Valor y precio
No todo lo que cuesta mucho vale tanto, y viceversa. Y en esta última expresión (“No todo lo que vale mucho cuesta tanto”), entramos los médicos.
Somos los únicos “trabajadores independientes” que resultamos dependientes; ya que no podemos decir cuánto se traduce en dinero el valor de lo que hacemos. Ese precio lo pone otro. Llámese obra social, prepaga, hospital o como sea. Y siempre según la necesidad de quien nos paga, lo que implica la progresiva desvalorización de lo que hacemos. Empezando por los financiadores y terminando en los pacientes.
De a poco, el público se va acostumbrando a que lo que cuesta poco, vale poco. Y muchos médicos también se van acostumbrando a que su estudio, su formación, su criterio, su exposición, no recibe la recompensa pecuniaria y, por lo tanto, no vale.
No es de extrañar, entonces, que la calidad médica se deteriore. Que el criterio y la experiencia médica, pese menos. Que la consulta sea más corta. Que los recursos se midan por la facturación y no por la real necesidad y criterios médicos (la cantidad de estudios pedidos a un paciente, es indirectamente proporcional a la sabiduría médica).
Y queda preguntarnos: ¿De quién es la culpa de todo esto? ¿De las obras sociales? ¿De la gente? ¿De la tecnología? No. La culpa es absolutamente nuestra, de los médicos. De nada sirve llorar o quejarse por las redes sociales, si no hacemos nada por estar de acuerdo. Si no hacemos nada por valorar lo que hacemos con tanto sacrificio. Si no intentamos llevar a un digno paralelismo la relación valor/precio.
No es fácil en una sociedad acostumbrada a exigirnos todo y no ofrecernos nada. No es fácil, pero es imprescindible para salvar la medicina argentina, que ya no es atractiva para los jóvenes. Hay una enorme carencia de especialistas en muchos rubros. Médicos clínicos e internistas huyen hacia las especialidades con prácticas rentables, y muchas prácticas se sostienen en la enfermedad establecida y ya no en el cuidado de la salud y la prevención.
Estamos más educados en la enfermedad que en evitarla. Y eso no se paga. O se paga poco, muy poco. En cambio, todo lo que se consume (fármacos, estudios, internaciones, etc.) sugiere una enorme erogación de dinero que nunca llega a los bolsillos médicos sino de los sistemas que sostienen a la enfermedad establecida.
Esto es urgente, imprescindible. O desaparece la mejor medicina que supimos conseguir.
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