Argentina año verde
Que la sociedad delibere con pasión y compromiso es un motivo de alegría y una ocasión para celebrar nuestra democracia, que da muestras de vitalidad aun con sus imperfecciones
No es por el dólar ni por el voto en favor de la despenalización del aborto . Si hoy podemos hablar de "Argentina año verde" es porque la cultura democrática se ha fortalecido en el contexto del debate sobre esta cuestión tan importante como controversial.
En el marco de un sistema político a menudo desmadrado e inestable, incapaz de resolver cuestiones tan elementales como la inflación (cosa que en la región lograron todos los países excepto Venezuela), que una sociedad se dé a sí misma la posibilidad de deliberar sobre este tema con pasión, compromiso, vehemencia y, lógicamente, algunas exageraciones, constituye un motivo de alegría y una oportunidad para celebrar el hecho de que vivimos en democracia. Es imperfecta, en muchos aspectos anda a los tumbos, pero solo se puede mejorar con más y mejor democracia, con más y mejores políticas, políticas y políticos y, sobre todo, con más debates como el que acabamos de presenciar.
Nuestro ordenamiento constitucional, como ocurre en la mayoría de las democracias modernas, requiere y supone que la ciudadanía se involucre activamente en la cosa pública mediante una dinámica de debates que permite a los múltiples actores comprender distintos aspectos o atributos de los principales puntos de la agenda de política pública. Es cierto que la nuestra es una democracia representativa, en la que el pueblo no delibera ni gobierna sino a través de sus representantes, pero al mismo tiempo estos tienen la necesidad de comprender las demandas de la sociedad: urgencias, matices, innovaciones y hasta viejas cuestiones mal resueltas o postergadas injustamente. El papel de los partidos políticos y de las organizaciones de la sociedad civil es crucial: deben ayudar a jerarquizar esa agenda, seleccionar los elementos más significativos, entender su complejidad, buscar experiencias de otros países o aprender de desafíos nuevos que exigen salir de la zona de confort y pensar por afuera de los estándares establecidos.
Estos procesos de deliberación tienen el potencial de convertirse en experiencias proteicas y enriquecedoras. Incluso, pueden llegar a transformare en puntos de inflexión en el recorrido político y social de un país. Los grupos e individuos que participan y se involucran de estos debates viven en carne propia circunstancias únicas, formativas, para muchos inolvidables. Ganen o pierdan, es probable que su vida ya nunca sea igual. Recordarán para siempre la alegría o la decepción, la emoción o la indignación, la reflexión y el entusiasmo con que transitaron un camino que empieza, pero que puede derivar en una gran indeterminación: uno nunca sabe cómo ni dónde termina, qué volteretas sufrirán las circunstancias, qué ramificaciones o derivaciones no deseadas o consideradas sorprenderán incluso a quienes lideraron esas gestas.
A menudo se forjan nuevas ideas, consignas, concepciones del mundo, incluso identidades que van a influir por mucho tiempo no solo en quienes han sido partícipes de algunos de estos momentos transformacionales, sino también en muchos otros actores. Las confrontaciones nos permiten entender quiénes somos y cómo pensamos, en especial en relación con (y en oposición a) los circunstanciales adversarios, tanto en temas materiales como, en particular, en cuestiones simbólicas. En estos casos, el efecto multiplicador de los procesos deliberativos puede ser imparable.
La sociedad argentina no fue la misma antes o después del debate por la educación laica o libre, ni de la sanción de las leyes de punto final y obediencia debida, ni de la resolución 125. Esos episodios dispararon un sinnúmero de reacciones, mecanismos y procesos con impacto en el corto, mediano y largo plazo. En algunos casos, recién estamos advirtiendo la influencia final que tuvieron esos sucesos trascendentales. Aquel debate educativo se centraba en la cuestión religiosa. Algunas décadas más tarde surgió un gran número de universidades privadas no confesionales que enriquecieron la oferta educativa y cambiaron para siempre el paisaje académico y hasta la dinámica de producción de conocimiento y socialización de elites en el país. La cuestión de los DD.HH. pareció sufrir una derrota luego de los alzamientos militares durante el gobierno de Alfonsín, pero las causas siguieron su curso en la Justicia y más tarde otro gobierno en otro contexto reimpulsó "los juicios de la verdad", no sin sesgos ni polémicas, pero revirtiendo el sentido inicial de aquellas leyes. Del largo "conflicto con el campo" nació la famosa "grieta": un terremoto político que propugnó una polarización ideológica y vivencial que hacía mucho la Argentina no vivía y que todavía no sabemos cómo resolver.
Esto no constituye un elemento meramente argentino. ¿Acaso la situación en Brasil no cambió radicalmente a partir del debate parlamentario y social que derivó en la destitución de Dilma Rousseff? ¿Quedó saldada en Perú la caída de Pedro Pablo Kuczynski? Episodios de discontinuidad institucional que abrieron nuevos capítulos cuyas consecuencias son aún difíciles de mensurar. Se trata de lo que algunos autores, como Ruth y David Collier, denominan "coyunturas críticas": eventos que modifican para siempre la forma en la cual se (des) organizan los regímenes políticos un una sociedad.
¿Es para tanto lo que acaba de pasar (o lo que está aún pasando) en la Argentina? Es prematuro para saberlo. El fallo denominado "Roe vs. Wade" de la Corte Suprema de los Estados Unidos (22 de enero de 1973) legalizó la interrupción voluntaria del embarazo y cambió para siempre la configuración de la política de ese país. Explica por qué, por ejemplo, el sur, antes mayoritariamente demócrata, se transformó en un territorio republicano, partido que terminó siendo más abierto a la influencia de grupos religiosos opuestos a la legalización del aborto, predominantes en las regiones menos urbanizadas. O que comunidades como la italiana, la polaca y sobre todo la irlandesa, con fuerte influencia católica y hasta entonces más afines a los demócratas, también se volvieran políticamente diversas. Algunos autores consideran que la cuestión provida-proelección es el inicio de una secuencia de polarización interpartidaria en Estados Unidos que llega hasta nuestros días y que nadie sabe cómo -y si- se habrá de revertir.
En la física, el "principio de conservación de la energía" indica que esta no se crea ni se destruye: solo se transforma de unas formas en otras. Pero antes y después de cada transformación, la energía total es constante. Albert Hirschman llevó esta teoría al campo de la sociedad: cuando alguien vive una experiencia formativamente reveladora, eso lo acompañará durante toda su vida, ya sea porque lo capitalizó o porque lo reinventó en otra "energía". Todos aquellos que militaron estos meses en la Argentina, que participaron en el debate, cambiaron el contexto, independientemente de que lo hayan hecho a favor o en contra de alguna de las posturas. En el futuro, utilizarán el aprendizaje y las vivencias que acaban de acumular. Muchos líderes, especialmente mujeres, cambiarán nuestra historia. Será para bien.
La sociedad argentina está viva. Nuestro endeble sistema democrático mejoró, al menos un poquito. Queda un enorme camino por recorrer. Pero la energía participativa está intacta. La base, está.