
Tom Waits, el persistente
Con dos nuevos trabajos discográficos a punto de salir del horno –Blood Money y Alice–, el músico es un ejemplo de coherencia estética Texto: Jon Pareles Lejos de su imagen de nubes de humo de tabaco y efluvios de alcohol, el compositor es un hombre de familia que se levanta temprano cada mañana y el padre de tres hijos, una de ellos en etapa universitaria
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San Francisco.– La luz del sol no parece la atmósfera adecuada para Tom Waits. Sus canciones suelen transcurrir en territorios lluviosos y nocturnos, poblados de marginales y bichos raros, donde su voz rasposa y sus sonidos de depósito de chatarra no perturban a los transeúntes. Pero Waits parecía cómodo al mediodía en un pequeño restaurante de una ciudad del norte de California, muy cerca de su casa, almorzando un minestrone y contando afablemente cómo ha hecho para crear y mantener su zona propia y peculiar –algo así como un cuarto trasero, o un búnker– dentro de la música estadounidense. “Simplemente trato de seguir mi propio camino –dice–. Hay que creer en uno mismo y atravesar las modas. Todo el mundo quiere que sea verano siempre, en las relaciones y la carrera. Cuando el tiempo empieza a cambiar, creen que lo mejor es abandonar. Así que seguir adelante exige mucha persistencia.”
Presente y pasado
Tom Waits es, a los 52 años, un hombre de familia que se levanta temprano cada mañana para disfrutar de la compañía de su esposa y colaboradora musical Kathleen Brennan, y de dos de sus tres hijos (su hija de 18 años está estudiando en la Universidad).
Según dice, hace nueve años que no bebe, y sus épocas de alcoholismo autodestructivo han quedado dos décadas atrás. Pero desde su primer álbum, Closing Time (1973), hasta los dos nuevos a punto de aparecer este mes, simultáneamente, Blood Money y Alice, Waits no ha dejado de examinar los vericuetos más oscuros, poblando sus canciones de borrachos, prostitutas, vagabundos, travestis, suicidas y algunos políticos descarriados. En ellas el verdadero amor choca contra la brutalidad del destino, y la observación minuciosa y aguda se disuelve en imágenes surrealistas. Su música convierte himnos y canciones de cabaret, baladas y blues en una colección de sonidos que, en sus nuevos discos, están producidos, por ejemplo, por campanas suizas y un palo de lluvia indonesio de más de un metro de longitud y, según dice, “grueso como la Biblia, con semillas tan grandes como un CD”.
Las melodías tienen algo de Stephen Foster, algo de Kurt Weill, algo de Louis Armstrong, algo de Captain Beefheart y algo de música circense; claras pruebas de que Tom Waits está perfectamente conectado con su propia constelación, y que no le importa que las influencias sean evidentes.
“En casi todos los compositores es posible rastrear lo que han escuchado –dice–. Es como examinar las entrañas de un animal y decir cómo fueron sus últimos días. ¿Cómo reconciliar los irreconciliables deseos musicales con los sueños y los anhelos y los recuerdos? Es casi imposible. Creo que me siento más cómodo visitando diferentes lugares. No sé si he hecho algo que sea una síntesis de las cosas que amo. Creo que no las dejé suficiente tiempo en el mezclador.” En algunas canciones de Waits, sin embargo, ha habido melodías y letras suficientemente directas como para que fueran convertidas en éxitos populares por los Eagles o Rod Stewart, como ocurrió en el caso de Ol’ 55 y Downtown Train. Pero otras nunca tendrán ese destino.
Blood Money empieza con canciones llamadas Misery Is the River of the World (La miseria es el río del mundo) y Everything Goes to Hell (Todo se va a la m...). Por su parte Alice, un ciclo de canciones escritas para una colaboración dramático-musical con Bob Wilson, en 1992, es un álbum inundado de soledad y muerte. Pero ambos discos son bipolares, combinando una profunda misantropía y pesimismo con canciones de amor nada irónicas y muy puras como Coney Island Baby, de Blood Money, en la que Waits entona con su voz áspera: All the stars make their wishes on her eyes (Todas las estrellas piden deseos al ver los ojos de ella).
Un tipo sentimental
“Soy un viejo blandengue –dice Tom Waits–. La mayoría de los autores escriben la misma canción una y otra vez, de distintas maneras. Kathleen dice que yo escribo cosas sentimentales o hablo de la muerte. Y sí, puedo ser frío y muy cálido. Me gusta la melodía y me gusta la disonancia. Tal vez sea una personalidad alcohólica. Me enfurezco y lloro.” Por la calle pasa un camión de una empresa llamada Excavaciones en lugares estrechos, y Waits esboza una sonrisa al leer el nombre. “Eso es lo que yo hago –dice–. Me meto en lugares a los que es difícil llegar. O porque los demás no quieren que uno llegue o porque está muy oscuro y no hay espacio, y no es nada cómodo. Esos son los buenos lugares, los que hay que buscar. Así se da voz a gente para la que nadie ha escrito canciones, que no tienen oportunidad de contar su historia, y para mí es bueno sacar a toda esa gente de mi cabeza, descargarla y hacer espacio para otras cosas.” La voz áspera de Waits –“Soy la arena en el sándwich”, dice– es adecuada para sus personajes barriobajeros, e impide que sus narradores arrasados por el amor resulten demasiado sentimentales. Pero durante la primera etapa de su carrera, en los años 70, su voz contrastaba con el fondo musical más bien convencional.
