zona de enigmas
Excéntrico, polémico, a su modo extemporáneo, Giorgio de Chirico, padre de la pintura metafísica, es una de las figuras centrales del arte italiano del siglo XX. Desde el 4 de abril, en el Borges, se expondrán 130 obras de su producción tardía, en la que retoma muchos de los motivos de la primera época
lanacionarQuién que alguna vez vio un cuadro de Giorgio de Chirico no quedó sorprendido, y más -muy probablemente, pasmado- al comprender que la melancolía violenta, la incertidumbre ontológica de sus paisajes y figuras son paisajes y figuras del mundo y de la conciencia que íntimamente podemos tener del mundo? Provocar esa experiencia estética radical era el objetivo que con más fervor perseguía el pintor italiano. Su arte, al que llamó metafísico, se originaba en una experiencia creativa portentosa como los efectos que buscaba. La pintura metafísica, aseguraba De Chirico, era producto de revelaciones (Ver aparte). Se entiende este impulso romántico a la luz de las mayores influencias del artista: Nietzsche, Schopenhauer, Otto Weininger, en filosofía; Arnold Böcklin, Max Klinger, en pintura.
En la reelaboración de la metafísica que hicieron esos filósofos -ya muy lejana del sistema aristotélico- y en el simbolismo de esos pintores hay que buscar los elementos fundantes de la metafísica plástica de De Chirico. Claro está, no se trata de una relación causal, pero sí de un aporte imprescindible.
De Chirico, cuya producción tardía se verá en el Centro Cultural Borges a partir del 4 de abril, proponía una pintura ahistórica en medio del torbellino historicista de las vanguardias de principios del siglo XX. En los primeros años de esa centuria, mientras los futuristas se lanzaban como un misil enloquecido detrás del progreso técnico y de la velocidad -su metáfora máxima-, la obra de De Chirico permaneció quieta, absolutamente fuera del tiempo y dentro de un espacio con muy pocos puntos de contacto con el mundo de las máquinas que tanto amaban Boccioni, Balla y el propio Carrà. (Este, sin embargo, poco tiempo después iba a adherir con tal virulencia a los postulados dechiriquianos, que pretendió apropiárselos y destituir a su fundador del trono del reino metafísico).
Como el ojo impasible del huracán, la obra de De Chirico aparece aislada de los planteos de la pujante modernidad, aunque, al mismo tiempo, hace visible el espíritu de desorientación vital que la sostiene. Y también como ese ojo, su obra avanza en la historia del arte, hasta el punto que será condición, en buena medida necesaria, para el surgimiento de la Nueva Objetividad alemana y del surrealismo.
Aunque nacido en Grecia (Vólos, 1888-Roma, 1978), De Chirico era hijo de italianos y, siendo aún muy joven, se trasladó con su familia a la tierra de origen. Pasó tres años de intensa formación en Munich, estudiando en la Academia de Bellas Artes. Fue el momento de compenetrarse con la obra de sus filósofos admirados y con la pintura del suizo Böcklin, muchos de cuyos motivos imitó en cuadros pintados entre 1908 y 1909. Tras una breve estada en Milán, se mudó a Florencia en 1910, año, según la mayoría de los historiadores, del bautismo de la pintura metafísica.
Piazzas desiertas, estatuas clásicas de sombras exageradamente largas, galpones, pórticos,trenes y barcos sobre el horizonte, maniquíes, castillos, relojes, escuadras son, según las diversas etapas de trabajo, algunas de las figuras que De Chirico toma y retoma para configurar un universo sin atmósfera, de perspectivas espaciales absurdas, de indiferenciación entre espacios externos e internos, de tiempo ausente, de sentido trágico y misterio: el universo de los enigmas.
