Con una experiencia tan sólida como la de sus característicos muebles de madera rubia –y el aporte de su talentosa mujer y artistas amigos–, Mark Tuckey creó una marca de interiores ciento por ciento australiana
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La cita es en Newport, una de las fantásticas "playas del norte". Son sólo 35km desde el centro de Sidney, pero salimos con tiempo. Y llegamos demasiado temprano, obvio. Desde el auto, distinguimos a la inconfundible Louella –el paso apretado, cargada de flores– preparándose, evidentemente, para recibirnos. Vamos a dar una vuelta, porque no hay nada más pesado que esas visitas que caen cuando todavía estás con el pelo mojado, ¿no?
Louella es la mujer de Mark Tuckey, un hombre que, después de reinventarse muchas veces (y en los últimos casi diez años, con su colaboración), hoy tiene una marca de muebles diseñados y producidos localmente, reconocidos por sus virtudes australianas: naturales, orgánicos, sólidos, con un toque de desenfado en el color y una estética contemporánea que es elegante pero integra el espíritu del mar y la playa. "Crecí en este mismo lugar (di una vuelta larguísima por la vida y por el mundo hasta que volví) y, desde adolescente, me vinculé con gente creativa y preocupada por el medio ambiente: si no hacías algo por contribuir con esa causa, no existías", dice Mark.
"Sólo trabajamos con maderas forestadas o recicladas. Mark fue muy vanguardista en ese aspecto: lo hacía hace veinte años, cuando nadie hablaba de ser green"
Louella hizo una carrera más prolija, pero en la que no estuvo ausente el azar. Estudió diseño de muebles en su Inglaterra natal, trabajó nada más y nada menos que para el legendario Sir Terence Conran, y el destino la reunió con su marido cuando la mandaron a abrir una de las sucursales de The Conran Shop en la ciudad de Melbourne, donde se quedó y empezó a trabajar como diseñadora, decoradora y estilista para distintas publicaciones.
Esta dupla-topadora tiene los roles bien repartidos, pero engaña por las apariencias. Si él conserva la actitud cool propia de su pasado de surfista, es, según su mujer, el que maneja los hilos, dibuja la estrategia comercial, ve el bosque más allá del árbol e interviene en los prototipos, porque sabe qué funciona y qué se puede. Ella, divina como una modelo, hace cualquier cosa menos hacerse la linda: crea los nuevos diseños, se encarga de seleccionar los accesorios y ambientar el local y, con la misma gracia con la que acomoda tres hojas de helecho en los frascos de laboratorio que aquí se usan de florero, se saca las sandalias animal print, se sube a una de las tantas mesas de madera maciza y, taladro en mano, en un minuto y medio cuelga un cuadro porque le parece que, para la foto "este rincón necesita un poco de color". Y así nomás salta y desaparece, como una ráfaga, a seguir organizando el día, ahora munida de otra arma que echa humo: su celular.
Enviadas especiales: Mariana Kratochwil e Inés Marini.
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