Emilio de Ípola: "El Gobierno ve al Poder Judicial como la corporación por excelencia, y se lanzó en su contra"
Filósofo, doctor en ciencias sociales, cuestiona la política de amigo y enemigo que propone el kirchnerismo e invita, preocupado, a brindar "con una bebida muy liviana" porque tenemos democracia
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Un estilo zumbón, y algo disperso, caracteriza al filósofo de la UBA y doctor en ciencias sociales de la Universidad de París, Emilio de Ípola.
En la puerta de calle de su departamento, en el barrio de Palermo, hay una custodia policial.
Le preguntamos si es por algún funcionario o, incluso, por él mismo. Su respuesta, simple y sin escandalizarse, remite a la crónica policial cotidiana.
"Es que robaron dos veces", dice sin resignación ni tristeza. De Ípola parece en paz y más allá del bien y del mal. Prefiere entender la realidad antes que pelearse con ella.
Aunque ejerció la docencia en la Universidad de Montreal, en Canadá, y fue profesor en las sedes chilena, argentina y mexicana de Flacso, De Ípola también aprendió mucho de su involuntario y desgraciado encierro cuando estuvo preso durante la dictadura militar, más en mérito a malentendidos que a antecedentes de militancia.
"Fue kafkiano", recuerda. Primero estuvo desaparecido, pero después fue preso "a disposición del Poder Ejecutivo", la fórmula que usaban para aquellos que no se devoraba el infierno del régimen y habían encontrado una salvación relativa en el purgatorio de las cárceles legales. Aunque pronto sus propios guardas se dieron cuenta de que no tenía nada de peligroso, pasó casi dos años entre rejas, primero en Devoto y luego en La Plata, experiencia que cuenta en su libro La bemba.
Investigador en el Conicet, tiene varias otras obras publicadas, como Ideología y discurso populista, Investigaciones políticas, Las cosas del creer y Metáforas de la política.
Hoy, entre clases, ensayos y preparación de libros, observa el acontecer nacional con una mirada desprejuiciada y tan libre como crítica.
El escepticismo recorre su discurso, pero, lejos de enojarlo, tiene siempre a flor de labios una ironía o una sonrisa leve. Así fue el diálogo:
-El nuevo orden neopopulista que hay en algunos países de America latina, ¿acentúa de alguna manera la crisis de la hegemonía capitalista?
-No creo que la acentúe porque aunque se llamen "socialistas del siglo XXI" continúan siendo capitalistas que quieren instalarse en el espacio internacional como una alternativa, con sus defectos y, a lo mejor, con algunas virtudes. Ahora podemos criticar el capitalismo, pero el comunismo era peor. Por eso tienen que crear alguna cosa, como eso del socialismo "del siglo XXI". Pero como todavía no se sabe bien en qué consiste, son simplemente tentativas políticas, con mayor o menor fortuna y diferentes orientaciones porque son distintos los problemas de Bolivia que los de la Argentina.
-¿No procuran avanzar con un esquema de democracia más directo, menos atado a las instituciones?
-Bueno, ése es un viejo planteo. Lo que ha ocurrido en estos últimos años, a partir del gobierno de Néstor Kirchner, y que se acentúa mucho en las gestiones de Cristina, es una suerte de redefinición de los espacios políticos. Nosotros estábamos acostumbrados en lo imaginario a la política ejercida como una profesión de diplomados. Ellos prefieren la política del amigo/enemigo.
-America latina funciona siempre en sintonía, pero ahora hay una suerte de división entre dos tipos de países: de un lado están Brasil, Colombia, Chile e, incluso, Uruguay, más apegados a las instituciones. Perú y Colombia también entraron en una senda de institucionalización. Luego hay otros como Venezuela, Ecuador, Bolivia y la Argentina, más atados a líderes carismáticos. ¿Por qué?
-Por razones históricas. Bolivia fue un país en el cual siempre tuvieron importancia ciertos líderes, mientras que Uruguay y Chile resultaron países más republicanos no liberales, pero sí con gran sentido de la libertad de comercio e incluso hasta con acuerdos con Estados Unidos, que acá detestan. Trabajan con mayor libertad. Ven que la globalización avanza, pero que también brinda posibilidades. Acá, en cambio, siempre merodea la idea de crear algo nuevo que, en un momento, encarnó el Mercosur. Lo que pasa es que frente a los polos de poder económicos, políticos y militares como, por ejemplo, la Unión Europea, el Mercosur no tenía ninguna posibilidad de competir con esos gigantes. Pero no le interesamos ni un pepino a los Estados Unidos.
