
Welcome to Jamaica
En Negril, la caída del sol es ideal para observar a los temerarios clavadistas
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Jamaica para muchos es el paraíso en la tierra, un lugar de refugio y relax. Un lugar donde muchas celebrities tienen sus casas de veraneo. Donde la imaginación ha creado personajes como James Bond: su autor, Ian Fleming, tuvo durante años una de las propiedades más lindas de la isla, Goldeneye, donde el afamado actor y dramaturgo Noël Coward se dejaba perder en la exuberante vegetación y las cristalinas aguas que rodeaban su propiedad, Firefly Estate.
Esta es también tierra de viejas historias de piratas. Henry Morgan, por ejemplo, gobernó la isla en tres períodos y son muchísimas las anécdotas populares que lo tienen como protagonista.
También es la tierra del reggae y Bob Marley, tal vez la influencia social y cultural más importante y transgresora de todo el siglo XX en esta isla caribeña, que ha llevado su mensaje a los escenarios más importantes del mundo y en donde la canción One Love se ha transformado en un verdadero himno nacional. O el sitio donde nació y creció el hombre más rápido sobre la Tierra: Usain Bolt.
Hoy me toca visitar Negril, en el noroeste de la isla, una pequeña ciudad con cerca de 7000 habitantes. Fue una pequeña aldea de pescadores hasta que empezó a desarrollarse como destino turístico a fines de los años 50.
Aquí pueden verse algunos de los atardeceres más lindos de todo el Caribe, y cuenta con unos marvillosos acantilados oscuros, de ahí el nombre de la ciudad, que proviene del español Negrillo, nombre puesto por los primeros colonizadores europeos (españoles) a este accidente geográfico tan característico de la zona.
Enclavado al filo de uno de éstos se encuentra el famoso Rick's Cafe. El plan es simple: llegar alrededor de las 17 para ser testigo de la caída del sol y asombrarme al ver a los clavadistas locales realizar saltos ornamentales desde diez, quince y veinte metros.
El trayecto por la West End Road va mostrando de a poco lo que nos vamos a encontrar, retazos de los acantilados, playas de ensueño, casas privadas y algunos hoteles se alinean a medida que hago mi camino.
Un cartel nos anuncia que la proxima entrada corresponde a este conocido bar que fue abierto por primera vez en 1974 por Rick Hershman, y desde ese año se ha transformado en un punto de visita característico.
Entrando en el bar mis expectativas están plenamente colmadas. De frente tengo el acantilado que refleja las transparentes aguas a sus pies. A mi izquierda un maravilloso faro es el silencioso testigo del paso del tiempo y hacia mi derecha se encuentra el bar, poblado de gente que se deja llevar por el increíble escenario.
Mis contactos son Tiger y Spider, dos de los clavadistas más atrevidos que se puedan encontrar aquí. Ellos son los encargados de explicarme lo que hacen: tirarse al vacío desde alturas insanas para la alegría de los espectadores, que miran sorprendidos los trucos y retribuyen las proezas con propinas. Son autodidactas, han aprendido con duras caídas al agua cada uno de los rudimentos de los saltos, y sueñan con competir algún día en los Juegos Olímpicos.
¿Por qué lo hacen? Es un escape a la dureza de sus vidas en las calles, quieren demostrar que el amor por algo, en este caso el deporte, puede cambiar realidades, pero sobre todo el de disfrutar de la naturaleza.
Y antes de terminar en la barra compartiendo un trago, me llevan ante una plataforma a una altura aproximada de ocho metros. Claro, me había olvidado, llegó el momento de mi bautismo...
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