
Clonación de seres humanos
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Los sorprendentes avances de la biotecnología han estimulado fuertemente los deseos y la imaginación de muchas personas que esperan resultados hasta no hace mucho inimaginables, como la producción de seres humanos que sean reproducciones fieles de cualquiera de nosotros. Se sabe que en cada una de las células de un ser vivo está presente el código que permite duplicarlo y los éxitos conseguidos con los animales (el caso de la oveja Dolly, por ejemplo) han impulsado la esperanza de repetir los mismos procesos, pero en los hombres.
Una secta llamada de los ra‘lianos, que se dicen amantes de la ciencia y creen en los alienígenas, ha demostrado su interés por lograr la producción de clones humanos y parece disponer de dinero suficiente como para apoyar a los biólogos decididos a conseguir lo que ellos pretenden. No son los únicos, pues se conocen los casos de otros grupos o personas que sostienen idénticos propósitos. La clonación de seres humanos no es algo que se pueda considerar como un hecho inminente de la biología, pero está claro que no habrá de pasar mucho tiempo antes de que sea factible. Esta posible práctica ha merecido los reparos de personas e instituciones, por motivos religiosos, éticos o jurídicos, que no cuesta mucho comprender. Sin embargo, es fácil vaticinar que poco es lo que se podrá hacer para impedirla, cuando los científicos encuentren la manera de convertirla en realidad.
La historia de la humanidad está llena de situaciones límite que fueron franqueadas, pero no sin padecimientos físicos o morales. En casi todos los progresos de la ciencia y de la técnica está implícita la posibilidad de hacer el bien o el mal y esto es cierto desde los tiempos en que el hombre pudo dominar el fuego, por caso, y convertirlo en un auxilio fundamental de su vida y también en un arma contra los demás seres humanos. Crear un hombre que copie a otro hombre es también una instancia límite, que inevitablemente habrá de generar tremendos dilemas éticos y rechazos profundos. Es mucho lo que se podría decir en torno de este arduo problema, pero se tiene la impresión de que quienes lo encaran parecen olvidar que un ser humano es la suma de su capital genético y de lo que con él ha hecho o ha sido llevado a hacer. Copiando el material hereditario se puede producir un hombre que tenga las mismas capacidades que el modelo, pero al cual difícilmente se le puede asignar la misma historia vital. Los gemelos naturales, desarrollados en medios y situaciones diferentes, muestran desenvolvimientos distintos. Por cierto que ninguna razón de Estado puede justificar hoy la producción de seres humanos clonados. La humanidad no necesita que se "fabriquen" hombres en escala industrial, porque la población mundial es ya lo suficientemente grande como para desalentar ese propósito. Pero existen personas o grupos, como en los casos citados, que estarían dispuestos a impulsar la clonación, para satisfacer deseos o supuestamente remediar pérdidas, como la agobiante historia de ese padre europeo de la que dio cuenta una revista norteamericana, deseoso de clonar a su hijo muerto, o el caso de parejas imposibilitadas de tener hijos.
Desde los primeros tiempos de la vida los factores que no son biológicos comienzan a hacerse presentes y a producir las diferencias determinantes de que cada ser humano sea único e irrepetible. Incluso en los casos de los gemelos naturales que llegan a mimetizarse después de larga convivencia no existe identidad absoluta, pues cada uno de ellos posee siempre rasgos diferenciales que lo distinguen del otro.
La biología ha llegado a esta impresionante situación de avance mientras quedan, como problemas mal resueltos o en expectativa, arduas cuestiones, ligadas al problema de la clonación y relativas a la naturaleza de los procesos biológicos que son la base de los fenómenos psíquicos. Las zonas de encuentro e interacción entre lo físico y lo psíquico forman parte de una gran incógnita, que las neurociencias intentan desentrañar, pero todavía con resultados limitados. Si se agrega a esto una dimensión trascendente y se piensa en los vínculos entre alma y cuerpo el problema se complica de manera considerable.
Mucho se ha dicho, con justo fundamento, acerca de todo lo que podría ocurrir en el camino hacia esta empresa. La producción de monstruos o el manejo de embriones como si fueran entes descartables forman parte de estos riesgos. El riesgo mayor, de todos modos, reside en que quienes tienen en sus manos responsabilidades o decisiones en esta materia pierdan el sentido de lo humano o deformen la integralidad del hombre mirándolo con perspectivas limitadas. En otras palabras, que quieran alterar un orden natural en el que la vida humana se manifiesta con todas sus maravillas y sus deficiencias.
De cualquier manera, más importante que prohibir o denunciar es meditar mucho y pensar cuáles son las barreras detrás de las cuales se corre el peligro de vulnerar lo que es absolutamente esencial en el ser humano.



