Una llamada desde África
Donde habitan los últimos gorilas de montaña se encuentran los mayores yacimientos de coltán, un mineral clave en la fabricación de celulares y otros pequeños gadgets. Naturaleza, guerra, turismo y tecnología, en una historia impresionante
La cita debe pedirse meses antes y una vez obtenida no admite cambio de día ni de horario. La logística que a partir de entonces se pone en marcha es bastante particular, costosa y muy agobiante en su recta final. A los arreglos elementales de todo gran viaje –avión, alojamiento, comidas, seguro– se suma la exigencia de hallarse en buenas condiciones de salud. Si una vez en destino alguien muestra síntomas de una ligera gripe se queda en la base y no puede participar del momento culminante: una pesada caminata de entre una y ocho horas por una selva que se va despejando a fuerza de machetazos durante la cual –curioso– casi no se ven insectos ni animales rastreros molestos e intimidantes. Sólo hay troncos, piedras, ramas, subidas, bajadas, humedad y cansancio. Esto, a grandes pinceladas, es lo que experimenta cada día un selecto contingente de turistas que llega de todo el mundo hasta Ruanda o Uganda para ver a los últimos gorilas de montaña que sobreviven en el planeta por el mezquino-mágico instante de una hora.
Así lo cuenta el relato objetivo. El subjetivo nace del cimbronazo que provoca en la vanidad del ser humano enfrentarse a la elementalidad, delicadeza y capacidad compasiva de estas criaturas de 200 kilos con los que compartimos un 98% de ADN. Un gorila adulto, ajeno a cualquier presencia extraña, desayuna la corteza de una rama de bambú que peló con exquisitez. Un ejemplar más joven se tumba y se queda mirando al cielo mientras se rasca la panza. Una hembra y su bebe aún siguen en la cama de hojas preparada con protocolo la noche anterior. Unos chiquitines, bolitas peludas de ojos saltones, trepan, juegan a pelearse y traspasan con descaro los siete metros que nosotros, los evolucionados, estamos obligados a mantener para no amenazarlos.
A noviembre de 2012 el Instituto Jane Goodall estimaba que sólo quedaban 880 gorilas de montaña en el mundo. En épocas de Diane Fossey y hasta 1984, los cazadores furtivos los mataban para mutilarlos: vendían sus manos como ceniceros. A 27 años del crimen de la icónica defensora de los gorilas de montaña, hoy y ante la demanda de materia prima por parte de los gigantes tecnológicos de Occidente se los mata para mantener actualizados teléfonos móviles, consolas de videojuegos y televisores.
Insignificante, solamente de apariencia
Coltán es la abreviatura que se le dio a la columbita-tantalita, una valiosa aleación de minerales que en alta concentración tienen los elementos tantalio y niobio. Entre sus propiedades se encuentra la superconductividad, la capacidad de soportar temperaturas muy elevadas sin alterarse, la alta resistencia a la corrosión y su ductilidad para transformarse en alambre, láminas o tubos. Se lo usa casi exclusivamente para fabricar condensadores electrolíticos de tantalio, componentes capaces de almacenar y liberar lentamente una determinada carga eléctrica. Esta característica, fundamental en los equipos electrónicos de pequeño tamaño, lo hizo pasar de simple curiosidad mineralógica a recurso estratégico en la furiosa carrera tecnológica que se corre hoy.
Roca negra de apariencia insignificante, el coltán se encuentra en pequeñas cantidades en minas de Australia, Canadá, Brasil, Tailandia, Nigeria, Etiopía e incluso en la Argentina. Pero el 80% de sus reservas está en la República Democrática del Congo (RDC). Aunque adentro de un celular conviven metales escasos en la corteza terrestre –como el tungsteno que ayuda a que los teléfonos vibren o el oro que recubre los cables– ninguno tiene el triste récord del coltán: la extracción de este recurso no renovable mantiene una guerra de bandos en el país africano desde 1998; es responsable de un genocidio que se cobró 5 millones de vidas –la cifra más alta en la historia después de la Segunda Guerra Mundial–; devastó el hábitat del considerado segundo pulmón del planeta, y mantiene acorralados a los gorilas de montaña al borde de la extinción. Esta guerra sigue como sombra al hombre moderno hiperactualizado, le susurra al oído, porque su moneda de cambio son los chiches tecnológicos que compra, acumula y renueva continuamente.
