
Sofisticada, informal o kitsch: funcional o decorativa, la ropa y sus mensajes
Vociferaron los medios cuando, hace ya hace unos años, Karl Lagerfeld, el modisto más mediático que jamás existiera, arremetió en una entrevista contra los pantalones de jogging, definiéndolos "una señal de derrota", y afirmando que uno sale en jogging cuando pierde el control de su vida. Se ofendieron quienes solían llevarlos y los medios denunciaron una actitud clasista.
¿Era el caso? Claramente.
Con esa reflexión, Karl suscribía a la doctrina del comme il faut indumentario, el código absolutista de la buena apariencia, compartido y practicado por cuanta élite y cuanto establishment y estrato elevado existía en el mundo en que él, couturier consagrado, vivía y triunfaba, y donde la adecuación sin fallas del gusto personal al estatuto colectivo es una virtud y la conformidad a las normas una obligación ineludible.
En tal contexto, el porte en la vida cotidiana de lo que no es más que una variante de calzón devenida en prenda deportiva, es visto como un desperfecto del carácter. Que en su tarea de reinvención de Chanel, Lagerfeld recurriera, contradiciendo estos preceptos, a efectos de estilo decididamente llamativos, o cuidadosamente camp, era considerado una irreverencia divertida, y necesaria para el rejuvenecimiento de la marca. Lo que verdaderamente contaba para su clientela y la prensa a su diapasón, era que Lagerfeld, couturier todo terreno, les proveyera, como bien hacía, cuantiosos modelos garantizados chic a toda prueba.
No menos paradojal resultaba que el look personal de Karl difiriera del modelo admitido para los señores de su edad, pero allí funcionaba la dispensa que en todo círculo social cerrado se hace en favor de la excentricidad, entendida como una suerte de bohemia refinada, admitida como excepción confirmatoria de la regla, para las personalidades artísticas o presumidas tales.
La vestimenta nunca es sólo funcional o sólo decorativa. Bajo todas sus múltiples formas, es siempre un medio de exteriorización de creencias, en gran parte heredadas, valores de clase, o de pertenencia cultural. Como tal, transmite mensajes de una gran claridad. A través de la ropa nos damos un rol y un lugar en el mundo, a la vez que expresamos nuestras ansias, nuestras aprensiones, nuestras aspiraciones.
Karl, experto lector del atuendo ajeno, interpretaba correctamente el pantalón de jogging como un nuevo jalón en la expansión a todos los niveles de la llamada casual fashion, la informalidad radical para ambos sexos y todas las ocasiones, devenida modélica en el nuevo siglo.
Otra contradicción: a pesar de sus declaraciones, Karl, siempre ávido de cambios formales, acabó incorporando a su repertorio todas las piezas del limitado vestuario deportivo, incluido el denigrado pantalón de entrenamiento, del que ofreció versiones altamente estilizadas, más cercanas a la malla segunda piel, en colores delicados y materias visiblemente costosas.
Temo que hoy ya no importen esos ejercicios de transformación de lo low en high a los que él nos acostumbró. Al nuevo público rico no le interesa imitar a las clases privilegiadas que lo precedieron ni adoptar sus categorías.
Prefiere la moda que a medida de su gusto engendran muchas de las marcas de la cúspide del mercado: discordante, recargada, kitsch sin escrúpulos.
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