La traición de su marido, la actitud de su amiga y escribir sobre el tema: “Hablar de desamor también es hablar de amor”
¿Cómo escribir acerca del amor cuando dejamos de creer en él?
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En el taller de escritura tocaba escribir acerca del amor, y si bien Valeria tenía muchas cosas para decir acerca del amor, hubo otra palabra que se interpuso en el camino y que instaló una nube negra que no pudo sacarse de encima. El amor, ese término tan popular y querido por el mundo entero, tan lleno de belleza y suspiros, se perdió en la oscuridad de sus pensamientos. En cambio, esa otra palabrita resonaba insoportable, como un taladro.
Traición. La traición había matado al amor. La traición había despertado ese deseo de venganza que había aprendido a suprimir, porque la venganza es mala, envenena al perpetrador y ella no quería sucumbir en esa miseria.
`No puedo escribir acerca del amor´, le dijo a la coordinadora del taller. `Solo puedo pensar en la traición. Yo deposité todo mi corazón en una persona que me traicionó. Peor todavía. Deposité todo mi amor en dos personas, y me traicionaron: mi marido y mi mejor amiga´, sentenció.
`Entonces escribí esa historia´, sugirió la tallerista. `En definitiva, hablar de desamor, también es hablar de amor. Lo que no es pone en evidencia lo que esperamos que sí sea´.
A la semana siguiente, con voz temblorosa, Valeria leyó.
El sueño perdido
A Ricardo lo conocí una tarde de verano, yo todavía no había cumplido los 18 años. Recuerdo ese día con claridad, hacía mucho calor, ese calor que arde en las Sierras Cordobesas. El arroyo era el punto de encuentro para los jóvenes, que entre mates y chapuzones desde las rocas, pasábamos los días enteros al aire libre en lo que fueron los mejores tiempos de nuestras vidas.
Siempre medio torpe, en algún momento quise pasar de una piedra a otra, me resbalé y me doblé el tobillo. Varias personas vinieron a mi rescate, pero yo solo recuerdo a Ricardo, que se preocupó, me dio consejos para no dejar avanzar el esguince y se ofreció más tarde a llevarme en su camioneta destartalada a casa.

Dicen que decir que fue amor a primera vista es algo cursi e imposible, pero yo me enamoré desde que lo vi. ¿Síndrome de princesa que desea ser rescatada?, tal vez, en definitiva era el cuento de la época. A mis amigas se los conté como si fuera la protagonista de la historia de amor perfecta. Natalia, mi mejor amiga, me alentó desde el comienzo a decir que sí cuando Ricardo me invitó a tomar un helado en la heladería-café de moda. Para mí era fundamental que ella creyera que Ricardo estaba bárbaro y que me había ganado la lotería.
Antes del encuentro, Natalia vino a casa. Mis nervios eran mi mayor preocupación y ella, tal como lo hacía desde que éramos muy chicas, puso un tema de Soda Stereo, me agarró de la mano, me levantó de la cama y me instó a bailar como una loca. `Saca los nervios, te hace olvidar del mundo´, solía decirme, y tenía razón. Yo, siempre tan mental, la seguía medio patadura hasta aflojarme y revolear los pelos. Ese día, después de la sesión de liberación, elegimos un atuendo casual, pero cuidado, el punto medio para parecer cercana, pero con un toque especial. Toda una ciencia ahora que lo pienso. Natalia aprobó mi vestuario final, me hizo una trenza finita a un costado de mi cara y se aseguró de que no me olvide del perfume.

Llegué a la heladería y él ya estaba ahí. Eso me encantó, que no fuera yo la que tuviera que esperar. Con la sonrisa más linda que pueda existir, me preguntó de qué sabor quería el helado. Le dije dulce de leche y menta granizada y sonrió. Ah, de las especiales, me dijo, y prometió tenerlo siempre presente (algo que supo cumplir en el futuro). Tras una primera hora de palabras algo tímidas, Ricardo me miró a los ojos y me preguntó con qué soñaba en la vida. `Vivir en una casa con mucho verde para tener una huerta y animales, vivir un gran amor y formar una familia´, le dije. No creo que lo haya dicho de una manera tan poética, pero jamás olvidaré que me sorprendí a mí misma por mi respuesta: nunca antes le había confesado mis deseos a un chico, el consejo era no hacerlo para no espantarlos. `Ojalá sea el afortunado de poder cumplirlos´, me dijo él, y yo ya estaba perdida.
A partir de entonces, Ricardo fue todo lo que uno podría pedir del amor: un novio presente, amoroso, respetuoso, atento, estudioso y trabajador. Me cuidaba y estaba en todos los detalles; me escuchaba y por eso siempre acertaba cuando aparecía con algún regalo, propuesta o consejo. Y cuando, tras tres años de novios, me propuso matrimonio, mi sí fue el sí más sincero de mi vida, salió desde el alma.
Tenía 22 cuando nos casamos. Muy jóvenes, es verdad, incluso para esos tiempos, los años 90. Aunque no tan poco común para dos chicos provincianos. Natalia, por supuesto, fue mi testigo y lloró conmigo el día de la boda. Compartió palabras que conmovieron a todos los presentes y, claro está, también fue la madrina de mi primer hijo, que junto a los que siguieron, creció en una casa modesta pero con mucho parque, huerta y animales.

Es cierto que los años pasan, que los hijos ocupan la vida, que las preocupaciones asaltan el sueño y que las procesiones se empiezan a transitar en soledad, por dentro, pero Ricardo y yo estábamos el uno para el otro. O al menos así lo creía. A veces no comprendo qué pasó, la imagen de ellos juntos el día que los descubrí no tiene ningún sentido y menos si me atreviera a contar la historia de ese otro amor que compone la amistad, la que tuve con Natalia y que nació cuando estábamos en jardín de infantes.
No sé qué traición dolió más en el momento. Lo que sí sé es que la de mi marido cicatrizó después de varios años y la de Natalia parece estar cerrando recién ahora. La herida que todavía duele a carne viva es la de los sueños perdidos.
El tiempo y la esperanza
Valeria terminó de leer su escrito y se secó las lágrimas. `Hay mucho no dicho en tu texto´, dijo la coordinadora, `Un superpoder de la escritura es que podés liberarte de emociones que cargas por dentro: no solo las malas, también las buenas. Y hay un manejo interesante del tiempo de la historia. Entrás en un relato cronológico, pero de pronto comenzás a jugar con la aceleración y la dilatación de la historia. Y la elipsis. Al comienzo contás poco tiempo con muchas palabras, después mucho tiempo con pocas. Esa es una de las riquezas de la escritura, otro superpoder: manejar a nuestro antojo el tiempo. Y, en este caso, también el amor, ¿te diste cuenta?´
“Si me había dado cuenta”, confiesa hoy Valeria al repasar su historia. “Al escribir acerca del amor le di más tiempo y detalle a lo que creo de él, a lo que me conmueve de él, y a lo que me gusta pensar de él. Y poco espacio para la traición. Sé que un lector siente más la traición si el escritor se extiende en la construcción del amor y la confianza. Pero para mí, extenderme en el amor y no la traición me devolvió la esperanza”.
Si querés contarle tu historia a la Señorita Heart, escribile a corazones@lanacion.com.ar
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