Yésica aparece de la mano de Damián. Mueve un poco la cola. Hacen una ronda para impresionar a su público. En un extremo del rectángulo cerrado por hierros y bajo un tinglado de chapa, Zulema, vieja y experimentada madame, mira hacia el horizonte esperando su turno para entrar en acción cuando la cosa se ponga difícil. La luz del amanecer tiñe todo de un suave amarillo y hace un poco de frío; la cuestión se retarda. Damián vuelve a tironear a Yésica y dan otra ronda. Cuando pasan frente a él, Sabroso pega entonces el primer bramido, acompañado de un leve saltito. Hernán destraba la puerta y la mole de 900 kilos hace un trote directo hacia la vaca, que se aleja suavemente para evitar el contacto. Los otros cuatro toros, en sus respectivos boxes, lanzan balidos, pequeñas y ruidosas exclamaciones de deseo sexual. Sabroso no se decide. Olfatea larga y espaciadamente. Babea. "¡Va, va, va, vamooosss!", lo alienta Damián. El toro desenfunda y se abalanza, decidido, pero una mano desvía el objetivo. Es Luis, el operario encargado de una parte clave del trabajo: la manipulación del pene del toro. Ahora Sabroso luce fuera de sí, con la idea fija. Pegado al trasero de la vaca, vuelve a levantar su inmensidad y dispara: en ese preciso y único bombeo, Luis coloca magistralmente una vagina artificial, donde se colecta el semen, e inicia el camino de la genética bovina, el primer paso de un largo proceso que redunda en el prestigio de la carne argentina.
La genética controlada es lo que buscan los productores de ganado, cuando quieren mejorar (mediante la compra del semen con el que preñan a sus vacas reproductoras) las condiciones de cría, tanto para el mercado de la carne como para el lechero.
"Es como una película porno lo que intentamos simular y, cuando uno de los animales se entusiasma, contagia a los demás", explica Tomás Giacomantone, gerente de producción de Cabaña Las Lilas, una empresa de genética con más de 100 años de historia. La recreación en el centro de colecta es, en realidad, lo que sucede en el campo abierto cuando una vaca está en celo: una ceremonia que puede incluir hasta cruces violentos. La tarea de los tres cuidadores que conviven con los toros es la de encontrar y conocer sus mañas, con la idea de generar un estímulo general. "Y con eso, se busca obtener mayor concentración del eyaculado", completa Tomás. "Por eso el primer estímulo es visual, luego lo hacemos montar en falso desviando el camino del pene y eliminando el plasma seminal, que no puede fecundar", añade. Cuando está al máximo de su libido, al toro se le presenta la vagina artificial, que tiene un compartimiento para el semen y está a 37°, la temperatura corporal. Y cuanto más estímulo previo, más eyaculado. Y más espermatozoides.
Potencia de laboratorio
Aquí, los 60 toros seleccionados son los mejores entre los 2.500 que la firma comercializa anualmente. En el centro ubicado en San Antonio de Areco, viven una vida all inclusive con la bella y nutritiva pampa como paisaje, atendidos las 24 horas, acicalados, con alimento balanceado, chequeos cotidianos, ajenos a cualquier riesgo, incluso al contacto inmediato de cada nuevo animal que se suma, que pasa su cuarentena en un lazareto vallado de árboles y ligustrinas. El día anterior a las colectas, que se realizan martes y viernes, los toros son retirados de sus piquetes para el baño inaugural. Hernán, Luis y Damián manguerean y frotan las moles de diversas razas y cruces, bichos de un tamaño descomunal y, a la vez, armoniosos, tallados a mano: cada músculo en su lugar, con gibas perfectamente onduladas. "Cada toro tiene su carácter y, conviviendo, te das cuenta cómo es cada uno", dice Damián, enfundado en ropa de grafa y borcegos de punta de acero, a prueba de pisotones cargados con toneladas. "Cada tanto aparece alguno manso, que hasta te podés acostar a su lado, ¡pero la mayoría son bravos!", sigue. Los toros conocen tanto a sus cuidadores que, apenas se acercan, van hacia su encuentro.
