
A 40 años del juicio a las juntas, ¿podemos aprender a aprender?
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Estamos celebrando 40 años del juicio a las juntas, donde se investigó en profundidad la violencia estatal del gobierno militar, un juicio que favoreció la vigencia ininterrumpida de la democracia. ¿Qué más podemos aprender de ese proceso para prevenir nuevas matanzas en nuestro país o en la región?
Enrique Piñeyro se presenta cada año ante un Teatro Coliseo repleto para demostrar que el sistema de aeronavegación mundial comete muy pocos errores. En su show exhibe descarnadamente los detalles de accidentes que ocurrieron y explica por qué no se repiten: el sistema aprendió a aprender.
Estados Unidos decidió liderar el sistema de paz y seguridad internacional después de verse forzado a intervenir en dos guerras mundiales para las que no se había preparado. La ausencia de una autoridad política mundial lleva a la mayoría de los expertos de ese país a considerar que el mundo está en anarquía y que solo la fuerza militar puede proteger a Estados Unidos.
Por eso, desde 1945, Estados Unidos planifica intervenciones militares en todo el mundo para mantener o crear las condiciones que Washington considera seguras. No se analizan fórmulas alternativas de autocoordinación, como el modelo internacional de aeronavegación que explica Piñeyro, ni se aprende de los costosos errores, como las guerras de Vietnam, Afganistán e Irak.
Desde 1951, Estados Unidos promovió la preparación de las fuerzas armadas de Sudamérica para enfrentar guerrillas que eran apoyadas por la Unión Soviética. Los militares argentinos se prepararon para esa clase de conflictos desde 1956. En 1976 implementaron lo que consideraban un plan innovador que resolvía el gran desafío de identificar a los “subversivos” que se escondían entre la población.
Cuando en octubre de 1984 Julio Strassera me convocó para que lo ayudara en el caso de las juntas, tuve que aprender sobre esa planificación militar. La Conadep había expuesto miles de hechos de secuestro, tortura y asesinato; mi trabajo era mostrar que esas acciones no eran el resultado de la eventual crueldad del personal subordinado, sino del cumplimiento estricto de las órdenes que aprobaron los comandantes y que se transmitieron por las cadenas de mando. Los crímenes fueron cometidos por burocracias que seguían instrucciones.
Aprendimos que las directivas y órdenes de operaciones creaban grupos de tareas que detenían a los “blancos planeados” (personas consideradas sospechosas), los conducían a “lugares de reunión de detenidos” (llamados por la Conadep “centros clandestinos de detención”), donde eran sometidos a “interrogatorios tácticos” (nunca se mencionó la palabra “torturas”). Los nombres obtenidos durante el interrogatorio permitían detener inmediatamente a nuevos sospechosos, llamados “blancos de oportunidad”.
Los militares estaban influenciados por la experiencia de 1973, cuando una amnistía había liberado a todos los guerrilleros presos, y concluyeron que no bastaba encarcelarlos, había que eliminarlos físicamente. Calcularon que debían ejecutar a diez mil personas y que eso provocaría una enorme reacción internacional, incluyendo al papa, que ellos no podrían resistir. Decidieron que todas las operaciones serían encubiertas, no se registrarían las detenciones y se ejecutaría a las personas sin juicio, los cadáveres desaparecerían y se negaría todo lo ocurrido.
El carácter encubierto de las operaciones convertía la búsqueda de la verdad sobre los “desaparecidos” en un ataque al gobierno militar. La orden de operaciones 9/77 disponía expresamente: “Cualquiera que simpatiza o colabora con la subversión se expone a los mismos riesgos que los miembros de las bandas subversivas”.
La directiva 504/77 establecía que el objetivo básico de la “lucha contra la subversión” era lograr “la adhesión, el apoyo y la participación de la población en favor de las fuerzas legales”, y para lograrlo se organizaron planes de acción psicológica. Por eso en su declaración ante los jueces el almirante Massera dijo que estaban ahí porque ganaron la guerra de las armas, pero perdieron la guerra psicológica, sin advertir su responsabilidad en haber aprobado un plan clandestino e ilegal.
La planificación militar tiene máxima relevancia actual, pues en este preciso momento Estados Unidos propone una nueva estrategia. Considera que está en un conflicto armado con grupos narcotraficantes que dependen de Venezuela y bloquea militarmente a ese país. Esta política puede influir en los planes que preparen las Fuerzas Armadas argentinas y puede llevar la guerra a Sudamérica, una región que por décadas estuvo libre de conflictos armados entre Estados. La planificación militar debe ser más discutida en la Argentina y en el mundo, pues es, literalmente, una cuestión de vida o muerte.
Estuve seis años discutiendo estos temas en la Universidad de Harvard y sé que no pueden aprender en materia de seguridad internacional. Los errores se repiten una y otra vez. En 2012, el presidente Obama le preguntó a la CIA cuándo había funcionado la estrategia de apoyar fuerzas “amigas”. La única historia de “éxito” que mencionó la agencia de inteligencia fue el apoyo prestado a los rebeldes muyahidines que luchaban contra las tropas soviéticas en Afganistán durante la década de 1980. El estudio no analizaba que veinte años después Estados Unidos decidió ir a la guerra contra los talibanes y Ben Laden, los mismos grupos que había promovido para enfrentar a los soviéticos.
¿Podemos aprender a aprender?