Según el trabajo de un grupo de expertos de Naciones Unidas y resoluciones de su Consejo de Seguridad, la explotación y el tráfico ilegal de coltán en Congo por parte de sus vecinos Ruanda y Uganda, y su exportación a países desarrollados líderes en el mercado de las altas tecnologías, ayudó a financiar y abastecer de armas a varios bandos de la guerra, incluyendo las propias fuerzas militares congoleñas desmotivadas y con salarios ínfimos. El informe presentado encontró evidencias de que el Ejército Patriótico Ruandés tiene montada una estructura que supervisa la actividad mineral, envía el material a Ruanda para procesarlo y facilita los contactos entre las empresas locales implicadas y los clientes occidentales y asiáticos, entre los que figurarían empresas de Estados Unidos, Alemania, Holanda, Bélgica o China. Además arrasó el ecosistema, rebajó la calidad de vida de la gente a la miseria –el 15 de marzo último se anunció que la RDC ocupa el último lugar de la lista de países en desarrollo humano–, transformó a niños en soldados, violó a decenas de miles de mujeres entre bebes, niñas, jóvenes y ancianas, y puso a los gorilas de montaña –especie críticamente amenazada según la lista roja anual de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza– al borde de la extinción, ya que los yacimientos coinciden con su hábitat. Con contingentes de hasta 15 mil mineros ilegales internándose en los parques nacionales y eliminando flora para llegar al coltán, los primates se vieron obligados a cambiar sus solitarios hogares por una encerrona de poblados con hombres que los matan para comer su carne o exportarla, o los exponen a trampas que los mutilan y a enfermedades que no pueden resistir. En 1961 el pensador martiniqués Frantz Fanon ya lo resumía en su libro Los condenados de la tierra: "Si África fuera un revólver, Congo sería el gatillo".
El danés Frank Poulsen, director del documental Blood in the Mobile (Sangre en el móvil), es tal vez el primer y único periodista blanco en andar y desandar el camino hasta el interior de una mina de coltán en Congo. Poulsen entró al mayor yacimiento del territorio, controlado por grupos armados de soldados desnutridos y responsables de grandes atrocidades. En el film se los ve moverse como títeres adentro de uniformes enormes mientras le apuntan con sus fusiles como bárbara advertencia. En esas minas, cuenta, hay niños que cavan durante días para extraer el mineral que acabará en nuestros teléfonos. "Es muy clara la conexión que hay entre la forma de vida que tenemos y la miseria de esas personas", dice.
Esta visita fue una excepción. "Normalmente, los viajes a Congo, si no son en misiones de expertos, misioneros, fuerzas de paz o consultores de ONG, son desalentados", explica María Susana Pataro, embajadora argentina en Nigeria con responsabilidad en otros 20 países africanos. Antropóloga, diplomática de carrera y defensora activa de los gorilas y su conservación, Pataro viajó en diciembre de 2006 invitada por el Instituto Congoleño para la Conservación de la Naturaleza. Visitó las provincias de Kivu del Norte –donde está el Parque Nacional de Virunga, el más antiguo de África y hogar del gorila de montaña– y Kivu del Sur –donde está el Parque Kahuzi Biega, donde habita el gorila de Grauer, subespecie del anterior–. Ambos sitios son Patrimonio de la Humanidad. Resume: "La República Democrática del Congo padece una de las formas más crueles de la globalización, la globalización de la indiferencia". Durante su estada en Kahuzi-Biega, el parque castigado por la explotación ilegal de coltán, la embajadora colocó una ofrenda floral en una sobria tumba vecina al centro de visitantes de Tschivanga. Allí está enterrado Adrien Deschryver, el conservacionista belga responsable de empezar a habituar a finales de los 60 a los gorilas salvajes a la presencia humana con fines turísticos. Su paciente experimento se convirtió en una importante industria para los países africanos y en particular para el Congo, cuando aún estaba abierto al turismo. Deschryver murió envenenado.
