
A la hora señalada
Por Enrique A. Antonini Para LA NACION
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Una gran mayoría de acontecimientos sociales, políticos, académicos o culturales tienen en común que a todos ellos se les señala un horario de inicio que pocas veces se respeta. Basta con pasar revista, a modo de ejemplo, a los veinte o treinta minutos que transcurren desde la hora señalada para el ingreso de una novia al templo, hasta que las puertas finalmente se abren y los primeros acordes del órgano preavisan su ingreso; o a los treinta minutos de "tolerancia" que se han impuesto en las audiencias judiciales. No menos importante es la referencia a la larguísima espera -de varias horas en algunos casos- que están obligados a soportar los legisladores que llegan puntualmente a sus bancas, y el momento en que efectivamente se inicia una sesión, o la tediosa demora que se sufre en la mayoría de los consultorios médicos; o los minutos obligados que hay que dejar transcurrir en determinados eventos sociales para no ser los "primeros" en llegar; cuando no los trastornos que causa en el tránsito vehicular el cotidiano incumplimiento de las disposiciones horarias sobre carga y descarga.
Conforme al diccionario, la definición de puntual comprende los siguientes conceptos: "Pronto, diligente, exacto en la ejecución de las cosas. Especialmente se dice de lo que se cumple a la hora o plazo convenido". En otras palabras, ser puntual significa sentir respeto por los demás cumpliendo con cada compromiso contraído a la hora que se ha determinado.
Así, quien respeta la puntualidad se gana la confianza de los demás, ya que el que acuerda una hora empeña su palabra, y si la honra, prueba ser confiable.
Más vale tarde que nunca
Sin pretender realizar una falsa generalización, podemos afirmar que los argentinos tenemos una fuerte predisposición a no valorar adecuadamente el uso de nuestro tiempo. Más aún, permitimos que otros dispongan de él y no ofrecemos demasiados reparos frente a semejante despojo. Como bien señaló José Luis de Imaz, la nuestra es una sociedad permisiva, todo lo comprendemos, todo lo justificamos. Y no está bien que sea así. El tiempo pasa sin detenerse. Podemos perderlo, pero no ganarlo. Sólo podremos aprovecharlo mejor. Y de eso se trata.
Respetar las cronometrías suizas no va con el argentino común. Parece que el "más vale tarde que nunca" es la consigna habitual de comportamiento. Nos hemos ganado la fama de ser una sociedad impuntual, incumplidora y es tiempo de revisar esta conducta: se es puntual o impuntual, no hay términos medios. La persona educada tiene como invariable principio de conducta ser puntual y respetar los horarios fijados.
Actualmente, sin embargo, la puntualidad ha dejado de ser un sinónimo de educación. Y no sólo no se la valora, en ciertas oportunidades hasta se la castiga. ¿Cuántas veces habiendo llegado puntualmente a una conferencia hemos tenido que esperar a que se reuniera una cantidad de público suficiente para poder comenzar?
Aquí también se dispone indebidamente de nuestro tiempo. Fallan los premios y castigos, como en tantas otras circunstancias.
La paradoja del tiempo
Desgraciadamente, el mal uso del tiempo no engorda a las personas, no se hace evidente de una forma tan directa. Tal vez por eso no resulta un factor relevante que deba ser considerado por todos. En las sociedades más desarrolladas el respeto por el tiempo -el propio y el ajeno- se ha constituido en uno de los rasgos distintivos en los que se asienta la competitividad.
La paradoja del tiempo está en que son muy pocos los que consideran que tienen el suficiente, cuando, en realidad, cada uno dispone de él en su totalidad. A diferencia de los demás recursos, éste sólo puede usarse, y si no se lo utiliza no por eso deja de pasar. Por ello cuando decimos que vamos a ganar o a perder tiempo haciendo tal o cual cosa no nos detenemos a pensar que, en realidad, nada de eso ocurrirá. El tiempo es imperturbable e inmodificable, lo único que podemos cambiar es nuestra actitud frente a él. La provisión del tiempo no es, de ningún modo, elástica. Por grande que sea la demanda, la oferta no aumentará. No tiene precio a pesar del dicho popular: "El tiempo es oro".
Es indudable que quien pueda administrar correctamente su tiempo estará en mejores condiciones de programar sus obligaciones cotidianas, sin sobresaltos y con la posibilidad intacta de resolver imprevistos, en caso de presentarse.
Es fácil ser impuntual. Lo difícil es ser puntual: se requiere voluntad y aun sacrificio, aunque no tanto como creen los enemigos del reloj, que suponen a sus antípodas como siempre nerviosos y apurados. No es verdad. Son serenamente previsores y dominan la circunstancia con un envidiable control. Por intrascendente que parezca la cuestión -aunque realmente no lo es- hagamos el esfuerzo para que la virtud de la puntualidad derrote al vicio de la impuntualidad. Así contribuiremos a recrear una sociedad más previsible y confiable.






