El compromiso con la libertad de prensa
Se ha dicho en reiteradas oportunidades -con razón- que la libertad de prensa es el mejor barómetro para medir el grado general de libertad de que goza un pueblo. La historia de las naciones americanas podría escribirse, en efecto, a partir de las luchas denodadas que los hombres de prensa han tenido que librar para poder exponer públicamente su pensamiento y sus opiniones sin cortapisas ni limitaciones.
Muchas veces -demasiadas veces-, esa lucha tuvo que librarse contra regímenes dictatoriales o despóticos, que negaban los derechos básicos de la persona humana, incluido, por supuesto, el derecho a la libre expresión de las ideas y a la libre circulación de las informaciones. En otras ocasiones, en cambio, las amenazas a la libertad de expresión y de prensa se han dado, paradójicamente, en el contexto de democracias formalmente constituidas, casi siempre por la vía oblicua de algún proyecto de ley detrás del cual se ocultaba la intención subrepticia de regular la labor del periodismo independiente o de restringir su campo de operaciones.
Recuperar el rumbo ético
La imposición de limitaciones arancelarias, la exigencia de permisos o licencias para la obtención de los insumos que requiere la empresa periodística, la creación compulsiva de regímenes de colegiación profesional para periodistas o la aprobación de normas penales represivas tendientes a intimidar a los hombres de prensa (basadas, a menudo, en falaces invocaciones a la defensa del honor o la privacidad de las personas) integran el catálogo de recursos solapados que se ha pretendido utilizar en diversos países del continente, en los últimos años, para silenciar al periodismo independiente.
Si a eso se agrega la persecución física implacable de que han sido víctimas muchos hombres de prensa -desatada no sólo por gobiernos intolerantes sino también por organizaciones criminales interesadas en impedir que la sociedad conozca la verdad sobre sus siniestras actividades-, se advierte que la libertad de expresión no está todavía asegurada en el continente y que es mucho lo que falta hacer en defensa de ese derecho humano esencial que es el de manifestar el pensamiento y las ideas con libertad y sin censuras ni restricciones.
La escalofriante nómina de periodistas asesinados por motivos vinculados con el ejercicio de su profesión -que en la Argentina incluye casos estremecedores que no han sido esclarecidos, como el de José Luis Cabezas- es el mejor y más contundente testimonio de la situación de riesgo en que desenvuelve su labor el periodismo continental, a pesar de los avances que se registraron en las últimas dos décadas en la marcha hacia la instauración de sistemas democráticos y hacia la definitiva erradicación de los autoritarismos políticos que ensombrecieron buena parte de la historia de América en el siglo XX.
Por todos estos motivos, los diez principios consagrados en la Declaración de Chapultepec, aprobada por la Sociedad Interamericana de Prensa en la ciudad de México el 11 de marzo de 1994, deben ser vistos como algo más que una enumeración de propósitos o una propuesta programática: deben ser reconocidos como la síntesis de un gran proceso histórico, a lo largo del cual se fueron delineando los contenidos esenciales de esa institución primordial que es la libertad de prensa, concebida en su doble carácter de derecho indeclinable de la persona humana y de herramienta estratégica para el desenvolvimiento de una democracia efectiva y genuina. Debe recordarse que esa histórica declaración fue redactada con la activa participación de escritores, intelectuales, constitucionalistas y políticos de diferentes países.
Pero Chapultepec no es sólo un llamado a la defensa de la libertad de expresión. Es, también, un compromiso de los hombres de prensa con los deberes y las responsabilidades de carácter ético que impone el ejercicio profesional del periodismo. El noveno principio de la declaración de México tiene, en ese sentido, un profundo significado, en cuanto afirma que la credibilidad de la prensa está unida al compromiso con la verdad, a la búsqueda de precisión, imparcialidad y equidad, y a la clara diferenciación entre los mensajes periodísticos y los comerciales.
En momentos en que algunos de esos valores parecen encontrarse en crisis, en un contexto social que en algunos casos muestra a los medios de comunicación masiva alejados de todo rumbo ético y predispuestos a servir al sensacionalismo malsano o a ocupar posiciones en el mercado de la información o del entretenimiento a cualquier precio, con olvido de la responsabilidad moral que deben asumir los comunicadores sociales, ese punto noveno del decálogo de Chapultepec adquiere extraordinaria relevancia.
Derechos y responsabilidades
Lo mismo cabe decir del punto sexto, según el cual los medios de comunicación y los periodistas "no deben ser objeto de discriminaciones o favores en razón de lo que escriban o digan". Es decir, no sólo debe rechazarse con la máxima energía cuanto pueda significar un desmedro o una amenaza para la libertad del hombre de prensa, sino también cuanto pueda implicar una lisonja o una prebenda que lo beneficie o lo favorezca.
Aparece expuesta, así, con la mayor transparencia, la doble cara del compromiso que el periodista asume en el seno de la sociedad: defender su derecho inalienable a informar y opinar libremente y, al mismo tiempo, eludir cualquier lazo o vinculación con sectores o personas que pueda afectar su independencia de juicio, un valor sin el cual la misión periodística se desnaturaliza y se envilece.
En la República Argentina no existen hoy restricciones significativas a la libertad de prensa, al margen de los abominables crímenes a que hicimos referencia anteriormente. Es cierto que se registraron algunos intentos de cercenar esa libertad -por ejemplo, el bien llamado proyecto de la "ley mordaza"-, pero esas iniciativas, felizmente, no pudieron prosperar. La firme oposición de las asociaciones representativas de la prensa independiente y de la ciudadanía democrática en su conjunto cerró filas para defender el principio constitucional de la libre expresión. Se debe celebrar vivamente que la SIP esté enarbolando los postulados de Chapultepec en una campaña intensa y abarcadora, que trata de transmitir a todas las comunidades de América el contenido y el espíritu de cada uno de sus diez enunciados. Ejemplo de esa acción viva y pujante de divulgación de los principios éticos consagrados en 1994 ha sido el VForo Nacional sobre la Declaración de Chapultepec, efectuado recientemente en Buenos Aires, que trajo a nuestro país el eco fervoroso de los ideales de libertad, independencia y responsabilidad moral que guían al periodismo americano.
Estos foros y estos encuentros deben multiplicarse en todo el hemisferio para que los hombres de prensa de nuestros países sean cada vez más conscientes de sus derechos y de sus responsabilidades y para que la sociedad reciba de los medios de comunicación, cada vez con mayor nitidez, la información honesta y objetiva y la opinión esclarecedora que le permitan conocer la realidad y conocerse a sí misma en profundidad. Que el periodismo sea en todos los casos el espejo limpio y fiel de la verdad, el pulso vivo de la vida y del mundo real, tal como lo sueñan los muchos jóvenes que todos los días se incorporan a este noble e insustituible oficio.
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