Cuando se casó con Kathleen Brennan, en 1980, ella lo instó a convertirse en su propio productor. “Me gusta que mi música tenga hollejo y cáscara y carozo y pulpa –explica Waits–. Hasta ese momento sentía como si me fotografiaran la cabeza sobre el cuerpo de otro. Kathleen me dijo: Mira, podemos encontrar músicos. Encontraremos un ingeniero de sonido. Podemos conseguir el dinero para una compañía grabadora. Tenemos aquí 12 canciones. Vamos, lo haremos nosotros. No tienes que darle ningún porcentaje a un productor.” El resultado fue el disco de Tom Waits de 1983, Swordfishtrombones, con arreglos llenos de quejidos y chirridos y tañidos, tal como ocurriría en las dos décadas siguientes de la producción de Tom. “Ciertos sonidos me atraen –dice el compositor y cantante–. Siempre me han gustado las cosas que suenan como si trataran de alcanzarte desde lejos, y que me hacen sentir que debo ayudarlas. Me gustan los clank y los bum y me gusta el vapor. Creo que sería un buen título para un disco: Clank, Boom and Steam. ¡Clank, bum, pssst! Tiene algo de locomotora, de locomotora de carbón”.
Waits le llevó Swordfishtrombones al presidente de la compañía grabadora Elektra-Asylum. “Y me dijo: No conseguirás nuevos admiradores y perderás los que tenías”, recuerda Tom.
Pero Island Records aceptó el álbum y siguió aceptando otros de Waits en los que las canciones se hicieron cada vez más duras y apocalípticas. Sin embargo, en el momento en que terminó su contrato, la empresa había sido comprada por Polygram, que más tarde fue absorbida por el grupo Universal Music. “Las compañías grandes son más bien como países –acota–. O son como aguas vivas: carecen de anatomía pero pican.
“Las compañías grabadoras ya no están interesadas en mantener, nutrir o respaldar el crecimiento de un artista. Quieren que uno sea una vaca lechera inmediatamente. Y cuando uno deja de dar leche, va a parar al asador.” Waits acabó por pasarse a la grabadora independiente Epitaph y a su marca Anti, cuyo catálogo incluye a la banda punk Bad Religion y a Merle Haggard, la leyenda del country. Tras un intervalo de seis años entre un disco y otro, Mule Variations (Anti, 1999) vendió un millón de copias, y los fans del rock alternativo adoptaron a Waits como congénere inadaptado.
Alice y Blood Money fueron grabados simultáneamente. “Es tan trabajoso reunir una banda y todo eso –afirma Tom–, que una vez que se aceitó la sartén es casi vergonzoso hacer un único panqueque.” Pero ambos discos son tan diferentes como el sonambulismo y el insomnio crónico. Alice, que fue libremente inspirado por Alicia en el País de las Maravillas, está colmado de canciones sobre los sueños y muchas de ellas se desarrollan con el fondo de percusión con escobillas y metales susurrantes. Blood Money es mucho más duro, y oscila entre un desaforado brío carnavalesco y ominosas canciones de cuna.
Ambos discos eluden la guitarra, deliberadamente. “Kathleen me dijo: Tratemos de resolver algunos de estos problemas sin guitarra. La guitarra es demasiado versátil, infunde cierta normalidad. Me gusta escuchar cosas un poco más conflictivas. Es como si uno intentara caminar hasta la esquina con una venda en los ojos.” Probablemente, Tom Waits salga de gira pronto. “A veces me preocupa un poco grabar, porque es como si uno se comiera las plumas y desechara el pájaro. Actuar en vivo es diferente, como escaparse con el circo.” Mientras tanto, trabaja en canciones nuevas. “A veces salen tan rápido que no alcanzo a atraparlas –confiesa–. Y otros días hay que pasarse horas rogando para que aparezca alguna. Y hay que esperarlas. Tengo grabadores por toda la casa. Hasta puedo garabatear notas sobre una servilleta. Pero lo que realmente he aprendido a hacer es ejercitar mi memoria. Si tengo una melodía en la cabeza, el desafío es recordarla todo el día. Y después cenar, olvidarla y más tarde, si aún la recuerdo, la grabo. Si creo que es una melodía verdaderamente buena, no la olvido. Algunas se pierden. Y ésas son las mejores canciones, las que se me escapan.”
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