Enigma es la palabra clave, la que resume la metafísica propuesta por el artista, y que el estudioso Riccardo Dottori deslinda tanto de la metafísica clásica, ocupada en aprehender el sentido último de cada ser de manera objetiva, como del simbolismo, que queda siempre ligado a la tradición cultural. La visión nietzchiana de la metafísica será la persecución de ese sentido último por vía psicológica y simbólica. Dice Dottori: "Los elementos míticos no serán más que (...) ingredientes de una representación que se despliega en un espacio exclusivamente suyo, desconocido tanto para la representación clásica o alegórica como para la representación romántica o simbolista. El mito es sólo signo, lenguaje universal de este misterio; por eso, este misterio pierde todo aquello que tenía de conocido y establecido -a través de toda la tradición cultural- para transformarse en elemento de provocación y meditación".
Tras la inicial experiencia solitaria, la fundación en Ferrara, en 1917, de la Scuola Metafisica -que integraron, además, su hermano Andrea (Alberto Savinio), Carlo Carrà y, desde 1918, Giorgio Morandi-; el período parisiense (1925-1930), en el que es exaltado por los surrealistas como "el más sorprendente pintor de estos tiempos" (el elogio, de Apollinaire, fue actualizado por Breton tras la muerte de éste en 1918), De Chirico comenzó una revisión de su pintura temprana, al recuperar temas e incluso hacer réplicas de cuadros.
También se inclinó por la imitación de maestros barrocos y románticos, y tuvo un período final neometafísico en el que, sobre los temas de siempre, adquirió una inusual libertad pictórica. Esta producción posterior a los años treinta es lo que se vendrá a Buenos Aires, directamente de la Fondazione Giorgio e Isa de Chirico, de Roma. Si bien no se trata de la obra paradigmática que todos conocen y querrían ver, es una selección a la que vale la pena acercarse para descubrir a ese De Chirico que es, a un tiempo, "el otro, el mismo".
Giorgio de Chirico, antológica. Desde el 4/4, en el Centro Cultural Borges.
Viamonte y San Martín. Lunes a sábados, de 10 a 21; domingos, de 12 a 21. Entrada, $ 2.
Auspiciantes: Embajada de Italia, Instituto Italiano de Cultura, Ministerio de Bienes Culturales de Italia, Alitalia, Telecom, Fiat, Olivetti, Fratelli Branca, Banca Nazionale del Lavoro, Andreani y Societá Italiana di Navegazione.
La pieza que hizo rodar el engranaje
En la primera de sus Meditations d´un peintre, De Chirico revela las circunstancias en las que pintó su primer cuadro metafísico. Escribe en francés, lengua que manejaba a la perfección en parte porque había vivido por años en París, y en parte también porque acostumbraba a redactar poemas en esa lengua (poemas que resultan la transcripción en clave literaria de su universo pictórico.) Su pintura es, a la vez, transcripción de las más íntimas preocupaciones personales. He aquí el relato de esa experiencia, vivida en un paisaje paradigmático de la Florencia renacentista.
"...Les contaré cómo he tenido la revelación de un cuadro que expuse este año en el Salón de Otoño, (...) El enigma de una tarde de otoño. En una clara tarde de otoño estaba sentado en un banco en mitad de la Plaza de Santa Croce. En verdad, no era la primera vez que veía esta plaza. Estaba saliendo de una larga y dolorosa enfermedad intestinal y me sentía particularmente sensible. La naturaleza entera, hasta el mármol de los edificios y de las fuentes, me parecía que estaba convaleciente. En el centro de la plaza se eleva la estatua de Dante, cubierto por un largo traje, que tiene apretada su obra en la mano y que inclina hacia el sol su cabeza pensativa coronada de laurel. La estatua es de mármol blanco, pero el tiempo le ha otorgado una tonalidad grisácea muy agradable. El sol otoñal, tibio y sin amor, aclaraba la estatua y la fachada del templo. Tuve en ese momento la extraña sensación de que veía ambas cosas por primera vez. Y me vino a la mente la composición del cuadro, y cada vez que miro el cuadro revivo ese momento. El momento, sin embargo, es un enigma para mí, por lo inexplicable. Amo llamar de esta manera una obra que resulta un enigma."
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