SOUTHAMPTON.– "Yo era una lechuguita que flotaba por ahí entre bifes bien jugosos, y el público era vorazmente carnívoro. ¿Quién se iba a fijar en mí?".
La reflexión es de Shawn Heinrichs, el conservacionista y fotógrafo de tiburones más famoso del planeta, consultado respecto de si le daba miedo o no estar bajo el agua en la primera lucha entre orcas y cachalotes jamás registrada en cámara (su cámara, naturalmente).
"Había carne y sangre –continúa– por todas partes, embestidas y mordiscos de una dimensión increíble. Era como estar en una carnicería de la época de los dinosaurios". Las orcas, de unos ocho metros cada una, son inteligentes, cazan en manada y nada las detiene; los cachalotes son, aún más, como sacados de Jurassic Park, y el efecto de sus coletazos es fulminante. No era de esperar que se atacaran entre sí. Pero siguiendo los pasos de una ballena azul en Sri Lanka, Heinrichs se topó de casualidad con la aleta de una orca dirigiéndose como un misil hacia un grupo de seis cachalotes listos para defenderse. "Supe que quizá no sería la mejor idea, pero no pude resistirme, y me tiré al agua con una cámara y sin equipo de buceo", explica.
La narración de esta anécdota tiene lugar durante la cena en la casa de una compañera estival de tenis de esta redactora, y con los cuentos de Heinrichs todos quedamos helados, como en esas fotos donde se muestra gente con el tenedor suspendido en el aire y la boca abierta. La conversación transcurría relajada sobre los temas oficiales del verano (el tráfico, el restaurant más nuevo, el tráfico, ¡qué día de playa!, el tráfico, ¿quién va a ser el nuevo compañero/a de doble mixto?, el tráfico, ¡vamos Delpo en el US Open! y demás) cuando irrumpió Heinrichs y comenzaron sus historias. Una tras otra, subiendo en intensidad con la pasión de un iluminado, hasta que todo lo que no fueran los océanos quedó en un segundo plano absoluto.
Heinrichs contó de los trabajos de periodismo encubierto que hicieron que el mundo entero tomara conciencia de la forma en la que en Asia se matan indiscriminadamente tiburones, en busca de sus aletas; de sus producciones en la National Geographic, la BBC y CNN; de cómo logró que, poniendo a una modelo a bailar bajo el agua con algunos de los seres más temidos de los océanos, que el gobierno de Australia cambiara sus políticas respecto a tiburones. Y, por supuesto, de las veces que su vida estuvo en peligro, siempre por gobiernos o mafias de pescadores, nunca por animales.
Heinrichs llegaba a los postres porque venía de dar una serie de conferencias sobre la preservación de los océanos e inaugurar una celebrada muestra de fotos en el Southampton Arts Center sobre la vida submarina. Esto, en plena temporada, cuando muchos de los personajes más poderosos de la vida pública y financiera de la Gran Manzana están de vacaciones en estas playas y prestan el oído. Y a Heinrichs, en plena ebullición, parecía que nada iba a frenarlo.
Ayuda en su misión, naturalmente, que además de intenso y carismático Heinrichs sea… bueno, espléndido como un actor de Hollywood. Pelo lacio perfecto, mandíbula cuadrada, ojos (irresistible caer en este lugar común, pero realmente son como un vasto océano gris); la camisa siempre está entreabierta y deja adivinar los pectorales marcados, pero hay algo más: del cuello de Heinrichs cuelga un anzuelo gigante de tiburón.
"Me salvó la vida", confesó a los comensales. Heinrichs contó cómo, años atrás, con un grupo conservacionista, pasaba unas ocho horas diarias patrullando la isla Cocos de Costa Rica. Ésta había sido declarada patrimonio de la Humanidad, pero su fauna marina estaba siendo afectada por la pesca indis-criminada de tiburones. Uno de los animales que rescató sacándole el anzuelo y devolviéndolo al mar le quedó en el recuerdo como the one who got away, el que tuvo suerte y pudo escapar de la muerte certera. En vez de tirar el anzuelo, Heinrichs se lo puso al cuello y nunca más se lo sacó.
