
El ángel de los perdedores y el rescate de las estrellas de mar
Se corre al derecho o se corre al revés. Se va con la manada, escapando del fuego, de las bombas, del hambre, o se avanza a pesar del oleaje. Ciertos modos de ejercer la medicina recuerdan a eso: a las aspas de un molino imprevisto, girando al revés del mundo entero. Tal el caso del doctor Norman Bethune, la clase de seres que parecen justificarnos a todos los demás. Bethune era canadiense, nacido en una familia fervientemente escocesa y presbiteriana, en donde ser médico viajaba en el linaje mezclado con la Biblia, el pelo rojo y la mirada marcial. De allí quizás algunas de las tantas "extravagancias" suyas, como interrumpir dos veces sus estudios de medicina. La primera, para ir como voluntario a enseñar a leer y escribir a mineros inmigrantes; la segunda, para ser camillero durante la Primera Guerra. Terminó herido, pero con los ojos más abiertos que nunca.
Ya graduado, se dedicó a desarrollar nuevo instrumental médico y hasta se ofreció como cobayo humano para explorar nuevos posibles tratamientos. Con el correr de los años y de los pacientes, llegó a una comprobación atroz: la relación directa entre pobreza y patología. "La tuberculosis causa más muertes por falta de dinero que por la falta de resistencia a la enfermedad. El pobre muere porque no puede pagarse la vida", anotó. Ya era, quizá sin saberlo, ángel y abogado de los perdedores. Los rotos. Los sin. Por eso promovió en Canadá un sistema de cobertura de salud que no estuviera atado al bolsillo de cada paciente y, ya declarada la guerra civil en España, allá fue. Diseñó un equipo móvil para transfundir sangre en el frente y participó activamente en el socorro a las víctimas civiles en uno de los episodios más brutales del conflicto: la Desbandá . Esto es, 150.000 personas que atravesaron 200 kilómetros de pedregales, mientras desde el cielo llovían bombas alemanas y desde el mar disparaban los fascistas. Bethune lo escribió en El crimen de la carretera Málaga-Almería .
Magdalena Goyheneix es pálida, pediatra y argentina. A simple vista, nada en común con Bethune. Sin embargo, son hermanos. A poco de unirse a la organización Médicos Sin Fronteras viajó a la peor versión de África, Níger. Salió de un país con tomacorrientes, heladeras y picaportes; llegó a otro cercado por el desierto del Sahara, donde cada mujer pare ocho hijos que rara vez llegan a los 44 años. La Edad Media en medio de un mundo que se piensa de avanzada y sin rezagados, sin realidades como esas que ella misma alguna vez pensó que habían quedado encerradas en los libros, pero que no. Allí estaban, y todas juntas, bajo el gran día inmóvil: malaria, diarrea. Con ojos, con bocas, con familias. Con nombres como Furera, la nena tuberculosa y desnutrida de la que la doctora se despedía cada noche sin saber si volvería a verla en la mañana. Pero como Goyheneix lo cuenta en una conferencia, de nada sirve dejarse apabullar. Como en la historia de los dos hombres que se encuentran un día con la costa cubierta de estrellas de mar, siempre hay uno que se resigna y otro devuelve al agua cuantas pueda. Aun sabiendo que nunca serán todas, ni la mitad, ni muchas. La opción es clara: parálisis o estrella al mar.
"Cada estrella de mar vale la pena, y creo que si cada uno aporta su granito de arena, podemos hacer un mundo más amable para todos", dice. Y por suerte al ángel de los perdedores -como sea que se llame, donde quiera que esté- siempre le ha gustado mojarse las alas.




