América latina rechaza la reelección de Maduro
La semana pasada -en una ceremonia tramposa, tan escasa de gente como de contenido- el excolectivero y actual dictador venezolano, Nicolás Maduro, asumió fraudulentamente la primera magistratura de su país por un pretendido nuevo mandato de seis años.
De esa manera intentó, en apariencia, iniciar un ilegal nuevo período presidencial presuntamente derivado de su supuesto triunfo electoral en las elecciones de mayo del año pasado, que fueran inmediatamente denunciadas como fraudulentas, entre otros, por la más alta jerarquía de la Iglesia Católica venezolana. Y luego por el Grupo de Lima, que incluye a nuestro país. Sus posibilidades y pretensiones de reelección presidencial no tienen, además, límites temporales de ninguna naturaleza. Su grotesca fechoría podría, entonces, reiterarse.
Pero lo hace prácticamente en soledad, radicalmente aislado por lo sustancial de su propia región latinoamericana, que rechaza su pretensión de mantener mañosamente el liderazgo del país caribeño, después de haber cuidadosamente designado a los magistrados del Tribunal Superior de Justicia de su país, que obviamente no son, para nada, independientes. De ese modo se "aseguró" contra eventuales traspiés en su torcido camino en procura de eternizarse en el poder. A lo que agregó la estructuración de una Asamblea Nacional Constituyente que le responde mansamente, a control remoto, con la que vació pretendidamente de competencias al Poder Legislativo oportunamente elegido por el pueblo, que está dominado por la oposición.
Todo, sin embargo, tuvo para él sabor a poco. Sólo pudo estrechar las manos de un reducido puñado de otros presidentes latinoamericanos de nuestra región, de relativa poca trascendencia personal y con un denominador común: su triste tinte autoritario. Me refiero al de Cuba, Miguel Díaz-Cané; al de Bolivia, Evo Morales; al de Nicaragua, Daniel Ortega; y al de El Salvador, Salvador Sánchez Serén.
México y Uruguay, por su parte, enviaron a funcionarios de segunda línea, quizás con el propósito de tratar de quedar bien con Dios y con el diablo, lo que nunca es sencillo. En este caso, sus poco felices actitudes equivalen -cabe advertirlo, por todo lo que esto significa- a dar la espalda a quienes hoy en América latina defienden a la democracia. Lo que institucionalmente ha sido una, cuanto menos, lamentable torpeza. Por esto nuestro presidente Mauricio Macri, debió –con toda razón- comentar que lo que intenta Nicolás Maduro con su ilegal reelección es claramente "burlarse de la democracia".
Por ello también el nuevo presidente de Brasil Jair Bolsonaro, no invitó a Maduro a su inauguración, aclarando que ello hubiera sido "una falta de respeto al pueblo venezolano". No había obviamente lugar para Maduro en una fiesta que celebraba el triunfo de la voluntad popular, que Maduro pisotea. Nicolás Maduro, repudiado, respondió con sus habituales insultos y, peor aún, con gruesas amenazas. En América latina, defender la democracia con declaraciones emitidas desde sus órganos regionales no puede tenerse livianamente por intromisión en los asuntos internos de ninguno de sus países.
La concurrencia a la asunción de Nicolás Maduro no fue, para nada, impresionante. Todo lo contrario. Allí sugestivamente estuvieron, además de los antes nombrados, personajes de relativo poco fuste, como el Ministro de Defensa de Irán, Amir Actami y el vice-presidente de la también dictatorial Turquía, Fuat Oktay.
Ocurre que, como acaba de señalar el joven y valiente presidente de la Asamblea Nacional venezolana, Juan Guaidó, la presidencia de su país no está vacante, sino que ha sido usurpada. Lo que ciertamente es muy distinto.
Para la región toda, la continuidad del dictador Maduro es una mancha y un evidente bochorno. Y una obvia ruptura con el compromiso común de vivir en democracia. El disgusto y la aflicción del sometido pueblo venezolano previsiblemente se extenderán hasta el 2025.
Para un país que ya ha sido brutalmente demolido -social y económicamente- por los enormes desaciertos chavistas, una nueva etapa de su larga pesadilla acaba de comenzar, continuando la línea de las anteriores que condujeron a Venezuela a una situación de desastre exteriorizada de manera inocultable por la escasez de todo y por una inflación descontrolada, que ya es del 3% diario y que se acelera cada vez más. Allí viven hoy cuatro millones personas, empantanadas en la pobreza extrema, con menos de un dólar y medio por día.
Argentina, Colombia, Chile, Brasil, Paraguay y Guyana avanzan, en este mismo momento, en la imposición de nuevas sanciones a los líderes usurpadores venezolanos. Entre ellas, la de prohibir la entrada a sus respectivos territorios a los funcionarios de la fraudulenta administración de Nicolás Maduro, así como fuertes restricciones de contenido financiero. Es ciertamente hora de actuar decididamente de esa manera.
Venezuela, cabe recordar, se convirtió -en el 2017- en el primer país de nuestra región en solicitar formalmente su retiro de la Organización de Estados Americanos (OEA), lo que aún no ha sucedido, aunque sólo en función de los plazos que resultan aplicables a ese proceso. Exteriorizó así la voluntad de sus circunstanciales autoridades de salir del camino de la democracia.
Para los demócratas venezolanos estas son horas bien tristes. Sobre su Patria flota la sombra de una tiranía represora y, peor aún, también torturadora, a estar a las más recientes denuncias de las organizaciones de derechos humanos sobre los abusos que se cometen desde el entorno cercano a Nicolás Maduro. La crisis venezolana es tan grave como inocultable, desde que ha provocado ya el éxodo de nada menos que el 7% de toda su población, en un proceso que no se ha detenido.
Por lo demás, las encuestas recientes indican que nada menos que el 72% de los venezolanos rechaza el segundo y fraudulento mandato presidencial de Nicolás Maduro. Tan sólo un 19% de los encuestados se inclina por apoyarlo. Nada, entonces.
El deplorable éxodo venezolano, es hora ya de decirlo sin disimulo alguno, es cuantitativamente mayor que la ola de emigrantes que llegan a Europa provenientes de Medio Oriente y África desde hace ya cuatro años, que también conmueve al mundo. Este año se calcula que un millón más de venezolanos escaparán de la tragedia que se ha abatido sobre su país.
El mundo democrático está hoy denunciando –sin disimulos- lo que sucede en Venezuela. En cambio, tres países, todos ellos autoritarios, Rusia, China y Turquía, manifiestan públicamente su apoyo a la dictadura de Nicolás Maduro. Los mensajes implícitos en esa división de actitudes lucen evidentes.
Por todo esto la necesidad de respaldar a Juan Guaidó y a quienes lo apoyan en su desigual lucha por defender la democracia en Venezuela, en la que -desde la Asamblea Nacional de su país- está dispuesto a asumir la presidencia de su país y, apegado a la Constitución, dar todos los pasos posteriores que sean necesarios para poder regresar al camino de la democracia.
Su convocatoria a una gran movilización social para el próximo 23 de enero, fecha en la que Venezuela conmemora además la caída de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, puede realmente ser definitoria en la urgente remoción pacífica de quien ha usurpado, brutal y abiertamente, el poder en Venezuela: el dictador Nicolás Maduro. Por esto, esa movilización debe ser apoyada desde todos los rincones de nuestra región, sin retaceos.