-El peronismo se asimila, de alguna manera, al PRI mexicano...
-Sí, hay algo parecido, pero en el caso del PRI está mejor regulada las sucesión, porque está lleno de instituciones, y no tiene ningún actor dominante.
-¿Qué ideas nuevas introdujo el peronismo?
-Lo que introdujo el peronismo provino de José Figuerola, un oscuro funcionario que terminó dándole base a la Secretaría de Trabajo y Previsión, desde la que se catapultó Juan Domingo Perón. Por su experiencia adquirida en lecturas y viajes, Perón creó una suerte de escudo contra el comunismo. Su idea original no había sido darle tanta prioridad al movimiento obrero, pero una vez en el gobierno se convirtió en una "corpo" importante que hasta debió ser incluida como una rama dentro del partido. Aunque la idea de comunidad organizada fracasó, el peronismo tuvo un componente obrerista quizá más importante que el que Perón había pensado darle.
-Néstor Kirchner trata de salvar esa tradición peronista al aliarse con Hugo Moyano, un acuerdo que Cristina tira por la borda?
-Es que Cristina entiende la política sobre la base de amigo/enemigo. Perón no aparece para nada en su discurso, aunque, de alguna manera, sigue presente. Néstor tenía un sentido más realista de la política, de no llevarse todo por delante. Era un poco más avezado. Cristina, haga bien o mal, y muchas veces hace mal, es medio precipitada. Debe reelaborar constantemente sus políticas y necesita gente que haga el trabajo sucio, como Guillermo Moreno o Gabriel Mariotto.
-¿Qué sigue a Cristina? ¿Ella misma, de vuelta, o viene Scioli?
-Dudo de que Cristina siga.
-No debería dudar. La Constitución no se lo permite?
-Si hubiera otra alternativa que a ella le pareciera potable, y que pueda manejarlo? Ahora se me ocurre Scioli, aunque no parecen quererlo, pero tampoco se ve que tengan otro candidato. Le van a pedir a Cristina de rodillas que se presente nuevamente y van a tener que reformar la Constitución. Eso quedará abierto hasta después de las elecciones legislativas. Creo que la Presidenta ha perdido una parte de su popularidad y por eso también duda. Se le notan cierto desgaste y cansancio.
-Siempre ha habido un gran deseo, desde Vandor en adelante, de hacer un peronismo sin Perón, algo que desde su muerte parece más factible. Menem atravesó su década traicionando sus postulados. ¿Por qué pudo hacerlo?
-Durante el menemismo, Perón aparecía como una figura emblemática, pero vaciada de contenido. Sin embargo, el riojano tuvo un éxito bárbaro. Si hubiese ganado Eduardo Angeloz y hecho lo que hizo Menem, al otro día le declaraban una huelga general por tiempo indeterminado.
-¿La Argentina ha encontrado a través del peronismo la única manera de hacer cambios profundos para bien o para mal?
-Por ahora sí. La oposición aún está dispersa, en parte presionada por los hechos, pero también porque lo quiso. Lamentablemente no está organizada.
-¿Cómo se sale entonces de esa encrucijada?
-Tendría que aparecer una tercera opción, que no se la ve en este momento. Por eso me siento un excluido de la política. En el kirchnerismo, incluso en el cristinismo, hay algunos intelectuales que son amigos míos, y que lo continúan siendo, que saben que yo colaboré con Raúl Alfonsín desde el Grupo Esmeralda y que desde ahí no hubo crítica que no se le hiciera. Ellos están mucho más limitados porque están asociados con el Gobierno. Yo, en cambio, puedo criticar y critico.
-¿Y qué le critica a la distancia a Alfonsín?
-Con todas sus limitaciones, fue fundamental lo que hizo en materia de derechos humanos cuando no se trataba de bajar un cuadrito, sino de tomar decisiones muy difíciles mientras las Fuerzas Armadas todavía eran poderosas. Alfonsín estuvo muy bien en la Rural y en el púlpito cuando le contestó al vicario castrense. Le salía la gallegada. Decía las cosas, pero no se quedaba resentido. Era un buen tipo que se empezó a enamorar de esa condición. Eso se convierte en un lastre político porque quiere aparecer como buen tipo incluso cuando fue a Campo de Mayo ese día histórico de 1987 y se compadeció de un milico que lloraba. Por eso metió la pata más grande al hablar de los "héroes de Malvinas".
-Ni los conservadores ni los radicales se preocuparon por recrear un sistema de justicia social que hiciera de la sociedad algo más equilibrado, y por eso surgió el peronismo. ¿Qué tiene que pasar ahora?
