Ese domingo, como muchos otros, no había traído sorpresas. Natalia se despidió de sus amigas que habían pasado a compartir algunas horas de la tardecita y se dispuso a ordenar el departamento acompañada de algo de música. Como solía hacer cada tanto, se acercó a su computadora y chequeó si tenía algún correo electrónico nuevo, en especial de Caro, su entrañable compañera de secundario que se había ido a vivir a España. "Siempre me escribía los domingos contándome sus peripecias", recuerda, "¡Nos mandábamos mails kilométricos!"
No había mail de Caro, pero sí algunos spam molestos, que se dispuso a eliminar. Sin embargo, se detuvo ante uno que le pareció de lo más extraño, el remitente parecía corresponder a un típico correo basura, pero el asunto sonaba algo cercano, familiar. Natalia decidió abrirlo: "Te vi como hace un año ya y hoy me dio el impulso de escribirte...", comenzaba.
"La carta era anónima, se trataba de una persona que tenía un compromiso con otra mujer - según decía - y por ello no revelaba su nombre; realmente, no sabía de quién se podría tratar. Decía que me había observado durante un asado, que me había escuchado decir cosas que le habían llamado la atención y que habíamos intercambiado pocas palabras, pero las suficientes como para sentirse atraído. Con su mail quedé absolutamente intrigada y decidí contestar".
Una relación íntima sin verse
A Nati no solo le provocaba suspenso la identidad de su admirador secreto, sino que la había seducido su forma de escribir, algo que se acrecentó cuando recibió la pronta respuesta. "Tenía una forma de expresarse profunda, diferente a lo habitual, reflexiva e intimista sin caer en ningún momento en la vulgaridad", asegura la mujer de 36 años.
De pronto, casi sin darse cuenta, los mails fluyeron de a decenas, un ida y vuelta que a gran velocidad se tornó fascinante. Natalia seguía con la intriga y pronto se halló envuelta en la intensidad de los pensamientos agudos, en lo atrapante de sus conversaciones escritas. A pesar de las ganas de saber de quién se trataba, sospechaba que, revelar la identidad, implicaría la pérdida de la magia de aquel intercambio epistolar.
Fue así que, haciendo a un lado su curiosidad innegable por un tiempo, se dejó llevar por la bella travesía impregnada de sensaciones inigualables. "Mis amigas me decían que era de película. Me escribía con un hombre de identidad desconocida, pero que alguna vez había visto. Y estaba segura de que había sido así, que nos habíamos conocido alguna vez, porque mencionó cosas de mí que solo podía saberlas alguien que me había observado en vivo, y que me había escuchado hablar. Recién mucho después, finalmente, recordé una noche, hacía mucho tiempo ya, en donde me había sentido admirada a lo lejos. Supongo que lo había anulado porque efectivamente él tenía pareja".
La revelación
Ignorando sus sospechas y ansiando estar equivocada, los meses transcurrieron y el intercambio de mails, muy de a poco, comenzó a cambiar de tono. "Pareciera que somos almas gemelas", "Te extraño cuando no nos escribimos", "¿Y si sos el amor de mi vida y lo estoy dejando pasar?", fueron algunas de las frases que emergieron, hasta que llegó el tan ansiado y temido, "Tal vez nos deberíamos encontrar". Sí, lo harían. Natalia se sentía enamorada y él también.
"Sucedió un par de semanas después. Acordamos en una esquina de nuestra ciudad, Córdoba. Tenía unos nervios impresionantes", rememora Nati entre risas, "Confieso que cuando lo vi, lo esperaba, pero no quería que fuera él. No quería porque estaba en pareja y, encima, yo había frecuentado a su novia".
Superadas las rarezas iniciales de un encuentro anhelado, charlaron por horas, ¡cómo no hacerlo!, se conocían en profundidad, entre ellos corría electricidad, y para ambos fue increíble percibir la comodidad derivada de los meses en los que habían mantenido una larga y apasionante comunicación. "Y, sin embargo, a pesar de nuestra intención de hacerlo, no pudimos trasladar nuestro amor a la vida misma. La idea de perder el contacto me resultaba desgarradora, pero lo cierto es que la realidad se aleja muchas veces de esa ficción de las películas románticas. Su pareja estaba atravesando un momento delicado de salud, entonces surgieron las culpas, el no querer lastimar a terceros; la vida misma en nada se asemeja a un intercambio ideal por correo. Todo esto modificó el rumbo de nuestro vínculo y culminó en un te amaré por siempre, y un adiós colmado de tristeza", cuenta conmovida.
Muchos años pasaron desde entonces y hoy Nati se pregunta qué hubiera sido de ellos si se hubieran animado a transitar aquel amor. "Nunca más tuve una relación tan íntima a nivel intelectual y emocional como con él", asegura, "Pero a la distancia, creo que esta aventura me enseñó a diferenciar lo real de lo ideal. Fuimos capaces de abrirnos de esa forma porque todo lo mundano de la vida no entraba en nuestro canal. A pesar de que tal vez hubiera querido que concluya de otra forma, a mi admirador secreto le agradezco con el alma haberme presentado ese mundo que supimos crear. Fue maravilloso. Y quién sabe, tal vez algún día nos reencontremos", concluye con una gran sonrisa.
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