Los gorilas viven en familias conducidas por un macho dominante de lomo plateado. Herbívoros, se mueven durante el día buscando tallos, frutos y raíces, y nunca duermen en el mismo sitio. Por la noche cada uno arma un sofisticado nido de ramas, enredaderas y musgo en el que, perezosos, descansan por más de once horas. Las hembras y los animales jóvenes lo hacen en los árboles. El lomo plateado lo hace en el piso, en una posición estratégica desde la cual puede ver y cuidar al resto del grupo –uno o dos machos jóvenes, tres o cuatro hembras y varios bebes–. La posición de reposo favorita es de espaldas, con las manos entrelazadas debajo de la nuca. Tienen 32 dientes, como nosotros, y compartimos un 98,7% de ADN. Laila López Goudard, bióloga del Instituto Jane Goodall en la Argentina, explica que esa pequeña diferencia de 1,3% está en el cerebro, donde se observa la mayor distancia evolutiva entre las cinco especies de grandes simios que conformamos hombres, chimpancés, orangutanes, gorilas y bonobos. Son sensibles, inteligentes, hábiles para construir herramientas básicas, y tienen sutiles métodos de comunicación no verbal que incluye manifestaciones gestuales y táctiles como los abrazos. Los gorilas pueden expresar alegría y pena. Cuando están tristes no comen y lloran con sonidos, sin lágrimas.
Están vigilados por patrullas de rangers las 24 horas, los 365 días. Son guardias forestales armados "considerados con justicia –según cuenta María Susana Pataro- entre los hombres más valientes del mundo por el compromiso con el que cuidan sitios de excepcional belleza y biodiversidad aun arriesgando sus vidas y las de sus seres queridos por un ínfimo salario". Desde el comienzo del conflicto en 1998, más de 140 rangers que velaban por los gorilas de montaña del Parque de Virunga fueron asesinados por milicias y furtivos. El de ellos, además de duro y peligroso, es un trabajo muchas veces frustrante. Jean Pierre Mirindi es jefe de rangers del Parque Kundelungu, al este de RDC. Contesta con gentileza las preguntas que le hacemos.
En un contexto tan difícil, ¿su trabajo vale la pena?
Sí. La fama de los rangers viene de nuestra pasión más allá de los pobres salarios que percibimos. Un ranger acepta salvar la naturaleza a cualquier precio. Nuestro país está primero en cantidad de héroes que perdieron la vida. Prácticamente no tenemos momentos de ocio, somos dedicados y estamos dispuestos a trabajar en las condiciones más difíciles. Un ranger no abandona su parque ni aun en los peores momentos de esta larga crisis política. Nuestra reputación tal vez pueda contribuir a construir algún día una mejor imagen de Congo. Créame que en nuestro país la hospitalidad es única.
Mirindi explica, además, que es posible identificar a cada gorila por la forma de su nariz, que cuando nace uno nuevo se lo bautiza con el nombre de algún guardia asesinado en reconocimiento de su valentía, y que aquellos habituados a la presencia del hombre son capaces de reconocer a los guías turísticos.
