¿Cómo hará el FDT para garantizar la gobernabilidad hasta 2023?
Tarde o temprano, el infértil voluntarismo que propone el Gobierno frente a los principales desafíos de la gestión se choca con la dura realidad de los hechos y los números. Para peor, esas ideas inadecuadas, extemporáneas y que ya probaron repetidamente su fracaso suelen implementarse de manera deficiente. Luego viene el dilema de la comunicación: en la era de la información y con las redes sociales moviendo con autonomía la conversación ciudadana es imposible vender bien un producto malo. En conjunto, el “Frente de Nadie” (como lo llama un experimentado candidato del oficialismo), que en teoría iba a hacer todo lo posible para revertir el desastre electoral de las PASO, en la práctica continúa, menos de un mes antes de la elección general, entreverado en la misma dinámica autodestructiva que permite entender la derrota del 12 de septiembre, una de las peores en la historia del peronismo.
Inflación e inseguridad constituyen los principales problemas para la enorme mayoría de los argentinos (86% y 70%, respectivamente, según el último monitor de humor social de D’Alessio IROL-Berensztein). Alberto Fernández reconoció ante su gabinete que esas cuestiones sobresalían en las prolijas notas que viene tomando de sus incursiones con los vecinos de los barrios populares donde solía ganar el PJ, no importaba la elección ni el candidato. En esa suerte de homenaje póstumo a los célebres timbreos de Pro, el Presidente parece haberse anoticiado de lo que todos los estudios de opinión pública enfatizan desde bastante antes de que llegara al sillón de Rivadavia.
El FMI advirtió, como sutil bienvenida a la visita de Martín Guzmán, que la inflación en el país carecía de ancla y que la dinámica consecuente podría ser explosiva. En un contexto donde se registra un preocupante desabastecimiento de múltiples productos, desde pelotas de tenis hasta neumáticos, no solo por el cepo a las importaciones sino por maniobras especulativas frente a las expectativas inflacionarias, Roberto Feletti, el nuevo secretario de Comercio, dispuso un congelamiento de más de mil productos por más de 90 días, incluidas varias marcas de champagne y cremas antiarrugas. Otro caso de empecinamiento terapéutico (insistir con una receta determinada a pesar de que la evidencia empírica sugiere modificarla): en el país existen casi dos decenas de programas de control y congelamiento de precios, incluido el de las tarifas de los servicios públicos, y sin embargo la inflación no baja del 50% anual. No parece un mecanismo efectivo cuando se lo combina con un descontrol de la emisión monetaria para financiar –entre otras cosas– el “plan platita” con el que, junto con las “buenas ondas” que emanan los nuevos spots publicitarios, el oficialismo pretende seducir a un electorado cada vez más cáustico y severo.
Más inoportuna resultó la reciente boutade de Aníbal Fernández. Pasaron 6 años desde su última responsabilidad pública relevante (fue el último jefe de Gabinete de Ministros de CFK a partir de febrero de 2015 y en esta administración ocupó un cargo de tercer nivel como titular de Río Turbio), incluidos la inesperada derrota frente a María Eugenia Vidal y los escándalos mediáticos que caracterizaron esos meses. “Se lo nota falto de distancia”, afirma un excolaborador, “incómodo, como si no lograra sintonizar con la opinión pública”. El problema es más grave: surge del doble rol que se comprometió a desempeñar. Por un lado, lo contrataron como vocero, para defender lo indefendible y desviar la atención de los medios sobre los temas más incómodos. Por el otro, es nada menos que el ministro de Seguridad, un área que está a la deriva desde hace casi dos años y en la que no aplica la muletilla “ah, pero Macri”. Los hechos de inseguridad son cada vez más violentos y se suceden sin solución de continuidad en todo el país, particularmente en grandes centros urbanos como Rosario y el Gran Buenos Aires. Por eso está obligado a atender las cuestiones urgentes de su área específica y a mejorar aunque sea marginalmente la “sensación de inseguridad” (Nik y su familia saben de qué se trata) antes de meterse con otros temas.
De este modo, parece quimérico revertir el resultado de las PASO. Mucho más realista y pragmático es focalizar los esfuerzos en algunas provincias donde se eligen senadores, sobre todo La Pampa y en menor medida Chubut. Allí se niega a bajar su candidatura el peculiar Federico Massoni, un Rambo sureño de origen radical que, respaldado por el gobernador Arcioni, saltó a la fama como ministro de Seguridad. La fragmentación del voto oficialista le facilitaría el camino a JxC, que venció por 10 puntos. Los conocedores de la política chubutense argumentan que el voto a Massoni es predominantemente anti-K y que si bajara su postulación la derrota del cristinista Carlos Linares sería más abultada. En La Pampa, Julián Domínguez se propone repetir la magia que desplegó entre 2009 y 2011, cuando desempeñó el mismo cargo que ahora y logró mitigar el desastre político que había generado la resolución 125 en las zonas más influenciadas por la cadena agroindustrial. El contexto es muy distinto: entonces tuvo dos años, ahora solo dos meses; sus propias promesas de ese momento quedaron en la nada, pues los ROES, las trabas y el sesgo anticampo se profundizaron; el precio de la soja viene cayendo en los últimos meses; el cepo al maíz limita la tibia liberalización de las exportaciones de carne; y en las reuniones que mantiene con productores, él mismo genera dudas respecto de su continuidad: sería contingente no solo (o no tanto) al resultado de las elecciones de mitad de término, sino al nuevo esquema de poder con el que el oficialismo se dispondrá a encarar el resto de la gestión.
La palabra clave es gobernabilidad. Y los interrogantes al respecto se multiplican. Tomando como escenario base un resultado parecido al de las PASO… ¿cómo hará el FDT para articular un mecanismo eficaz que asegure la estabilidad política, evite una dispersión mayor de votos, afecte aún más la marca PJ y destile una candidatura presidencial de cara a 2023 medianamente competitiva? Hasta ahora se generó una suerte de híbrido: incorporación de figuras del peronismo tradicional con base territorial (Manzur e Insaurralde) con mayor intervencionismo económico (cepos, controles de precios). Pocas semanas después de las elecciones el oficialismo deberá dirimir con qué programa, plantel y estrategia encarará el período 21-23. Guillermo Moreno acaba de exigir un adelantamiento de las elecciones presidenciales, un arrebato destituyente que no solo se le ocurrió a él. Los gobernadores e intendentes que ratificarán sus liderazgos en noviembre, la CGT (que el lunes dará a conocer un documento convocando al sector privado a un acuerdo con tintes desarrollistas para generar empleo y crecimiento sostenido) y algunos movimientos sociales pretenden afianzar una coalición política y social que incluya algún tipo de plan de estabilización en el marco de un acuerdo con el FMI. ¿Hasta qué punto Cristina tolerará semejante giro pragmático? ¿Qué espacios de poder preservaría para La Cámpora y otros leales en el marco de esta suerte de restauración pejotista? Los liderazgos de Máximo, Kicillof y el de ella misma quedarían más deshilachados. Ya estuvo obligada a pactar con el peronismo tradicional luego de fracasar en destruirlo. El equilibrio de poder parece volver a girar en su contra.