David José Kohon, cineasta de Buenos Aires
Elogio y rescate de un director que filmó a La Reina del Plata con una mirada única
La semana pasada, en Cine.ar, vi el primer largometraje de David José Kohon (1929/2004), Prisioneros de una noche. Filmado originalmente en 1960, se estrenó recién en el verano de 1962, y pasó sin pena ni gloria por la cartelera porteña. Los protagonistas son Alfredo Alcón, María Vaner y la ciudad. Sí, del Mercado de Abasto al Parque Japonés de Retiro y las luces del centro, el papel de Buenos Aires trasciende la mera escenografía. Pensé, entonces, en un ensayito inédito de mi amigo César Marchetti sobre el vínculo entre La Reina del Plata y el séptimo arte. “La identidad de Buenos Aires la construyó el cine argentino”, asegura Marchetti. “En los años treinta y cuarenta fue tanguera y era todo una fiesta porque así se veía proyectada. (...) Y en los sesenta apareció una juventud contestataria, con la idea de romper moldes”.
Casi en paralelo a la salida de Villa Miseria también es América (1957), la emblemática novela de Bernardo Vertbisky , Kohon filmaba uno de sus primeros cortos, Buenos Aires -1958, disponible en YouTube-, donde mostraba los techos de chapa y las calles de barro, en contraposición a la pujanza de la metrópoli, con un montaje en la tradición soviética de Eisenstein.
Por retratar así a la ciudad, tengo una debilidad por Kohon. Ya había visto dos de sus films. El primero, Con alma y vida (1970), un policial protagonizado por el Flaco Norberto Aroldi y María Aurelia Bisutti, con banda de sonido original de Astor Piazzolla. La vi con mis viejos en la tele, cuando tenía nueve o diez años, en Función Privada. Me quedó grabada la escena final, cuando el personaje de encarnado por David Llewelyn, desnudo en la cama de una de las habitaciones de Casapueblo, cerca de Punta del Este, le pide a Vilma (Bisuti) que le alcance una cerveza. (En mi memoria, en el pedido había un insulto. Revisándola, descubro que ese insulto no existe). Volví a verlo varias veces en cable, y la última en YouTube. Y disfruté de nuevo del ritmo de la narración, los looks (especialmente el de Aroldi, tan Belmondo), la banda sonora (que incluía también a Pajarito Zaguri y La Barra de Chocolate) y esa curiosa conjunción de comedia y tragedia, como la vida misma.
A Breve cielo (1968) la vi a comienzos de los 90. Paco Fernández de Rosa, que protagonizaba esa fugaz y peculiar historia de amor adolescente junto a Ana María Picchio, había asumido la dirección del Centro Cultural San Martín, donde trabajaba mi padre desde el regreso de la democracia. Hicieron buenas migas con Paco (y también con su suegro, Gerardo Carreras, a quien le debo varias enseñanzas, entre ellas, la de haber escuchado los versos de Héctor Gagliardi por primera vez en una grabación donde recitaba el propio poeta). Fue una tarde de sábado, en un cineclub, y para mi fue una revelación apreciar una faceta distinta de aquel comediante que movía los anteojos en Mesa de Noticias, y que ahora era su jefe.
Este redescubrimiento de Kohon trajo otro hallazgo, la existencia de Un film de entrevista, el libro de conversaciones del director con Javier Naudeau, editado en 2006 por el Fondo Nacional de las Artes. “Descubrí el cine de David José Kohon cuando cursaba la carrera de Imagen y Sonido en la UBA. Me impresionó la poesía de sus relatos: la extraordinaria combinación simple y vigorosa de la forma. La audacia y la impertinencia de sus historias, no sujetas a las conveniencias comerciales ni políticas de turno. Un año más tarde tuve la oportunidad de tenerlo como profesor de la materia Guión I. Su labor pedagógica la puedo definir con una palabra: insipradora”, escribió Naudeau en la contratapa de su libro, que no sólo es un acto de justicia, también es una clase abierta de un cineasta que buscó, y alcanzó, una expresión auténticamente personal. Saludenló.