"Todo el proceso arranca con el baño", dice Tomás. Limpios y cepillados, los toros saben que se acerca la acción. El día de colecta, desayunan temprano y liviano: fardos y algo de alimento balanceado. Luego, en un camino directo hacia la lujuria animal, hacen su entrada triunfal al espectáculo de la monta frustrada:el toro jamás tendrá sexo real y concreto, al menos mientras presta servicios de genética controlada.
Desde un amplio ventanal, comunicados por parlantes desde donde emanan algunas indicaciones, y desde otra pequeña ventana corrediza, con un espacio en el que Luis va dejando los tubos con semen, el veterinario Martín Udaquiola y su ayudante, Fernando Cristani, observan detenidamente la actitud de los toros. "Hoy están apáticos", dice Martín. "Es que ayer fueron vacunados", recuerda Fernando. En esta parte del proceso, ya en el laboratorio, ambos cumplen el primer objetivo: el control de calidad en fresco del producto, un paso previo a la estabilización de la temperatura para luego iniciar su congelación. Para eso, además de un primer análisis del semen con microscopio, necesitan ver la "cadena de reflejos" del toro: su actitud al buscar a la vaca, la intensidad (y cantidad, ya que lo ideal son dos por colecta) del salto y del golpe. Todos indicadores que adelantan la concentración del eyaculado.
El semen del toro es muy concentrado, tiene 100 millones de espermatozoides por mililitro. Hay que tener en cuenta que, aproximadamente, la mitad muere en el proceso de congelación y descongelación.
Una vez que Luis deja el tubo para su análisis, Fernando lo etiqueta con el nombre del toro para no perder la trazabilidad que garantiza la procedencia del semen que luego se venderá. "Enseguida podemos ver con el microscopio si sirve o no, porque el semen del toro es muy concentrado, tiene 100 millones de espermatozoides por mililitro", explica Martín. "Se evalúa por ondas, de 0 a 5. Se anota la fecha, la hora, el volumen, el número de salto, y le pongo una calificación. Si a mí no me convence, lo diluyo y tengo que tomar la decisión de procesarlo o no. ¿Cuál es el límite? Cuando se mueven el 70% de los que se ven. Hay un concepto de vigor: la velocidad con la que atraviesan el campo visual", agrega. Los de Sabroso se mueven muy lento. Y se descartan. "Hay que tener en cuenta y calcular que, aproximadamente, la mitad de los espermatozoides mueren en el proceso de congelación y descongelación", justifica el veterinario.
Afuera, la película continúa. Como los toros andan un poco decaídos, los cuidadores sacan a relucir su arma secreta de seducción: Zulema, al rescate. "Esta vaca es lo mejor que hay", ríe Hernán. Tiene 30 años, 28 de servicio. "No sabemos bien por qué, pero a los toros les encanta Zulema", dice Damián, mientras la pasea por la pista. Poá, un toro colorado, vacila sin encontrar el entusiasmo necesario. Con un grito cantadito, Damián lo estimula: "Vamo’ arriba, daleee, va, va, va, va,? ¡dale, Poá!". No hay caso y vuelve a su box, no sin antes desafiar a su cuidador encarándolo para el topetazo. "¿Sabés las veces que tuvimos que correr?", dice con una sonrisa ancha y pícara Hernán.
Zulema se queda esperando al próximo y Martín, desde la pecera, se entusiasma con el salto de Fronterizo, un viejo toro rendidor. "¡Mirá cómo golpeó!", dice sonriendo. Con una gota gruesa en el microscopio, el veterinario festeja la movilidad de los diminutos renacuajos. Cuando se incorporó a Las Lilas, hace 22 años, Martín se encontró con un toro considerado "padre de razas", un Brangus (cruza de Brahman y Angus) que llevaba 17 años ininterrumpidos de servicio, algo inusual ya que, en promedio, suelen estar no más de dos y medio. "Después se fue al geriátrico, como le decimos nosotros, un retiro glorioso en el campo", lo recuerda.