No hable, no coma, no use flash: gorila a la vista
Recorrer medio mundo para pasar 60 minutos observando de reojo a los últimos gorilas de montaña del planeta es algo que sólo está dispuesto a hacer un puñado de naturalistas. No deben ser jóvenes y atléticos, pero sí tener buena salud y estar seguros de que podrán superar un pesado trekking de cinco horas en promedio. Tampoco deben ser millonarios. Pero el permiso para visitar a los gorilas del Parque Nacional de los Volcanes de Ruanda o del Parque Nacional de Bwindi en Uganda –los lugares más seguros y recomendables– incluyendo entrada, rastreadores y guía cuesta 750 y 500 dólares, respectivamente. Aparte pueden pagarse porteadores que carguen con las mochilas, los abrigos y los cuatro litros de agua recomendados para la travesía. A eso se le debe sumar el aéreo desde el país de origen y el alojamiento y las comidas de los tres o cuatro días que toma llegar al parque, realizar la caminata y emprender el regreso. No verlos es poco probable. Los rastreadores llevan tantos años peleando contra la maleza y saben leer tan bien los hábitos de esas criaturas que con sólo localizar la cama en la que durmieron la noche anterior pueden intuir con éxito dónde se encuentran. Ruanda es hoy un país estable políticamente y seguro para el turista. Que su milicia cometa masacres en Congo y extraiga de forma ilegal el coltán que luego vende al resto del mundo aporta la triste garantía de que quienes dejen dólares en sus parques no serán molestados.
El trekking es muy duro y no admiten menores de 15 años. Las reglas son rigurosas: permanecer en estricto silencio; no usar flash; no comer; no responder a los gestos de los gorilas; no mirarlos fijamente a los ojos –si ellos nos miran debemos bajar la mirada en señal de sumisión–. Son muy sensibles a la gripe. Cualquier persona con síntomas debe notificarlo y seguramente se le impedirá hacer la travesía. Últimamente se está intentando imponer la costumbre de utilizar mascarillas, porque entre las tantas enfermedades que pueden contagiarse del humano figuran tuberculosis, sarampión, neumonía y fiebre, y enfermedades de transmisión por ruta oral-fecal como hepatitis, herpes, sarna y parásitos intestinales. Si alguien necesita ir al baño a mitad de camino debe cavar un hoyo de unos 30 centímetros y luego cubrirlo completamente para que no queden bacterias en el aire. Si un gorila se acerca al turista, éste deberá alejarse lentamente, con la cabeza gacha y sin darle la espalda.
En cuanto a las consecuencias de nuestros hábitos de consumo, según consultoras privadas hay 37,5 millones de líneas de teléfonos portátiles activas para 40 millones de habitantes (total que incluye bebes, niños y cientos de argentinos que no tienen acceso a móviles ni a luz ni a agua). Según el Indec, la cifra trepa a 58,5. Estadísticas similares manejan en España, donde el Instituto Jane Goodall montó la campaña MOVILízate por la selva. Carlos Martínez, coordinador regional de ese proyecto, explica que la propuesta es ofrecer una forma sencilla y gratuita de aportar celulares viejos para alargarles su vida útil reubicándolos con usuarios no tan preocupados por modelos y aplicaciones, o para su desmantelamiento. El trabajo lo realiza Eurekamovil, filial del grupo inglés CMR, que a través de su marca Fonebank compra y recicla unos 80 mil móviles por mes en varios países del mundo. De los teléfonos desarmados se recupera el platino, oro, la plata y el cobre. Australia tiene una campaña similar, I am calling on you. En la Argentina, la bióloga Laila López Goudard admite la ilusión que le haría replicar el proyecto, pero hasta ahora ninguna empresa se mostró interesada o capaz de una labor tan compleja.
Consultado sobre la posibilidad de recuperar y reutilizar el coltán de los celulares viejos, Julio Ríos Gómez, presidente del Grupo de Empresas Mineras de Exploración de la República Argentina –Gemera–, admite no tener conocimiento de que haya hoy condiciones técnicas para recobrarlo a través del reciclado: "El tamaño nanogésimo de los hilos de oro que recubren los microchips de los celulares lo harían imposible".
