Ajuste y crecimiento
Roberto Lavagna ha puesto en la discusión de la campaña la necesidad de pasar del ajuste al crecimiento y la importancia del consenso nacional para lograrlo. El Gobierno parece haberse dado cuenta de la importancia de ambos aspectos. No son temas nuevos. En los años 80 hubo una amplia discusión en los organismos internacionales sobre lo que se llamó adjustment with growth (que se tradujo "ajuste con crecimiento", pero también puede entenderse como "adaptación con crecimiento").
El tema era qué hacer en los países que sufrían de exceso de demanda agregada sobre la oferta total (usualmente por déficits fiscales), lo que generaba inflación, déficits comerciales o una combinación de ambos problemas. La solución ortodoxa era bajar la demanda para alinearla con la oferta. La crítica heterodoxa era que las políticas de compresión de la demanda también reducen la oferta total, en un círculo vicioso que nunca convergía a la estabilidad esperada, pero que generaba más pobreza y desempleo. De ese debate surgieron propuestas sobre cómo alinear la demanda con la oferta de manera que no afectara, y que más bien ayudase, al crecimiento.
Buena parte de ese debate gira alrededor del balance adecuado entre las políticas fiscales y monetarias (incluyendo el tipo de cambio), por una parte, y cuál es el conjunto de otras políticas necesarias para ayudar en el proceso estabilización y crecimiento, por la otra. Imaginen un cuadro de dos por dos, con opciones de política fiscal contractiva o expansiva en un eje, y política monetaria contractiva o expansiva, en el otro. Eso da cuatro combinaciones posibles.
El gobierno de Cristina Fernández aplicó políticas monetarias y fiscales expansivas (combinación 1) y, para disimular los desequilibrios, implementó una variedad de controles en diferentes mercados de bienes y servicios, y también del tipo de cambio (además de ocultar los datos de pobreza e inflación), que llevaron al estancamiento económico y deterioro social de su segundo mandato. Por su parte, el gobierno actual comenzó con una política fiscal expansiva y una política monetaria contractiva (combinación 2), mientras que liberaba mercados, se endeudaba y apreciaba el tipo de cambio. Con o sin shocks externos, esta combinación iba a explotar en algún momento. Baste notar que el déficit fiscal, que llegó al 6% del PBI en 2015 con el gobierno de Cristina Fernández, subió a 6,6% en 2016 y a 6,7% en 2017 (es decir, no hubo gradualismo), y recién empezó a bajar, a 5,4%, en 2018 luego de la crisis (datos del FMI).
Ahora, el Gobierno pasó a políticas altamente contractivas en lo fiscal (las proyecciones del déficit total del FMI son de 2,9% del PBI en 2019) y monetario (combinación 3), con una paulatina apreciación del tipo de cambio (lo último en parte por razones electorales, considerando que las chances de reelección son mayores con un tipo de cambio nominal estable, aunque eso signifique ahogar a la economía con una política monetaria contractiva). Esto es una política de ajuste sin crecimiento porque deprime la inversión y las exportaciones.
Existe una cuarta combinación posible: un ordenamiento fiscal que reduzca el déficit, con una política monetaria más neutral y un tipo de cambio real (es decir ajustado por la inflación) más competitivo y estable (lo que mejoraría las perspectivas de inversión y exportaciones). Esta combinación, que reduce significativamente la recurrencia de crisis y por tanto libera las muchas fuerzas creativas y productivas de los argentinos, es la que estuvo vigente durante el tiempo de Roberto Lavagna como ministro de Economía, y fue la base del fuerte crecimiento de esos años.
Por el contrario, si tenemos déficit fiscal y al apreciar el tipo de cambio también tenemos déficit comercial, eso significa que estamos viviendo tomando prestado de otros y que vamos a tener crisis recurrentes. Como la combinación 4 no usa el tipo de cambio con objetivos antiinflacionarios se requieren otras medidas para ir bajando la inflación, tales como el desarme de la indexación y un mecanismo fuerte de encuadre de precios y salarios por parte del gobierno, para coordinar expectativas. Y para que este esquema funcione debe darse dentro del marco de un gran acuerdo nacional.
Ojalá que en la campaña podamos tener una conversación civilizada y con análisis económico serio sobre las "efectividades conducentes" (como diría Hipólito Yrigoyen) que nos permitan salir de la crisis y volver a tener esperanzas.
Economista, residente en Washington DC








