Cómo conseguir novia por treinta pesos por semana
¿Qué tipo de mercado sentimental, de nueva economía amorosa, se configura con el desarrollo de las redes sociales?
Hace muchos años un amigo mío conoció a una chica por Internet. Fue allá por 1998, y el caso era una verdadera novedad para todos, tanto que cuando mi amigo (no voy a dar el nombre pero sí decir que es un reconocido periodista que hoy publica columnas, libros de historia e incluso habla por radio) se casó, él y su mujer fueron protagonistas de una nutrida serie de artículos periodísticos. Desde entonces pasaron quince años y creo que los dos siguen casados, pero la historia ya no sorprendería a nadie. Hace poco, en medio de una discusión, otro amigo mucho más joven llegó a decirme, como un desafío, que él no había salido en su vida con ninguna chica que no hubiera conocido a través de las redes sociales. Antes de Facebook y Twitter él era (o se consideraba) un nerd, una especie de perdedor todo terreno. Para mí sigue siendo el mismo, con sus virtudes y defectos, pero su identidad virtual parece dotarlo de un reluciente carisma, de un halo de seducción, y ahí están las pruebas, me dice: cientos de amigos en un lado, miles de seguidores en el otro.
Si hasta hace poco la identidad virtual era apenas un avatar de la identidad real (su representación, su ficción, su hipérbole), ahora ambas existen de forma simultánea
Hace algunos días escuché a un especialista (¿en qué? Ya no lo recuerdo) que afirmaba que había que empezar a pensar de una manera distinta, que ciertas categorías, como las de las identidades reales y virtuales, estaban experimentando una veloz obsolescencia. Si hasta hace poco la identidad virtual era apenas un avatar de la identidad real (su representación, su ficción, su hipérbole), ahora ambas existen de forma simultánea: ya no habría una verdadera y otra falsa, las dos son tan reales como complementarias. Uno es quien es, en soledad y frente a la computadora, pero también el personaje que construye para sí y para los demás en la red. Dicho así, no suena ni siquiera como algo nuevo: ¿cuál sería la diferencia con la doble identidad que desde la época de los hermanos Lumière vienen sosteniendo, por ejemplo, las grandes estrellas de cine? Un desafío más interesante sería tratar de ver si la identidad virtual reemplazará o prescindirá totalmente de la real (si es que eso no sucede ya) y cuáles serían sus consecuencias.
De todas maneras, pensar la incidencia de las nuevas tecnologías y las redes sociales sobre la vida cotidiana en abstracto no tiene mucho sentido: es como juzgar la existencia de la televisión, de la luz eléctrica, de los teléfonos celulares. ¿Por qué no preguntarse mejor qué tipo de mercado sentimental, de nueva economía amorosa, se configura a partir de su desarrollo? Eso es precisamente sobre lo que reflexiona el escritor argentino Juan Terranova en un artículo reciente . Escribe: "Todos necesitamos amor. ¿Quién puede dudarlo? Y lo pedimos. No hay novedad en eso. Lo dijo Freud, y antes lo dijo Jesús. Lo decimos todo el tiempo, de mil maneras diferentes. En las redes sociales esa pasión, no la del amor, sino la de pedir amor, explota, es recurrente, está siempre, incluso de forma involuntaria. El amor, entonces, y sus derivados –sexo, atención, afecto, reconocimiento, incluso el odio y el escarnio– son bienvenidos y codificados como un triunfo". Terranova, siempre atento a las nuevas emergencias del campo de las redes sociales, define a Twitter y Facebook "como una bicicleta financiera de los guiños y los honores, una cámara de reciclaje de tus ambiciones", y concluye que "las redes sociales se pueden transformar, se transforman, de hecho, muy rápido, en eso: una ronda de adictos a la indigencia emocional".
Parece ser que la mayoría de las personas utilizan las redes sociales para tramitar precisamente esta demanda de afecto (en forma de amistades, admiraciones, fantasías, amoríos, relaciones estables)
Digan lo que digan, parece ser que la mayoría de las personas utilizan las redes sociales para tramitar precisamente esta demanda de afecto (en forma de amistades, admiraciones, fantasías, amoríos, relaciones estables). ¿Y por qué estaría mal que así sea? Lo curioso es cómo algunos encuentran, velozmente, la manera de sacarle rédito a la situación. El sitio Girlfriendhire.com ofrece, por ejemplo, novias virtuales por unos treinta pesos por semana (si nos atenemos al valor de cambio del dólar oficial). Por relativamente poco dinero, uno puede contratar el servicio de chicas (o chicos) que lo hagan ver como alguien deseable: enviarán mensajes de texto para despertar los celos de nuestras parejas, postearán comentarios sugerentes en las páginas de las redes sociales, fingirán tener una relación con nosotros . Rocky Robinett, de apenas 28 años, creó el sitio FakeGirlfriend.co . Cuando le preguntaron cómo se le ocurrió la idea, sencillamente respondió: "Me pregunté cuál era la cosa más estúpida que podía crear" (y no será la primera vez en que una idea estúpida convierta a alguien en millonario).
La situación, en general, no deja de ser un poco triste. No sé bien por qué: probablemente sea una cuestión personal, un defecto de carácter. Al fin y al cabo, siempre existieron personas que llaman a las radios buscando a su alma gemela, o que van a la televisión para encontrar pareja o casarse. Cada quien lidia con los fantasmas de la soledad como mejor puede.