Unos años después, él estaba filmando episodios de mafia pesquera en Ecuador. Un hombre empezó a sospechar y le puso un machete al cuello. "Soy un pescador de tiburones", le dijo Heinrichs mostrando su inusual pendiente, y con eso el atacante lo dejó ir sin más al considerarlo de los propios.
Esta aventura, así como muchas otras, apareció en la televisión argentina cuando Discovery Channel pasó el eco-thriller Racing Extinction –La cuenta regresiva, donde Heinrichs era una de las estrellas retratadas. Fue estrenado en 30 países en simultáneo y, en Nueva York, se proyectaron imágenes sobre el Empire State Building. Pero Heinrichs, ganador del Emmy, que ha recibido todo tipo de honores y premios al conservacionismo y que ya fue nombrado Sea Hero of the Year, en diálogo con LA NACION revista cuenta por qué sigue yendo por más.
–¿De chico te imaginabas una vida así?
–Nací en Sudáfrica, y disfrutaba mucho de la vida costera. Cuando tenía seis o siete años presencié como el gobierno apilaba los cuerpos de tiburones que habían sacado de lo que ellos llamaban "áreas protegidas para los bañistas". Sentí en el fondo de mi corazón que había algo profundamente equivocado en lo que estaba observando, pero sabía qué hacer. Al año siguiente nos vinimos a vivir a los Estados Unidos y hasta que no entré en la universidad, no volví a bucear como cuando era chico. Cuando lo hice, mi sorpresa fue mayúscula: los mares no tenían nada que ver con los que yo había conocido en la infancia; en mi propia vida había muchísima belleza que había desaparecido. Quise entonces empezar a documentar tanto la destrucción acontecida como maravilla que todavía quedaba, pero, claro, tenía que ganarme la vida. Me gradué en Administración de empresas y me fue muy bien con un startup tecnológico. En cuanto pude, largué todo para dedicarme al mar y a transmitir el mensaje de que hay esperanza, de que estamos a tiempo de hacer algo, pero no hay tiempo que perder.
–¿Cuál fue tu encuentro más memorable?
–Fue en Tonga, hace ocho años. Vi una ballena jorobada con su cría y me puse a fotografiarlas. Sentía que la madre estaba muy relajada con mi presencia, pero que a la cría la ponía nerviosa, y empecé a alejarme. Ellas me siguieron, incluso cuando subí a la superficie. Seguí nadando y nadando para atrás hasta que me di cuenta de que no había forma de ganarles y dejé que me alcanzaran. Fue muy emocionante. La cría no quería saber nada con el tema, pero la madre literalmente la había empujado hacia mí, hasta que tuve a su ojo frente a mi cámara. Se me llenó la máscara de lágrimas. Dos siglos de industria ballenera han llevado a estas criaturas al borde de la extinción. A la madre posiblemente los humanos le habíamos matado a sus propios padres y hermanos. Pero la naturaleza es tan majestuosa y con tanta capacidad de perdón que ella me estaba acercando su bebé, lo más preciado en el mundo para ella, orgullosa para que yo lo viera. Son esos momentos los que justifican todo lo demás.
–¿Y cuáles son los demás, por ejemplo?
–Me marcó mucho cuando, estando en Indonesia con un grupo con el que veníamos trabajando en un área que se logró que fuera protegida, al estar por partir sentí ese olor que me trajo de vuelta a ese primer encontronazo de mi infancia. Estaba lleno de tiburones bebés a los cuales habían cazado por su aleta, y devuelto al mar, donde no habían podido sobrevivir. Les pagaban unos 30 dólares a los pescadores por 500 tiburones. Ver en directo la capacidad de destruir el medio ambiente por la ignorancia, la desesperación y la avaricia hizo que sintiera que tenía que ir a la línea de fuego para mostrarle a la gente lo que estaba pasando.
–No todo es sangre. También hacés trabajo con baile, moda y modelos bajo el agua para llevar tu mensaje.