Martín cuenta que, en Las Lilas, existen cuatrocriterios de calidad: no transmitir enfermedades a través del semen; que el semen preñe (hace a la reputación, los parámetros: de cada 100, se preñan entre 45 y 55 vacas con cada dosis); la calidad bacteriológica (que deprimen la fertilidad de la dosis); y, por último,que el semen recolectado sea del toro que dice que es. "Es una seguridad que el centro le brinda al cliente", señala.
Historia con pedigrí
Las Estancias y Cabañas Las Lilas iniciaron su negocio ganadero en 1912 y, poco tiempo después, se metieron de lleno en la genética bovina, con lo que fueron conformando uno de los pedigrís más extensos y prolíficos de la Argentina: 272.000 registros genéticos acumulados. Además de los clásicos remates y exposiciones –que conforman la otra gran pata visual del mercado de los toros–, Las Lilas cerró el círculo completo de comercialización con un exclusivo restaurante en Puerto Madero. La empresa funciona con seis establecimientos ubicados en distintos puntos del país, donde crían razas adaptadas a cada clima, es decir, "reproductores que cubren una parte importante del rodeo nacional de carne", explica Ignacio García Fioretti, gerente de marketing. Angus negro y colorado, Hereford, Brangus negro y colorado (cruza de Brahman y Angus), Braford (cruza de Brahman y Hereford) y los bellos Brahman blancos y grises.
El toro jamás tendrá sexo real y concreto, al menos mientras presta servicios de genética controlada.
¿Cómo se llegó a esas mezclas e intercambios genéticos? Por un arduo y largo camino de observación y evaluación de los comportamientos en el campo. "Nosotros proveemos genética; todos son toros padres propios, salidos de un proceso de selección por fertilidad: el centro se creó para multiplicar lo que generamos nosotros", apunta Tomás. Y la genética es lo que buscan los productores de ganado, cuando quieren mejorar (mediante la compra del semen con el que preñan a sus vacas reproductoras) las condiciones de cría, tanto para el mercado de la carne como para el lechero. Cada raza está preparada para cada región, como si fuera un abanico de posibilidades. Por ejemplo, un Hereford no podría soportar las temperaturas del norte argentino; entonces se lo cruza con un Brahman, que aporta rusticidad: "Es una raza índica, se adapta un animal a producir carne en condiciones más rústicas, como en el norte, con más temperatura y pastos de menor calidad, pero obteniendo la misma carne".
Hacia el mediodía, la colecta termina. No fue un día particularmente productivo, aunque tampoco fue una sorpresa. Cada vez que hay jornada de vacunación, los toros no rinden como deberían. Y es algo normal, teniendo en cuenta la vida inmaculada y rutinaria que llevan: cada alteración modifica el resultado. Luego del almuerzo y una breve siesta, el trabajo continúa en el laboratorio con el procesamiento, envasado, sellado e impresión de las pajuelas. Sí, las dosis de semen, constituido por unos 35 millones de espermatozoides, se guardan en unos pequeños tubitos de plástico llamados pajuelas. En cada salto, de ser óptimo, los toros producen alrededor de 400 dosis.
Con el semen diluido en mamaderas, Martín y Fernando inician la segunda etapa del trabajo cotidiano. En una heladera de exhibición –similar a la de una heladería–, y con una máquina llenadora e impresora, las pajuelas quedan etiquetadas con su "DNI": el nombre del toro, un número de serie otorgado por el Senasa y la fecha de la colecta. "Esto es biología", aclara Martín. Y añade: "Siempre hay que manejar todo con mucho cuidado".
