El jugador que no perdía, el más amado
Las causas por las que un poeta escribe sobre otro poeta (o, más en general, un artista escribe sobre otro artista) son, simplificadas, tres: por admiración, por venganza o por encargo. Las dos últimas son las más comunes. La primera es, y no por descarte, la más infrecuente; también la más noble. Dijo Baudelaire que, por su incomodidad para escribirse, la admiración solía confundirse con el amor.
Es tal vez eso lo que le pasaba con Rainer Maria Rilke al poeta polaco Adam Zagajewski, que murió esta semana a los 75 años. Su libro Releer a Rilke (Acantilado) es breve no porque tenga poco que decir, sino porque sabe que no hace falta decirlo todo. Había contraído además una deuda: joven, la lectura en plena calle de la primera de las Elegías de Duino le hizo olvidar la claustrofobia comunista; habrá sido una de las contadas veces en que la poesía le dobló el brazo a la Historia. Compara Zagajewski a Rilke con un jugador que, a punto de cerrar el casino y y sin tiempo para empeñar el reloj, apuesta lo más valioso: “vida”, “existencia”, “felicidad”. Raramente, gana. ¿Cómo? Así: “No trató de describir objetos o animales; los incluía para descubrir qué decían... o qué querían decir”.