–A veces, es muy efectivo. Australia había decidido mostrar que quería mantener a los turistas a salvo de los tiburones, y autorizó un método de protección de las playas que básicamente era una matanza selectiva en la cual caían víctimas, mayoritariamente, tiburones tigre. Para llamar la atención me asocié con Hannah Fraser, una extraordinaria performer subacuática, para que se acercara a ellos sin ningún equipo ni protección. Eran tiburones tigre, a veces de cuatro o cinco metros; Hannah posaba y los acariciaba. Hicimos un film, basado en la estética de Avatar, que fue difundido hasta por los programas generalistas como Good Morning America. En veinticuatro horas llegó a 40 millones de personas. Tuvimos más de 10 mil cartas para el gobierno australiano, que entregamos inmediatamente en mano. Poco tiempo después, la medida se levantó.
–Y luego siguieron con las mantas.
–Sí, se acercaba la Convención Internacional de Comercio de Especies en Peligro, que es la única que puede poner medidas internacionales de protección, y nos dimos cuenta de que la mantarraya es considerada una especie asesina cuando no podría haber un ser más gentil, si bien enorme. Debíamos protegerla de la pesca destructiva de la que era víctima por el uso en su branquia como tónico medicinal, en China. Esta vez, Hannah, vestida de gitana, se fue al fondo del mar y se puso a bailar con una de ellas a medianoche. El efecto fue totalmente surrealista. Logramos tapas de muchos de los principales medios y una gran mayoría de los delegados votó para que la mantarraya quedara incluida en la lista de animales protegidos.
ENCUENTROS CERCANOS La charla en Southampton no podría haber llegado en un momento más indicado. Todos los años, uno de los grandes encuentros del balneario es la proyeccion al aire libre de Tiburón, la película de Steven Spielberg. Es una cita que se volvió de culto, donde grandes y chicos se juntan para volver a ver el film y gritar al unísono desde que aparece el título. Se supone que, originariamente, la película iba a estar situada en este balneario, pero la producción decidió mudarla a Martha's Vineyard porque necesitaba dar sensación de aislamiento, algo imposible en estas playas, con tan fácil comunicación con Nueva York. Para Southampton, esta proyección anual es una suerte de revancha por haber sido omitidos de la fama. Pero aunque el parque donde se proyecta es al lado de la sala de exposiciones donde expone Heinrichs, nadie espera, en realidad, verlo por allí.
–¿Por qué tu pasión por los tiburones?
–Porque los medios y los mitos los pintan como un asesino de hombres, bruto y voraz, y no podría haber nada más lejano. Los humanos nadan en el océano 7 mil millones de veces al año. Hay unas cinco muertes por ataques de tiburón al año. Estadísticamente, eso es que la posibilidad de que nos pase es casi inexistente. Al mismo tiempo, nosotros matamos cientos de millones de tiburones por año, en general para el comercio de aletas. Nuestro miedo es irracional, no lo apoyan las estadísticas, pero el daño que estamos creando al medio ambiente con nuestra propia matanza de tiburones es, en cambio, muy real.
–¿Qué hay que hacer en un encuentro con un tiburón?
–El tiburón evolucionó para eludir el riesgo, y nosotros somos riesgo. En el muy excepcional caso de un encuentro con un tiburón, no hay que escaparse en pánico, porque eso nos clasifica de presa. Si en lugar de eso, nos acercamos hacia él, en más del 99 por ciento de los casos se va a escapar, porque nos va a tomar como predador. Igualmente, quedan tan pocos tiburones que casi no hay de qué preocuparse. Nuestro mayor temor debería ser ya no poder tener un encuentro con alguno.
–¿Qué opinás de la película Tiburón?
–Conozco bien a Wendy Benchley, la viuda de Peter Benchley, quien escribió la novela original [fue publicada en 1974]. Él pensó que estaba proveyendo de entretenimiento, nunca imaginó el fenómeno que desataría. Se volvió un importante luchador por la conservación marina y pasó el resto de sus días tratando de deshacer lo que Tiburón había creado.
