Buscar consensos para evitar que las brechas sociales se agranden
La crisis generada por la pandemia expuso la fragilidad estructural que atraviesa nuestro país desde hace décadas. Más allá de la excepcionalidad de una situación que no tiene ningún precedente moderno, no podemos dejar de reconocer que los desequilibrios eran previos y que el peligro que ahora enfrentamos es que la nueva normalidad agrande las brechas preexistentes.
Es importante recordar que la Argentina sufre un proceso conocido como infantilización de la pobreza. Según un análisis de Cippec sobre la base de datos del Centro de Estudios Distributivos, Laborales y Sociales y la Encuesta Permanente de Hogares, en la Argentina la pobreza infantil crece desde 2003. Unicef, en tanto, estimó que a fines de 2020 casi 6 de cada 10 niños serán pobres. El impacto en términos individuales y sociales es incalculable.
Analicemos ahora uno de los factores de mayor incidencia en la desigualdad: el de la educación. En los sectores más vulnerables muchos chicos hoy están desconectados de las escuelas y de sus maestros. Según un informe de la organización Argentinos por la Educación uno de cada 5 estudiantes que finaliza la primaria no cuenta con ningún tipo de acceso a Internet en su hogar, ni fijo ni móvil. Además, la mitad de las conexiones fijas son de banda estrecha.
Esto significa que tienen una velocidad menor a 20 mbps según el Ente Nacional de Comunicaciones (Enacom), siendo esa la velocidad mínima necesaria para actividades sincrónicas. En el contexto que atravesamos, la falta de conectividad contribuirá a aumentar la brecha educativa.
Pero no es la única brecha con riesgo de ampliarse. La pandemia amenaza también con agrandar las inequidades de género persistentes en términos de acceso al mercado laboral por tres motivos centrales. Primero, porque las mujeres tendemos a trabajar más que los hombres en los sectores económicos que son los más afectados por las medidas de aislamiento social como las industrias de servicios, el comercio minorista o el turismo, entre otros.
Segundo, porque las mujeres tendemos a trabajar más en el sector informal que los hombres. En la Argentina el 35% de las mujeres se desempeñan de manera no registrada.
Tercero, el 76% del trabajo doméstico no remunerado cae sobre las mujeres y, en un contexto de mayor carga de este tipo de tareas debido a la falta de clases y poblaciones adultas en riesgo, la reinserción de la mujer en el mercado laboral o el impulso en su carrera laboral corre el riesgo de ralentizarse.
Este tipo de problemas estructurales que expone la pandemia se repiten en cada área que analicemos. Desde el sistema de salud, pasando por el sistema penitenciario, hasta la planificación territorial. Podríamos continuar y reflexionar sobre el veloz y alarmante incremento de la violencia institucional, el sistema de cuidados de nuestros adultos mayores y, desde luego, los desequilibrios macroeconómicos cíclicos.
Los datos exponen un peligro concreto: nos encaminamos a un nuevo retroceso estructural y permanente. El desafío que enfrentamos es enorme y análogo en dimensiones al clima de división, confrontación y crispación que atravesamos. Si los argentinos no logramos una mayor capacidad de diálogo en función de propósitos comunes y urgentes en dirección a un proyecto de desarrollo consensuado y un mínimo sentido de comunidad y respeto, la nueva normalidad no será una metáfora para aludir al período en el que nuestras vidas cambiaron hasta contener al virus, sino que será más bien la frase que describa nuestra resignación social frente al dolor y la inequidad.
Diputada de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (Bloque Confianza Pública)