El presidente que no fue tampoco será
Lástima que le hacen daño al país. Si no fuera así, podríamos seguir el espectáculo desde la platea tal como seguimos una atrapante tragicomedia. Los protagonistas de este cuarto gobierno kirchnerista son actores que han perdido el guion e improvisan su parte, extraviados en una dimensión paralela que ellos mismos han creado. Lo hacen con absoluta irresponsabilidad, como si desconocieran que los actos que despliegan en ese teatro del absurdo provocan efectos concretos y graves sobre la realidad que ellos eligieron abandonar.
Última escena: muy a tono con el aire de disparate que se ha ido imponiendo en el tablado, el Presidente acaba de renunciar a aquello que nunca fue suyo. Se bajó de la candidatura, no irá por la reelección, a la que decía aspirar con apenas el 18% de imagen positiva. Pero, ¿qué son los datos de la realidad para un kirchnerista de la primera hora que vive en al ámbito acogedor del discurso? Muy consustanciado con la ficción, Alberto Fernández dio la noticia como quien asume el gesto de un generoso renunciamiento.
En verdad, Fernández es el presidente que no fue. Su gesto de desprendimiento resultó conmovedor, pero inocuo: no se puede tener un segundo mandato sin antes haber tenido un primero. Sin proyecto, sin políticas, sin gestión, sin gobierno, hoy el Presidente es solo una presencia fantasmal en actos oficiales donde se aferra a su discurso, única herramienta que maneja. Habría que decirle que su palabra vale poco y nada desde hace rato, aunque acaso lo suyo ya sea un soliloquio: montado en el tono doctoral de su voz, huye hacia paraísos artificiales donde seguramente será recordado como un gran presidente.
"Con el fracaso del plan de impunidad, al kirchnerismo se le cayó el programa de gobierno"
El único mandato que Alberto Fernández asumió es el que le impuso quien lo llevó hasta el ingrato lugar que hoy ocupa. Olvidamos que el kirchnerismo volvió al poder para salvar a Cristina Kirchner de las penas por delitos de corrupción cometidos durante los gobiernos kirchneristas precedentes. Alcanzar la impunidad supone borrar las huellas del latrocinio, tarea que comprensiblemente superó a Fernández. Relevado de su misión por falta de resultados, ahora el Presidente está solo y espera. Sin mucho que hacer, se ocupa de resistir y devolver los ataques de sus socios. Resignados, estos buscan acotar el margen de daño (a ellos mismos), pero provocan un daño mayor (al país).
Con el fracaso del plan de impunidad, al kirchnerismo se le cayó el programa de gobierno. Esto explica la confusión y el extravío en que se debate. Carece de plan y de brújula. Además, con tanto empeño puesto en negar la realidad de los bolsos, los cuadernos y los hoteles –desafío mayor del relato–, ha abusado del engaño y la mentira al punto de ser tragado por su propio simulacro.
“Si sos lo bastante convincente, la verdad es cualquier cosa que vos digas que es la verdad”. Esta frase, que ya cité alguna vez, ayuda a entender la naturaleza del kirchnerismo. Es un consejo que el alcalde de Seattle le da a su delfín en la primera temporada de la serie policial The Killing. Cristina y su tropa han actuado como si hubieran adoptado esa máxima para abrazarse a ella hasta el final. Lo interesante es que la frase no alude a una cuestión psicológica, sino que se instala en un nivel ontológico. No apela a la habilidad del que engaña para hacer pasar una mentira por verdad. La lección del viejo zorro no pasa por el dudoso arte de mentir bien. De hecho, el concepto de mentira no tiene cabida en la frase. Lo esencial en ella es que la verdad no sería exterior o ajena a la persona, sino que, por el contrario, emanaría de su voluntad y de su poder de persuasión. La verdad es lo que yo digo que es, si me lo creo. Así actúan los autócratas, los fanáticos y los psicópatas. Y los cínicos, cuando les conviene.
De esta forma, tal como sucede en la necesaria novela 1984, la diferencia entre verdad y mentira, o entre verdad y ficción, deja de ser relevante. La obra de Orwell, señaló el filósofo polaco Leszek Kolakowski, muestra cómo el poder hegemónico es capaz de conseguir un triunfo mayor que la instalación de la mentira: abolir la idea de verdad.
A eso apuntó siempre el relato. En algún momento, el kirchnerismo estuvo cerca de conseguirlo, pero hoy se va imponiendo la realidad, la verdad de los hechos constatados. En el plano jurídico, mediante la prueba reunida en procesos varios. En el plano social, a fuerza de un deterioro inocultable que se manifiesta de una manera incluso más contundente y brutal, más dolorosa, consecuencia del largo tiempo en el que la sociedad fue relegada por un gobierno con otras prioridades.
A pesar de todo, en el oficialismo parecen cada vez más alienados en la ficción de su propio relato. Pero, mal que les pese, las cosas son como son. Ya lo dijo, en 1742, el filósofo escocés David Hume: “Aun cuando todo el género humano concluyera de forma definitiva que el Sol se mueve y que la Tierra está en reposo, no por esos razonamientos el Sol se movería un ápice de su lugar, y esas conclusiones seguirían siendo falsas y erróneas para siempre”.