Tanques miniatura y murciélagos explosivos. Los más increíbles delirios bélicos creados durante la Segunda Guerra Mundial
En plena contienda global, ingenieros y estrategas idearon artefactos tan creativos como impracticables
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En la historia grande siempre hay escenas pequeñas que parecen inventadas por un guionista. La Segunda Guerra Mundial dejó -además de un saldo trágico que aun hoy, 80 años después, conmueve al mundo- ideas delirantes que pretendían desviar el curso de la guerra. En sus sótanos, ingenieros y militares diseñaron armas que parecen sacadas de una fábula macabra: murciélagos incendiarios, ratas rellenas de explosivos, perros envueltos en dinamita, además de gatos y palomas “guiando” bombas.
Murciélagos incendiarios: el Proyecto X‑Ray
Una mañana de 1942, el dentista estadounidense Lytle S. Adams escribió a la Casa Blanca con una propuesta insólita: bombardear Japón con murciélagos. Su idea era fabricar un artefacto parecido a una bomba, repleto de más de mil compartimentos en los que dormirían murciélagos mexicanos de cola libre, cada uno con una minúscula bomba incendiaria de napalm. Liberados en pleno vuelo, los animales despertarían, se dispersarían sobre los tejados de madera de las ciudades japonesas y se ocultarían en techos y graneros. Minutos más tarde, las cargas se encenderían y provocarían incendios simultáneos.

Durante meses se capturaron miles de murciélagos y se probaron dispositivos en Nuevo México y California. Pero los ensayos fueron desastrosos: algunos murciélagos escaparon antes de tiempo y se refugiaron en un hangar y en el automóvil de un general, que ardieron por completo. El proyecto costó unos dos millones de dólares y cambió de manos entre la Marina y el Ejército, pero nunca llegó a ser probado en combate. En 1944 fue cancelado, en parte porque Estados Unidos concentró sus esfuerzos en el desarrollo de la bomba atómica.
Ratas explosivas: una macabra idea británica
La Oficina de Operaciones Especiales (SOE) del Reino Unido tuvo entre sus ideas más retorcidas la de llenar de explosivos a cien ratas muertas. Las diseccionaron, introdujeron en ellas cargas de plástico y las cosieron con sutileza de cirujano. La estrategia era simple: los agentes debían dejar los roedores cerca de calderas u hornos industriales; si alguien los arrojaba al fuego como basura, la detonación haría estallar la caldera y generaría caos.
El plan se desplomó antes de empezar. El primer cargamento de ratas fue interceptado por los alemanes y nunca se utilizó.

Perros antitanque: el sacrificio canino soviético
A comienzos de la invasión alemana a la Unión Soviética, el Ejército Rojo recurrió a un recurso desesperado: entrenar a perros para hacer hacer explotar tanques. Los animales eran alimentados debajo de vehículos estacionados; al escuchar el rugido de los motores, corrían instintivamente hacia el lugar donde había comida. Se les colocaban mochilas explosivas con un detonador y se los enviaba al campo de batalla.

El experimento tuvo resultados pésimos. Muchos animales, aterrados por el estruendo y el fuego, se negaban a meterse bajo un tanque enemigo. Además, los soldados alemanes respondían disparándoles antes de que llegaran. Otros perros, habituados al olor a diésel de los vehículos soviéticos, corrían de regreso hacia sus propias líneas, causando fuego amigo. En la batalla de Kursk, dieciséis perros lograron destruir doce tanques alemanes, una de las pocas acciones exitosas. Las autoridades soviéticas hablaron de 300 carros destruidos, pero la cifra probablemente fue propaganda. El uso de “perros bomba” disminuyó tras 1942.

Palomas que guiaban misiles: el proyecto de B. F. Skinner
La preocupación por la puntería en los misiles llevó al psicólogo B. F. Skinner a proponer en 1943 el Project Pigeon. Skinner construyó un cono de nariz con tres pequeñas cabinas, cada una ocupada por una paloma. En el interior había pantallas que proyectaban la imagen del objetivo; cuando los pájaros veían el blanco, picoteaban la pantalla que lo mostraba. A cambio, recibían un premio en forma de comida. Los picoteos activaban cables que corregían el rumbo del misil mediante mecanismos neumáticos o eléctricos.