–¿Qué debería hacer el ciudadano de a pie para colaborar?
–Lo primero es informarse, porque todo lo que hacemos tiene un impacto, que puede ser positivo o negativo. Las tres áreas clave son: cómo consumimos, cómo eliminamos desechos y el uso que hacemos de energía. Por ejemplo, ante productos que vienen del mar, hay altas posibilidades de que algunos sean de industrias pesqueras que están siendo destructivas, no solo del tipo de animal que buscan, sino de otro tipo de pescados que luego vuelven a ser echados al mar, muertos o moribundos. Esto impacta la vida de las tortugas, de las ballenas, de los tiburones y demás, entonces hacer elecciones sustentables en la alimentación es fundamental. Luego, hay cosas pequeñas que, si todo el mundo empieza a hacer, tendrán un efecto inmenso. Por ejemplo, no usar plásticos que no se pueden reusar y que afectan los océanos, como botellas de agua o sorbetes. Finalmente, está el tema de los combustibles tradicionales y su polución al medio ambiente. A partir de estas decisiones cotidianas, sí, hay organizaciones con las que contactarse y que pueden ayudar, pero eso es el primer paso.
–¿Cómo decidís qué comer en tu vida personal y profesional?
–Soy vegetariano, más que por una cuestión de salud, por una cuestión de impacto al medio ambiente. Trato, además, de no comer huevo, leche y demás, pero con mi trabajo viajo mucho y no quiero estar llevándome comida especial en envases desechables. En esos casos, tomo decisiones puntuales prácticas que incluyen alimentos que no son basados en las plantas.
–No es uno de los territorios donde solés trabajar, pero, ¿estás al tanto de lo que pasa en la Argentina?
–La Argentina tiene una costa vibrante con corrientes poderosas que proveen todo tipo de nutrientes que atraen especies muy emblemáticas como las ballenas. Pero hay mucha pescadería y hay una amenaza para los tiburones por las aletas que van a Asia, pero también por la pesca, para el consumo de su carne. Hay mucha belleza y riqueza en el ecosistema de ustedes, pero necesita ser protegido.
–¿Siempre te sentís seguro bajo el agua? ¿Cómo sabías que las orcas que enfrentaban a los cachalotes no te iban a atacar?
–Los del barco me miraban como loco porque me tiré a esa escena que parecía de Jurassic Park. Y yo tampoco estaba tan seguro de lo que hacía. En un momento, una orca hembra se desprendió del grupo y se me vino encima. Yo temblaba tanto que sentía como cada hueso, y cada pedazo de metal de la máquina de fotos, vibraban en el agua y eso llegaba a su radar. Pero decidí aferrarme a mi creencia más profunda de que no son asesinos elementales, sino cazadores profundamente inteligentes que hacen sus cálculos antes de actual. Frente al festín que tenían delante yo no podía ser del menor interés. Y, efectivamente, luego de inspeccionarme, la orca dio media vuelta y se volvió a para seguir atacando a los tanto mas tentadores cachalotes.
– ¿Qué opinan tu familia y tus seres queridos de tu trabajo?
–Por mucho tiempo, creo que no entendían realmente qué hacía, especialmente cuando abandoné el startup exitoso para esto. A medida que mi trabajo iba apareciendo en los medios, se fueron enterando, y creo que lo fueron valorando. Pero hasta que no vieron lo que hacía con la cámara oculta en Racing Extinction no se habían dado cuenta de los riesgos que tomaba, y tuve que dar muchas explicaciones.
–Tenés hijos pequeños. ¿Te gustaría que siguieran tus pasos? En la comida de tenistas que te conocí, todos nos preguntábamos si los estarías introduciendo a otras pasiones, tal vez menos peligrosas…
–Tanto mi mujer como ellos son buenos buceadores, y sin duda quisiera que mis chicos tuvieran un compromiso con el océano de por vida. ¿Que lleven su compromiso por la preservación al extremo que yo lo llevo? Eso, tengo que reconocer, ni a mí me queda tan claro.