Suelen salir historias de argentinos que deciden "dejar todo" para probar suerte en otro lado, sea con un plan claro o simplemente para librarse de la rutina. Pero no es tan común leer qué pasa cuando deciden volver, apostar a algo estable y, como es el caso de Victoria Torterola (30), vivir felices en una nueva rutina que crearon desde cero.
El cuento de Victoria empieza parecido a muchos: viajó desde chica, se enamoró de esa vida y apenas terminó la carrera que estaba estudiando, Hotelería, sacó un pasaje sin boleto de vuelta hacia Australia. Eso pasó hace casi exactamente 10 años. Corría con una pequeña ventaja para el coraje: ya había trabajado esporádicamente en el exterior para pagar sus estudios.
Se instaló en Australia durante dos años, en los que trabajó en restaurantes y se encontró con alguien que tuvo mucho que ver en su formación. "Cuando era camarera conocí a un inglés cocinero que revolucionó mis papilas gustativas y me contagió la locura por los condimentos, me introdujo a sabores nuevos como la cocina hindú, la tailandesa y la marroquí, ampliando mi paladar de una manera alucinante", le cuenta a LA NACION.
A los 23 años volvió a la Argentina y todo eso que aprendió, lo convirtió en su trabajo: "me traje conmigo esta pasión por los sabores y la costumbre de transformar cada comida en una obra de arte y disfrute". Se hizo vegetariana y estudió sobre el impacto de la alimentación sobre el cuerpo para poder encarar un proyecto familiar. Le tocó armar la carta para el restaurante orgánico Good & Green que abrieron sus padres en Pilar. "Mi trabajo consistía en sentarme a escribir qué me comería, cómo lo prepararía y con qué lo acompañaría, parecía un sueño hecho realidad", recuerda.
Maui llama
Pero tuvo ganas de adquirir más experiencia afuera, algo muy común para los que trabajan en gastronomía: "Luego de 7 meses de abrir el local, seguí un impulso un poco osado y, enfrentando miedos, me entregué a la ambición de algo que parecía inalcanzable. Renuncié a la estabilidad, gasté todos mis ahorros en un pasaje, sub alquilé mi monoambiente por dos meses y me fui a Hawaii".
Llegó con "hambre de vida" y encontró la receta de lo que sería su proyecto personal. Un día, mirando el mar, la invadió una sensación de paz que le borró los miedos de no saber qué iba a hacer. Se sintió tranquila: todo lo que la esperara, iba a estar bien. Cuenta: "en ese instante, se me acerca un hombre que me saluda y después de una breve charla me cuenta que se dedica a hacer helados de leche de coco y los vende en la playa. No hizo falta escuchar mucho más. Salté de la arena y ahí mismo nació Haulani, que significa hielo celestial en hawaiano, y es el proyecto a través del cual pude plasmar y compartir mi teoría de que la nutrición y el disfrute son un mismo concepto".
Volvió a Buenos Aires y se encontró con los desafíos típicos de emprender. Usó todos sus ahorros para comprar su primera máquina de helado y en octubre de 2014 vendió su primer kilo de helado al restaurante de un amigo. Hoy vende 4000 litros por mes y otros 2000 de yogures.
De Coquito a la fábrica
El acuerdo con su amigo le sumó vértigo al asunto: le pedía que todas las semanas entregara una variedad nueva para que él la incorporara a sus postres. ¿Su método? Jugar con los sabores hasta encontrar el equilibrio de dulzor, acidez, autenticidad y frescura.
En tres años la familia Haulani creció con helados de leche de coco (frutilla, maracuyá, coco, dulce de leche, vainilla granizada y banana split) y leche de almendras (chocolate y frutos rojos) que vienen en potes de 500ml y 120ml. También hace paletas sin azúcar agregada, elaboradas con leche de coco, aceite de coco y mosto de uva que incorpora superalimentos como la cúrcuma y las bayas de Goji. Además, hace yogures a base de leche de coco en tres variedades: natural (bajo en calorías), natural con colchón de frutillas y natural con colchón de frutos rojos, todos sin azúcar agregada.
Empezó repartiendo los productos a gente que la conocía a través del restaurante, a quienes visitaba en Coquito, su Fiat 147. Hoy los helados y yogures naturales se pueden conseguir en más de 30 puntos de venta en Buenos Aires y está por llegar a Paraguay. El año que viene planea expandirse a Chile, a Brasil y abrir una heladería en Buenos Aires.
"El ideal sería crecer en volumen como para poder hacer la transición a packaging biodegradable y a prácticas sustentables", explica, y cierra: "aprendí que el verdadero éxito está en la superación de los propios límites, en esa sensación de entusiasmo creativo que nos activa y nos mueve a ir más allá de lo que creíamos posible.".
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