elegir su vestuario, y fue allí donde por primera vez se vio rodeada de periodistas y seguida por una nube de fotógrafos.
En su propio país era aclamada por todos: de pelo y ojos negros, y biotipo indudablemente persa, prometía convertirse en una reina moderna, culta y preparada, "a la europea", con la que se identificaban las jóvenes de su generación. Incluso su famoso peinado con raya al medio y las sienes cubiertas fue un modelo copiado por muchas mujeres en el mundo que llegaban a la peluquería para pedirle a su peluquero que las peinara "como Farah Diba".
BODA, HEREDERO Y FASTOS
Para el gran día, Farah eligió un vestido de Dior con hilos de plata, bordado con motivos persas y decorado con perlas y strass, que había diseñado un joven Yves Saint Laurent. Además de lucir algunas de las alhajas de la corona, llevó una tiara de diamantes de Harry Winston confeccionada especialmente para ella, que pesaba dos kilos. Y apenas diez meses después de convertirse en reina dio a luz a un varón, para alegría del Sha y del pueblo iraní, que celebró la buena nueva bailando en las calles de Teherán. Así empezó un período de veinte años de felicidad, viajes, fiestas y lujo, mientras Farah Diba, consagrada como ícono de moda, lucía las joyas más impresionantes y los modelos de los diseñadores más prestigiosos en galas, cócteles, fiestas y tapas de revistas. Además del heredero, el príncipe Reza Ciro (1960), tuvieron tres hijos más: las princesas Farahnaz (1963) y Leila (1970), y el príncipe Ali Reza (1966).
Entre viajes oficiales y el devenir de la vida familiar, la coronación fue postergada varias veces (tanto se atrasó que la corona Van Cleef & Arpels que terminó llevando Farah Diba había sido diseñada para Soraya). Hasta que en 1967 se decidió por fin coronar a la pareja real como emperadores, con una ceremonia cuyo protocolo fue copiado de la corona-ción de Napoleón, con algunos toques de la de Isabel II. La flamante emperatriz le dio una impronta feminista al importante acto. "Cuando hubo puesto la corona en mi cabeza, me pareció que acababa de consagrar a todas las mujeres iraníes… Aquella corona hacía desaparecer siglos de humillación: con más seguridad que todas las leyes afirmaba solemnemente la igualdad del hombre y la mujer", dijo.
Cuatro años más tarde, el Sha decidió conmemorar los 2500 años de la fundación del Imperio persa y, en octubre de 1971, organizó la llamada "fiesta del siglo", que tuvo lugar en la histórica Persépolis. Para eso, mandó levantar una ciudad de jaimas persas, rodeada de fuentes, jardines y castillos de fuegos artificiales, e invitó a seiscientos reyes, príncipes, jeques, sultanes, jefes de Estado y gobernantes de todo el planeta que, durante la semana que duraron los eventos –con un costo estimado en doscientos millones de dólares– vivieron en una ensoñación que recreaba los tiempos de Ciro el Grande, con desfiles, bailes y música tradicional. Además del exotismo asiático presente en cada detalle, también hubo derroche de lujo occidental: Elizabeth Arden desarrolló una línea de cosméticos especial llamada Farah para que los invitados se llevaran como souvenir, Baccarat creó la cristalería para la ocasión, la casa Lanvin diseñó los uniformes del personal de servicio y Maxim’s de París estuvo a cargo del menú.
Entre los invitados se destacaban los entonces príncipes Juan Carlos y Sofía de España, Raniero y Grace de Mónaco, el rey Constantino de Grecia, la reina Fabiola de Bélgica, Ingrid de Dinamarca, la reina Muna de Jordania, la reina Indra de Nepal, el presidente Josip Broz Tito de Yugoslavia, el rey Olaf V de Noruega, el príncipe Felipe de Edimburgo y la princesa Ana, Imelda Marcos y Jaime Peñafiel, quien recuerda aquella noche como "… el banquete más fabuloso al que alguna vez asistí. Era la expresión del lujo absoluto, pero también del refinamiento completo. Fue el mayor de los banquetes del siglo y es muy posible que uno similar nunca sea organizado otra vez". Según los enemigos de Pahlevi –con Ruhollah Jomeini a la cabeza–, se trató de una puesta en escena dedicada a las élites internacionales de las que el Sha esperaba apoyo político y económico, y un derroche de dinero innecesario en momentos en que el pueblo de Irán pasaba necesidades.
EXILIO Y MUERTE
Sus detractores le reprochaban a Pahlevi que la Revolución Blanca sólo había favorecido a la aristocracia y a la clase media. Y que su gobierno era una monarquía absoluta en la que el Parlamento no tenía poder. Jomeini, que llevaba diesiséis años exiliado en Irak, preparaba todo para tomar el poder. El Sha, por su parte, desde principios de los 70 tenía en mente iniciar una transición hacia una monarquía democrática y constitucional, para cuando le tocara el turno de gobernar a su hijo. En 1973 le diagnosticaron un linfoma, la transición nunca se hizo y en 1977 el final estaba cada vez más cerca. Asociaciones de Derechos Humanos denunciaron que en Irán gobernaba un régimen de terror, el presidente de Estados Unidos, Jimmy Carter, visitó el país, y le aconsejó a Mohammad Reza que iniciara cuanto antes reformas democráticas, pero ya era tarde: el 7 de enero de 1978 estallaron las primeras manifestaciones en Qom, la ola de violencia se extendió rápido a todo el país, y en enero de 1979 el Sha y su familia huyeron de Irán, adonde nunca más volvieron. Jomeini, líder de la llamada Revolución Islámica, regresó a Teherán y se adueñó del gobierno, que en poco tiempo hizo retroceder al país a la Edad Media. Los 2500 años de historia del Imperio persa eran cosa del pasado.
Reza Pahlevi y su familia pasaron por Egipto, Marruecos, Estados Unidos, México, Panamá, Bahamas y, finalmente, otra vez Egipto, donde él murió el 27 de julio de 1980, a los 60 años, víctima del linfoma contra el que peleó desde 1973. Está enterrado en la Mezquita de Al-Rifa, en El Cairo.
Tiempo después, Farah se estableció con sus hijos –el mayor, convertido en titular de un trono que nunca heredaría– en Estados Unidos. Y los años siguientes fueron muy duros para ella. En 2001 tuvo que enfrentarse a la trágica muerte de su hija menor, la princesa Leila, de 31 años, quien padecía depresión y anorexia, y se suicidó en la habitación de un lujoso hotel londinense. Y en 2011, a la de su hijo Ali Reza, que se pegó un tiro. "A veces me siento como si tuviera 200 años", dijo ella, quien siempre culpó al exilio por el destino de sus hijos. Actualmente, Farah Diba vive entre París y Washington, cerca de su hijo mayor y de sus nietos. Tiene 81 años.
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