
El marasmo es más profundo de lo que parece
En la mañana del martes último, los ministros llegaron a la habitual reunión del gabinete como quien espera un buen día. No fue así. El jefe de los ministros, Chrystian Colombo, tomó la posta que había dejado Domingo Cavallo y los aguijoneó con pésimas noticias a los funcionarios entumecidos aún por el sueño.
La desconfianza financiera internacional condenó al Estado argentino, recitó Colombo con todo el raudal de sus gestos, a vivir sin crédito, porque lo tiene cortado en el exterior, y porque los préstamos de la banca interior tienen los límites que plantea el manejo mismo de la economía. En efecto, el propio gobierno está interesado en preservar el nivel de los depósitos bancarios.
Ese madrugón resultó sólo el primer momento de una nueva crisis que revoleó la economía, las finanzas y la política. ¿Es sólo un déficit de la economía o de las finanzas? ¿No existe también, acaso, un déficit político?
El primer elemento que confirma que median realmente tantas razones económicas como políticas es la capacidad de destrucción que tiene la crisis. Cavallo creyó que su presencia, sobre todo, resucitaría la economía. Cuatro meses después de haber asumido, el conflicto lo zamarreó de tal manera que el ministro le cambió hasta el diagnóstico al drama económico: ya no habla de recesión, sino de depresión de la economía.
En las mismas horas en que Colombo convocaba al gabinete a esa catarsis, el gobernador radical del Chaco, Angel Rozas, provocaba la desestabilización política de la administración con sólo deslizar un par de insensateces por radio.
Se necesita una conciencia social y política muy profunda sobre la fragilidad del Presidente para que uno de los gobernadores más populistas y menos rigurosos haya desestabilizado al gobierno con sólo manifestarse dispuesto a reemplazar a Fernando de la Rúa en caso de acefalía.
Dos interpretaciones prevalecieron sobre la actitud de Rozas, que nunca retrocedió del todo en sus dichos. Una de ellas es la que da cuenta de que en ciertos círculos del radicalismo (que nunca incluyeron a Raúl Alfonsín) se habría analizado, durante la reciente intervención quirúrgica al corazón del Presidente, la actitud del partido oficial en caso de una ausencia definitiva del mandatario.
Hubo quienes propusieron, en rigor, que la Asamblea legislativa eligiera a un legislador nacional o a un gobernador para terminar el mandato de De la Rúa. El dibujo del candidato pareció hecho a medida de Rozas. El gobernador oyó tales dimes y diretes y habría pensado, cuando leyó despachos periodísticos sobre esa candidatura, que le llegaba la hora inevitable de la inmortalidad.
La segunda interpretación refiere a recelos y venganzas. Rozas es un encarnizado adversario interno de la popular Elisa Carrió, que en el Chaco lo ninguneó más de una vez. Carrió le dijo a Alfonsín, hace poco, que una condición para preservar su diálogo con el ex presidente era que Rozas no lo sucediera al frente del comité nacional, cargo al que éste aspira.
Para peor, el gobernador se enteró también de que el nuevo jefe del radicalismo bonaerense, Federico Storani, tentó a Carrió con su apoyo para la eventual candidatura presidencial de la legisladora en las próximas elecciones presidenciales. El desplante de Rozas habría respondido a esos internismos de una enternecedora pobreza.
Otro condimento no menor de la crisis es la decisión política que tomó la administración de De la Rúa desde el principio de no llegar jamás al paraíso sin pasar antes por la sofocación del infierno.
Por ejemplo: Cavallo viene reclamando un cierto control sobre el PAMI y la Anses, bajo cuyas jurisdicciones se administra casi el 45 por ciento del presupuesto nacional.
Pero despidieron del PAMI a un amigo de Alfonsín para terminar poniendo a un amigo del ministro Héctor Lombardo. El jefe de la Anses, Ricardo Campero, se quiere ir hace rato de ahí para ser candidato en Tucumán, pero permanece en el cargo a la espera de que alguien le mande un reemplazante. Cavallo está metiendo mano sólo en estos días en esos organismos.
Hace un mes y medio hubo dos propuestas políticas. Una de ellas fue de Colombo, que propició un diálogo inmediato con el peronismo para negociar cinco o seis cuestiones esenciales del Estado; era una manera de que el gobierno se mantuviera al margen de la próxima contienda electoral y de que, en último caso, se anticipara a la derrota y a la posterior recomposición del gabinete.
Perseguido por esas mismas razones, Cavallo promovía un inmediato gobierno de unión nacional.
Después de aprobar tales propuestas y de entusiasmar a sus funcionarios, el Presidente dijo por aquellos días, molesto con quienes quebraban la paz delarruista, que ambas propuestas eran sólo ideas de algunos funcionarios de su gobierno.
La única coincidencia que existe ahora entre los funcionarios es que debe hacerse primero un duro diagnóstico de la realidad e intentar luego una acumulación de poder mediante intensos tratos con el radicalismo y con el peronismo. Algunos proponen un cambio de gabinete para inmediatamente después de tales acciones, mientras otros propician -con más cautela- preparar las cosas a la espera de las elecciones de octubre, si es que pueden esperar.
Según la radiografía del poder, ya no hay alternativa para decidir si se deberá hacer o no un nuevo ajuste del gasto público: ésa es la única decisión que cabe ahora, una vez notificados todos de que a la Argentina le cortaron el crédito.
El gobierno aliancista bajó el gasto en 3200 millones de dólares en el año y medio de administración. Pero el déficit era demasiado grande en las cuentas públicas, que en los últimos años debieron soportar la ambición reeleccionista de Carlos Menem y el dispendioso proyecto presidencial de Eduardo Duhalde en la monumental Buenos Aires.
Pero, ¿cómo hacer los recortes sin un diálogo fluido con el peronismo que gobierna la mayoría del territorio nacional? Ya ningún gobernante ignora que la sima está muy próxima.
Carlos Ruckauf no durmió la noche del miércoles último: había librado 370 mil cheques con los sueldos de los empleados públicos, pero no tenía fondos en el banco. Hasta la medianoche de ese día, el gobierno nacional sólo le decía que no tenía plata. Siete mensajeros del Presidente lo llamaron en esa jornada tensa y todos le subrayaron que el resto de los correveidiles no contaba con la confianza presidencial. Ninguno mintió, quizá.
El viernes, Colombo se embarulló personalmente con los banqueros más importantes del país sacándoles pequeños créditos (de 20, 25 o 30 millones de dólares) y lo hacía casi con la humildad de un menesteroso. Quería liquidar ese mismo día los acuerdos con los gobernadores para empezar en la semana que se inicia un acuerdo más serio sobre los gastos del Estado.
Hay coincidencia ahora en buscar por lo menos el espíritu de la unión nacional, decía muy cerca de él otro estirado funcionario, cuarenta y cinco días después de que la idea rondó, cabeceó y se cayó.
La reconstrucción del poder requiere también de una reparación de la autoridad política y social. Las calles de Buenos Aires se han quedado casi sin caminantes, expulsados por la escasez, por la presencia de una rebeldía sin contención y por el delito, cada día más sofisticado y constante.
La sociedad parece, por momentos, haberse apartado para dejar a los gobernantes solos frente a sus limitaciones y sus espectros.