El Comité de Investigación de Defensa Nacional concedió 25000 dólares para el desarrollo. Skinner demostró que sus aves podían mantener la atención incluso bajo vibraciones y ruidos fuertes. Sin embargo, pese a algunos ensayos exitosos, la Marina estadounidense decidió dar por terminado el proyecto en 1944.
Gatos colgados de bombas: el delirio del OSS
La Oficina de Servicios Estratégicos (OSS), antecesora de la CIA, exploró ideas tan estrafalarias como peligrosas. Una de ellas partía de dos premisas: los gatos siempre caen de pie y detestan el agua. La propuesta consistía en colgar a un gato de la parte inferior de una bomba dirigida a un barco enemigo. El felino, al percibir que caía hacia el océano, se retorcería para evitar el agua y orientaría el artefacto hacia la cubierta del barco.
La prueba fue tan cruel como ineficaz. En los experimentos, el gato perdía la conciencia a los pocos metros de caída, con lo cual jamás llegó a guiar nada. El proyecto fue descartado casi de inmediato. Aunque hoy parezca una broma macabra, refleja hasta qué punto el ingenio bélico no conoce límites éticos en tiempos de guerra.
Bombas globo Fu‑Go: el ataque intercontinental de papel
Entre noviembre de 1944 y abril de 1945, Japón lanzó alrededor de nueve mil globos de papel llenos de hidrógeno, cada uno equipado con bombas incendiarias o antipersonales, con el fin de aprovechar las corrientes en chorro y provocar incendios en América del Norte. Se estima que sólo cerca de mil globos atravesaron el océano. El arma, conocida como Fu‑Go, ha sido considerada el primer sistema de ataque intercontinental.

La operación tuvo un resultado devastador en un único caso. El 5 de mayo de 1945, en las montañas de Bly, Oregón, un grupo de niños encontró un aparato extraño. Al tocarlo, explotó: murieron 6 personas: Elsye Mitchell, y cinco adolescentes. Fueron las únicas víctimas civiles de un ataque enemigo en territorio continental estadounidense. Décadas después aún se encontraban globos sin detonar en bosques de Estados Unidos y Canadá. Los historiadores coinciden en que el principal defecto del Fu‑Go era su imposibilidad de ser controlado; la campaña fue un experimento interesante pero un fracaso militar.
El Gran Panjandrum: la rueda explosiva que se desbocó
El Departamento de Desarrollo de Armas Diversas del Reino Unido, un grupo conocido por sus ideas extravagantes, concibió en 1943 un monstruo llamado Panjandrum. Dos ruedas de acero de unos tres metros de diámetro unidas por un cilindro que albergaba más de una tonelada de explosivos. Alrededor de las ruedas colocaron cohetes cuya misión era impulsarlo a más de 100 kilómetros por hora para abrir un boquete en las defensas del Muro Atlántico.
Las pruebas tuvieron lugar en la playa de Westward Ho!, un balneario del sur de Inglaterra. La primera demostración fue un circo: al fallar algunos cohetes, el artefacto salió disparado en zigzag y se volcó. Intentaron añadirle una tercera rueda y hasta guiarlo con cables, pero el Panjandrum seguía sin poder ser controlado. En enero de 1944 se realizó un ensayo ante altos mandos. Al principio avanzó hacia la costa, pero pronto empezó a desprender cohetes y girar hacia el público; oficiales y fotógrafos corrieron a esconderse mientras la máquina explotaba en la arena. Tras este fiasco, el proyecto se canceló. Jamás entró en combate, aunque en 2009 una réplica a escala logró recorrer apenas cincuenta metros antes de apagarse.
Goliath: el mini‑tanque suicida alemán
Entre los proyectos alemanes hubo uno que anticipó la idea de los drones actuales. El Goliath era un vehículo blindado en miniatura. Funcionaba como un tanque diminuto operado a distancia con un joystick; dentro llevaba un carrete con unos 650 metros de cable que conectaba con el control. Dos motores eléctricos (más tarde reemplazados por motores a nafta) propulsaban esta oruga, que podía transportar más de 45 kilos de explosivos.
La misión del Goliath era deslizarse bajo los tanques aliados y detonar en sus partes más vulnerables. Su talón de Aquiles era precisamente el cable: los enemigos podían cortarlo, dejando al aparato inmóvil, por lo que luego se introdujeron versiones de control por radio. A pesar de sus limitaciones, se produjeron unas 7500 unidades, lo que sugiere que tuvo cierto éxito táctico. Más allá de su eficacia, este pequeño vehículo prefiguró los sistemas teledirigidos que hoy son moneda corriente en los campos de batalla.

Estos relatos podrían figurar en un cómic de ciencia ficción. Sin embargo, sucedieron en un contexto real. La creatividad de ingenieros y militares se deslizó, a veces, hacia la crueldad más absurda. Hubo quien imaginó un cielo lleno de murciélagos incendiarios o ratas que convertían las calderas en bombas; otros pusieron en juego a perros, palomas y gatos como pilotos involuntarios. Mientras tanto, aparatos como el Panjandrum ensayaban tecnologías que, incluso hoy, parecen de ficción.
A casi ocho décadas del final de la Segunda Guerra Mundial, estas armas siguen siendo motivo de sorpresa y reflexión. Nos recuerdan que, en la vorágine del conflicto, la imaginación humana no conoce límites…
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