
Contra los ingenieros sociales
El autor analiza El fin de las libertades: el caso de la ingeniería social , una obra de Alberto Benegas Lynch (h.) y Carlota Jackisch
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Miguel de Unamuno, para sintetizar su tarea de hacer pensar a sus lectores, supo decir: "Yo no reparto harina, yo distribuyo levadura". Precisamente levadura, que es la sustancia que levanta la masa de harina y con la que Unamuno soñaba con levantar las cabezas españolas de su tiempo, contiene el libro El fin de las libertades: el caso de la ingeniería social (Alberto Benegas Lynch (h.) y Carlota Jackisch). Esa idea de levadura se nos viene a la cabeza el compendiarlo. Es un libro polémico, excelentemente apoyado en autores que sirven para fundar sus tesis. Deberíamos decir que toda la arquitectura del trabajo está dirigida a sostener una idea central: la de que nadie tiene derecho a regir la vida de los otros. La de que cada individuo debe convertirse en el protagonista de su propia existencia y por tanto en el responsable de la parábola que sea capaz o incapaz de describir con su propia existencia.
Todo el libro apunta contra el estatismo y contra los burócratas que descubrieron y usufructuaron en el siglo XX los resortes del Estado para sus propios beneficios, fundando una oligarquía inédita que, sin ser titular de la propiedad pública, la usa para su provecho personal. Desde luego, como contrapartida, es un vigoroso alegato del mercado libre y sus leyes espontáneas. Hay un pormenorizado análisis de las experiencias totalitarias, pero mejor aún hay un estudio del origen, de la raíz, del núcleo de ese horror despótico que fueron los experimentos tiránicos: el comunismo, el fascismo, el nazismo. Y esto, lo dice el libro con absoluta claridad, está en la idea perversa de los denominados ingenieros sociales. De los que, tal vez imbuidos de buenas intenciones, creen que pueden diagramar la vida del conjunto. Un poco a la manera terrible del mito de Procusto: lo que sobra debe ser cortado, lo que falta debe ser estirado. Esa ingeniería despótica que de la boca para afuera dice prevalecer al conjunto sobre el individuo, pero que en la realidad usa y maneja la planificación para beneficio de la nueva clase de administradores, de burócratas, de ingenieros de lo colectivo.
Esta nueva clase de explotadores, calificados hace treinta años, por quien esto escribe como oligarquías zurdas , descreen de la inteligencia y la capacidad del hombre común y se sienten llamados a una misión histórica trascendente: la de manipular la vida de los otros manipulando el mercado, la moneda, el Estado, la educación, la salud, los medios de comunicación. La perversión de todas las cosas rescatables de la vida ha sido, indiscutiblemente, el resultado de esta ingeniería social. El empobrecimiento generalizado, el atraso tecnológico, la idiotización del conjunto. Ese afán desmedido de diagramar las sociedades, casi con tiralíneas y compás, viene de lejos aunque se manifiesta de una manera desgarradora en todo el siglo XX. Un pensador y filósofo francés, con trágico humor, lo resumió en su época, cuando Robespierre implantó el terror en Francia. Dijo: "la Revolución Francesa ha cambiado la máxima igualdad, libertad, fraternidad por esta otra: sé mi hermano o te mato".
Los autores de este libro valioso pueden ser, para el criterio de quien realiza este análisis, por momentos, extremosos, en el sentido de cargar las tintas sobre la intromisión del Estado en el mundo de la economía. Ellos tienen el temor de que esa intromisión no sea santa y de que quienes la manipulan, la protagonizan, que son la clase política, usufructúen pro domo sua esa intromisión. Va de suyo que el libro sabe y dice que las sociedades humanas deben ser regidas y que, nos guste o no, esa estructura jurídico-legal es insoslayablemente el Estado. Pero en casi todas sus páginas vive la inquietud, fundada por la realidad histórica del siglo XX, de que esas semillas aparentemente inocentes de lo que llamaríamos intervención indebida del Estado en la vida de los individuos, de las sociedades, del mercado y de la economía en general, terminan produciendo, como una especie de fatalidad, los resultados espantosos que el mundo tuvo que sufrir.
El trabajo de investigación lleva a los autores a resumir el dilema en este enfrentamiento: libertad versus planificación estatal. La razón estaría en el hecho, para ellos imposible de evitar, de que los "cazadores de privilegios" montan un aparato de "solidaridad forzada" o de "paraísos socialistas" que desembocan siempre en fracasos en los cuales la vida termina degradada. Parecería, según las tesis sostenidas, que el diablo es la intermediación de los funcionarios estatales y el posible paraíso, todavía no encarnado en ningún país de la Tierra, el mercado libérrimo. Las objeciones que se nos ocurren son varias pero podríamos resumirlas en el quantum. Para empezar, toda la obra confunde comunismo con socialismo. Es una antigua técnica que inauguraron los comunistas precisamente. El siglo XX supo y tomó estado público, a través de un sinnúmero de hechos históricos, de la división entre los bolcheviques y los socialistas. Los primeros, dueños del poder en Rusia desde 1917 y directores del mundo comunista en cualquier lugar. Polonia, Hungría, Checoslovaquia, Albania, Rumania, Cuba, Camboya, Vietnam, China, son testimoniales. Portugal de Mario Soares, España de Felipe González, Francia de Miterrand, Inglaterra de Tony Blair, Alemania de Schršder y los países nórdicos durante buena parte de ese mismo siglo XX, son testimonios, no sólo económicos sino humanos, de los gobiernos socialistas. Es un exceso identificar a unos con otros.
Pero el exceso de celo por preservar la libertad necesaria para el despliegue de la personalidad no es un defecto, casi diríamos que es una virtud, porque hay que coincidir con los autores en que todas las maquinaciones que en todos los países realizan las clases gobernantes están dirigidas, casi siempre, por una intención de pasar mercadería de contrabando. Achicar el territorio de la libertad personal, diagramar las existencias individuales, reglamentar en ámbitos económicos que no son los suyos, manipular la opinión pública, apoderarse del dinero y usar los ingentes recursos del Estado para beneficio personal o de sus pares.
Este libro es un buen llamado de atención. Este comentarista siente nostalgia por las clases dirigentes argentinas de otras épocas y por la sociedad argentina de esas mismas épocas. Cuando eso ocurría, el Estado y sus gobernantes (Mitre, Sarmiento, Avellaneda, Pellegrini, Roca), en impulso oceánico, educaron a millones, crearon y mantuvieron institutos médicos y hospitales que estuvieron a la altura de los mejores de la Tierra. Tal vez, y sin tal vez, la degradación nacional haya sido una especie de septicemia: el foco primero estuvo en los gobernantes que los transmitieron al conjunto y luego el conjunto siguió infectado e infectando, generando gobernantes corruptos.
Para tratar de revertir ese círculo nefasto y vicioso, obras como la que analizamos, cobran una importancia fundamental.