-Tiene que aparecer algún liderazgo que no sea peronista, así como en su momento apareció Alfonsín.
-Pero Alfonsín fue un fenómeno en sí mismo que no dejó huella y no parece muy representativo dentro del radicalismo?
-Tenía el estilo del viejo político, aunque con ideas que quería renovar, pero fracasó. Me acuerdo de que Antonio Cafiero decía que los radicales en el gobierno son horribles, pero que son la mejor oposición.
-¿Por qué el Gobierno descalifica como enemigos públicos a todos aquellos que se atreven a criticarlo?
-Es una concepción general de la política que sobreestima en primer lugar el valor de lo que se dice. Cree que la lógica de la gente está construida por los medios. Pero el hombre de la calle toma de los medios aquello que le conviene y después sigue con su lógica, que no es mediática. Nadie por ver en la TV un montón de asesinatos decide dedicarse a matar. Lo que pasa es que hay gente que se la cree. En esta cuestión, como en una partida de ajedrez o en un duelo, hacen falta dos y la oposición también entra en esa lógica de todo o nada.
Y, en esa lógica, entonces gana el Gobierno?
-Sí, pero de todas maneras sufrió algunas derrotas con esa política de confrontación, perdió una elección y no le salieron algunas cosas y otras sí. Ahora se lanzó contra lo que ellos califican como la corporación por excelencia, que es el Poder Judicial, la corporación de las corporaciones.
-¿El problema, entonces, es la oposición?
-Hay una suerte de problema general que nosotros atribuimos a la oposición dispersa que busca alianzas de cualquier manera a ver qué pasa. Pero tampoco está fácil para el peronismo, sacando a Cristina, que no puede durar más y que hizo dos declaraciones al respecto que yo tomo en serio: una, que para conseguir la re-reelección necesitaba que el Congreso sacara la reforma con dos tercios de los votos, y la otra es lo que dijo el día de la inauguración de las sesiones ordinarias del Congreso sobre que "no se asusten que no va a haber reforma". Si bien lo dijo por la Justicia, hay una lectura residual donde estaría resignando su propia reelección, aunque también es cierto que cuando lo creen necesario cambian de eslogan sin ningún inconveniente.
En cambio, ahora que murió Hugo Chávez, Cristina Kirchner, aparte de su protagonismo nacional, ¿no podría estar buscando heredar el cetro bolivariano, con su audaz jugada del memorándum de entendimiento con Irán?
-Es posible que tenga esa veleidad. Podría aspirar a ello, aunque no estoy seguro de que lo quiera. Creo que en sus discursos desliza tonterías e, incluso, cosas absurdas. Por lo demás, me produjo tristeza la muerte de Hugo Chávez. Más allá de que no compartí muchas de sus iniciativas y de su estilo autoritario, lamento que haya desaparecido, todavía joven para los calendarios políticos, un líder auténticamente popular, que no había dicho aún su última palabra. Hablo ante su tumba abierta y dejo el análisis para más adelante.
-¿No le pareció antológico lo de Nicolás Maduro cuando dijo que el imperialismo le había inoculado a Chávez una enfermedad que, por lo visto, no advirtieron los médicos cubanos?
-Creo que son todos inventos, macanas. También estuve en Cuba en 2005, el pueblo es muy alegre, pero cuando hablás con ellos están con una bronca generalizada que no se expresa por miedo a la represión y porque tienden un poco a la fiaca. La revolución, de todos modos, es un éxito cultural y quedan los símbolos, como el del Che Guevara.
-A propósito de Malvinas. Firmó usted un documento con otros intelectuales. ¿Qué opina del reciente referéndum?
-Sí, firmé ese documento con algunos intelectuales con los que no comulgo y ni siquiera voy a misa. El documento no toma posición sobre la cuestión de fondo, creo que porque sobre ese punto las opiniones de los firmantes divergían. Cometí un error al firmarlo: la cuestión de las Malvinas nunca ha logrado captar mi interés, salvo para la guerra del 82, momento en que adherí con mi firma en México a una declaración deleznable, de la que no he terminado de arrepentirme. El reciente referéndum refleja, como era esperable, la opinión unánime de los habitantes de las islas. La respeto y callo para siempre.
Estamos cumpliendo 30 años de democracia ininterrumpida. ¿Qué celebramos?
-Podemos brindar porque tenemos democracia, pero hagámoslo con una bebida muy liviana. Obviamente que se han mejorado muchísimas cosas, sólo por la misma naturaleza del régimen de libertad en el que vivimos. Somos un país como esos jugadores de fútbol que prometen más de lo que después hacen en la cancha.