La máquina se pone en marcha y, a medida que se vierte el semen en un embudo conectado con unas mangueras, las pajuelas pasan en fila y caen en una bandeja con los datos impresos que Martín va verificando en el momento. La computadora contabiliza 76 dosis aportadas por Hiram Walker, un número muy por debajo del promedio habitual. "Fue un saltito", ríe Martín. La máquina tiene capacidad para procesar 12.000 pajuelas por hora y Fronterizo, el segundo en la lista, rellena 400 en apenas dos minutos. "¡Qué buen toro!", festeja Fernando. Las pajuelas van quedando ordenadas en la heladera, que está a 4°, mientras se termina de procesar la colecta del día.
"Acá está Walt Disney", bromean ambos al abrir una cuba metalizada, una suerte de freezer plateado, donde se inyecta nitrógeno a tal presión que, al entrar en contacto con la temperatura ambiente, se evapora haciendo un efecto humeante. Adentro, dos termocuplas, una para la temperatura ambiente y otra para la pajuela, marcan el desarrollo del programa que dura 10 minutos: el tiempo que lleva congelar las pajuelas, que pasan de 4° a -194°. Martín da "enter" y en una pantalla va monitoreando el descenso de las dos curvas. Al llegar a -10°, la pajuela detiene su descenso de temperatura, libera el calor latente y, después, se entrega al poder enfriador del nitrógeno. Es, en ese momento, cuando un porcentaje importante de los espermatozoides se sacrifica. Luego, sigue una etapa trascendental: las pajuelas están congeladas y hay que traspasarlas a unos termos de conservación. El contacto del nitrógeno con la piel puede ser muy doloroso y el movimiento debe ser rápido y certero, en segundos. En un recipiente de telgopor, Fernando acomoda las pajuelas a toda velocidad para meterlas dentro del termo que, con la tapa abierta, convierte al laboratorio en la pista de baile de un boliche a plena máquina de humo.
"Tenemos un stock de 400.000 dosis almacenadas", informa Carlos Pereyra, responsable del banco de semen: un ambiente rectangular, con amplias ventanas de paño fijo, donde hay cuatro grandes termos conectados a aspiradoras de nitrógeno –sin las cuales sería imposible meter la mano– y otros más pequeños en los rincones. Una vez que las pajuelas fueron controladas y congeladas, Carlos recibe las dosis que están en condiciones de comercializarse. "Se estima que una pajuela tiene contacto con el exterior durante 15 segundos, desde que se congela, hasta que va a la manga para la inseminación. Se traslada con termitos de transporte con nitrógeno líquido", añade.
Este depósito de eternidad bovina se maneja con pinzas para evitar todo contacto con la temperatura ambiente, que puede tirar por la borda el trabajo hilvanado desde el baño inaugural y los cuidadores, la ceremonia sexual, el laboratorio y, por último, el almacenamiento y transporte. "Es una cadena que hay que custodiar", insiste Carlos. Una cadena que, a su vez, custodia el perfil productivo de la carne, tanto para venta local como de exportación.
Afuera, mientras tanto, Hernán, Luis y Damián, los cuidadores, podan los plátanos que bordean los piquetes donde descansan los toros, algunos sentados luciendo sus gibas al sol, otros bramando al paso de quien se acerque, con ojos desorbitados, largando extensas y frondosas babas. "Este es mansito", dice Hernán, esquivando el boyero eléctrico y adentrándose al piquete. Se para a su lado, lo palmea y sonríe. Damián lo acompaña y le anuncia, como si el toro supiera: "El viernes te toca, ¡preparate!".
El mercado del semen
Según los últimos datos de la Cámara Argentina de Biotecnología de la reproducción e inseminación artificial (CABIA), en la Argentina se comercializaron en 2017 unas 6,2 millones de dosis (pajuelas) de semen, un 55,5% destinada al "biotipo" de la producción de carne y un 44,5% para la lechera. El 84,3% de la genética argentina está destinada al mercado interno y el resto (15,7%) se exporta. En el país, hay 15 centros de inseminación artificial (entre ellos Las Lilas, ALTA Ciale, CGL y GenPro, los más importantes) y nueve bancos de semen e importadores que abastecen al mercado, tanto de producción de carne como de leche.