En abril de 2011 Apple e Intel anunciaron que se habían unido a la iniciativa de la Electronic Industry Citizenship Coalition –coalición de ONG con la misión de promover responsabilidad social, ética y medioambiental a la cadena de suministros electrónicos– y se comprometían a no usar minerales ni materia prima cuyas ventas financiaran guerras en países en conflicto. Se adelantaron a la norma según la cual a partir de enero de 2012 todas las empresas norteamericanas están obligadas a justificar la procedencia de los metales que usan. En febrero de 2012, Nokia hizo pública su política humanitaria en la cadena de montaje: "Prohibimos los abusos a los derechos humanos asociados a la extracción, transporte y comercialización de minerales", comunicaba en su Web. El compromiso de apoyo al medio ambiente hoy está en el destacado People and Planet de la página oficial. Lo mismo hace Apple en el apartado Supplier Responsability, donde expone los detalles de sus más de 200 proveedores y las condiciones en las que trabajó la mano de obra contratada. Rastrear los vínculos, sin embargo, es muy difícil: el coltán es sacado de Congo ilegalmente a través de Ruanda y de allí pasa por al menos siete intermediarios hasta llegar listo para usar a las plantas centrales de la industria. Además, parte de la exportación se desvía a China, que produce la mitad de los móviles del mundo.
La ONG americana Enough, a través de la campaña Raise Hope for Congo, publica anualmente un ranking de empresas según su nivel de colaboración y proactividad a la hora de rendir cuentas y garantizar la no utilización de minerales de zonas en conflicto. Los resultados están en la página www.raisehopeforcongo.org/companyrankings
Mientras tanto, suena improbable que vayan a disminuirse los niveles de consumo por piedad a los últimos grandes simios, nuestros parientes más cercanos, que quedan en el planeta. Algo llamado obsolescencia percibida domina culturalmente esta era, aunque apenas sepamos de qué se trata. Consultados al azar, un grupo de pequeños nativos digitales aseguró desde la insolente inocencia de su corta edad que se puede vivir sin gorilas, pero no sin un móvil. Una respuesta salvaje y perturbadora.
Pequeñas reservas nacionales
- En la Argentina hay reservas de coltán en volúmenes pequeños en San Luis, Córdoba, San Juan, Catamarca, La Rioja y Salta. "El conocimiento de la existencia de columbio y tantalio lo tiene toda la minería argentina desde hace décadas –cuenta el presidente del Grupo de Empresas Mineras de Exploración de la República Argentina, Julio Ríos Gómez. Un par de empresas que pudieron haber llegado al país con planes de exploración motivadas por viejos relevamientos de los años 60 concluyeron que no valía la pena: son manifestaciones que no tienen la importancia que pueden tener las reservas de la región central del África y no vale la pena explotarlas. Además, tal vez en 10 años se lo reemplace por un material artificial y eso influya para que nadie haya mostrado mucho interés en él. La industria avanza a pasos agigantados."
Valiente, consciente, argentina
- El Parque de Virunga se está deforestando a pasos agigantados. No sólo por la extracción de coltán, sino de carbón. Esta situación llevó a los conservacionistas a buscar una alternativa de combustible renovable.
- Virginia Echeverría es argentina. Graduada en Comercio Exterior, desarrolló un programa para fabricar briquetas orgánicas como alternativa sustentable y económica al carbón, recurso cuya demanda mundial se disparó en los últimos años y cuyo tráfico manejado por militares congoleses y grupos armados rebeldes mueve 35 millones de dólares al año y afecta el hábitat de los gorilas. Además, muchos lugareños carecen de recursos básicos como el de la electricidad, con lo que el mineral también es fundamental. El proyecto de Echeverría, desarrollado en el Parque Nacional Virunga, donde vivió por dos años, consiste en la elaboración de briquetas que se hacen compactando hojas secas, aserrín, papel y desechos orgánicos en máquinas cuyo costo ronda los 170 dólares. Cada máquina, a su vez, da trabajo a mujeres víctimas de violaciones alojadas en distintos centros, como el de la hermana Elena Albarracín, también argentina, miembro de la congregación italiana Dorotee di Cemmo.
- Por falta de seguridad, Virginia Echeverría dejó Congo y ahora vive en Kampala. Trabaja para la Uganda Carbon Bureau, que registró un Programa de Actividades con el Mecanismo de Desarrollo Limpio de Naciones Unidas. No olvida a las beneficiarias de su proyecto Kadutu, mujeres abusadas que a través de este recurso laboral pudieron, además, recuperar la dignidad.
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