
El general gaúcho
Dos siglos atrás nacía el general brasileño Manuel Osorio, popular jefe militar de destacada actuación en la Guerra del Paraguay. Las crónicas de la época resaltaban su valor y capacidad de mando, así como el aprecio que le tenían los oficiales argentinos
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Manuel Osorio, de cuyo nacimiento en San Pedro, Río Grande del Sur, se cumplieron dos siglos este año, fue una de las figuras cívico-militares de mayor relieve del Brasil.
Si bien su nombre resulta hoy casi desconocido más allá de los límites de su patria, durante la segunda mitad del siglo XIX, desde que comandó las tropas imperiales durante varias etapas de la guerra del Paraguay, fue sinónimo de valor, lealtad hacia sus aliados y generosidad para el adversario. No había concurrido a ningún instituto de formación castrense y su experiencia militar provenía de una prolongada permanencia en el ejército iniciada en los tiempos en que la actual República Oriental del Uruguay sufría la dominación portuguesa con el nombre de Provincia Cisplatina.
Dice Francisco Doratioto en una reciente biografía que, en su vejez, Osorio afirmó que, además de haber ingresado al ejército contra su voluntad. Sin embargo, empujado por su padre, se dedicó a ella enteramente, sin esquivar misiones difíciles ni buscar ventajas materiales. Poseía una inteligencia clara, hablaba con elocuencia y versificaba con facilidad, circunstancia que tanto lo impulsaba a escribir poemas amorosos como a pronunciar brindis rimados. Anhelaba que sus hijos obtuvieran títulos universitarios y los desalentaba en su afán de seguir la carrera de las armas que, insistía, sólo proporcionaba pobreza y fatigas.
Es curioso que, con una mentalidad civil, fuera sin embargo un soldado tan cabal, firme en la aplicación de las reglas, incansable en la consecución de objetivos militares, impertérrito frente al peligro, certero en la adopción de decisiones tácticas, y a la vez dueño de una capacidad de liderazgo que, paso a paso en su carrera, lo convertiría en un comandante admirado por sus subordinados.
Apenas se encontraron al iniciarse la campaña del Paraguay, el presidente de la República Argentina y comandante en jefe de sus ejércitos, Bartolomé Mitre, y el "general gaúcho", se sintieron unidos por una corriente de consideración y afecto. Compartían el desapego por los uniformes de gran gala, el placer de fumar cigarros, el culto a la poesía y el desprecio por el peligro. Por supuesto, ambos apreciaban el mate amargo compartido y los asados de campamento, casi siempre hechos por fuerza con carne magra. Generalmente coincidían sobre el modo de encarar las operaciones, cosa que no solía ocurrir con los demás comandantes del ejército y la marina del Imperio. De ahí que mientras Osorio estuvo al frente de las tropas brasileñas, don Bartolo pudo contar con el apoyo o con las francas observaciones de su aliado. Cuando fue relevado, en julio de 1866, apuntó el joven capitán Domingo Fidel Sarmiento, corresponsal del diario La Tribuna : "Los orientales y argentinos, entre quienes el general Osorio era querido por sus ideas liberales y respetado por su valor, que veían en él al verdadero aliado que vivía en perfecta armonía con el general en jefe, cuyos buenos resultados se traslucían de esta amistad y confianza que tenían entre sí, han visto con sentimiento su reemplazo".
El capitán de guardias nacionales de Buenos Aires, Francisco Seeber, en una de sus misivas a Santiago Alcorta reunidas décadas después en el libro Cartas sobre la guerra del Paraguay , al referirse al combate de Estero Bellaco (2 de mayo de 1866), en el que un ataque de 5000 adversarios en el momento en que el ejército aliado estaba ocupado en la carneada, lo puso en serio riesgo, expresa: "Los paraguayos fueron rechazados y cupo el éxito principal en la jornada al general Osorio, que hizo pelear bien a sus brasileños, que son tan buenos como cualquier otro soldado cuando están bien mandados".
Con respecto al mismo combate expresa el después general Garmendia ( Recuerdos de la Guerra del Paraguay ): "En esta crítica situación, Osorio aparece en el campo de batalla: se ostenta repentino con el carácter jovial de Enrique V: el bravo riograndense no tiene otro". Y al referirse a la batalla de Tuyutí, la más grande librada en América del Sur (24 de mayo de 1866), dice que el general brasileño "se arrojó a la pelea como si fuera un soldado".
Después de su retiro, se le encargó a Osorio que formase un nuevo ejército en Río Grande del Sur para enviarlo al frente de operaciones. Comandaba las huestes de la Alianza el marqués de Caxias, en reemplazo de Mitre, que había regresado a Buenos Aires para reasumir el Poder Ejecutivo. A pesar de sus dolencias físicas, Osorio volvió al Paraguay y fue recibido con entusiasmo. Varios de sus antiguos admiradores y amigos argentinos y orientales habían muerto en el desastre de Curupaytí (22 de septiembre de 1866). No resultó extraño verlo de nuevo en los puestos de mayor peligro en las operaciones que culminaron con la toma de la fortaleza de Humaitá y en los combates librados en el Chaco.
El jefe del regimiento Córdoba, coronel Agustín Olmedo, escribía el 23 de noviembre de 1868 en sus Cuadernos de campaña: "Las fuerzas argentinas, las caballerías brasileñas y las infanterías que componen las fuerzas orientales también quedan en este punto a las órdenes del general Osorio (barón de Herval). Este orden está muy conforme con nuestros deseos, porque en el general Osorio, es el único al que tenemos fe, como verdadero valiente y de tino para dirigir sus ataques". Al asumir el mando supremo el yerno del emperador Pedro II, conde D´Eu, las comparaciones entre las aptitudes militares y personales del príncipe consorte brasileño y las de Osorio fueron siempre favorables a este último.
Al concluir la larga y cruenta lucha, Osorio ocupó cargos legislativos, fue ministro y líder del partido liberal, y siguió siendo el militar más popular del Brasil. Desde su muerte, ocurrida en Río de Janeiro el 4 de octubre de 1879, se lo consideró por décadas el "patrono informal" del ejército su país, hasta que lentamente fue sustituido en el panteón castrense -y en el imaginario colectivo- por el duque de Caxias, representante de una escuela de soldados formada en institutos de enseñanza de su arma, además de fogueado como Osorio en los campos de batalla.






