
En el país de las confrontaciones
En Rivales (Vergara), el periodista Nelson Castro recorre la historia argentina y constata que la confrontación ha sido un recurso clave en la construcción de poder. Aquí, un fragmento sobre las diferencias entre Alberdi y Sarmiento en torno al rol de la prensa
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La historia supo unir a Domingo Faustino Sarmiento y a Juan Bautista Alberdi. Y lo hizo en un terreno que, podría decirse con seguridad y sin temor al error, era para ambos totalmente ajeno a sus actividades y a sus inquietudes: créase o no, Sarmiento y Alberdi, dos intelectuales emblemáticos de la política argentina del siglo XIX, formaron parte de la campaña del Ejército Grande, que, comandado por Justo José de Urquiza, derrotó a Juan Manuel de Rosas en la batalla de Caseros el 3 de febrero de 1852.
Alberdi y Sarmiento fueron férreos enemigos del Restaurador de las Leyes y debieron pagar esa postura con el exilio. Se trató, en ambos casos, de un destierro activo, ya que su prédica incluyó innumerables escritos contra aquel hombre que se había enseñoreado en el poder durante 22 años. [...]
Aquella lucha compartida por Alberdi y Sarmiento, con un mismo enemigo al cual atacar, enmascaró las diferencias de sus proyectos de país, que afloraron pronta y virulentamente tras la caída de Rosas. [...] En tanto actuaron como severos críticos y opositores del gobierno rosista, las diferencias no existieron o, al menos, no se advirtieron.
Pero, con el transcurrir del gobierno de Urquiza, aparecieron las fisuras.
Uno de los elementos que mayor disgusto ocasionó entre quienes apoyaban al general entrerriano fue la presencia, en su gobierno, de muchos de los ex colaboradores de Rosas. Entonces, lamentablemente, abundaron las traiciones de quienes, de fervorosos defensores de Rosas, se transformaron, casi de la noche a la mañana, en acólitos de Urquiza y en funcionarios de su administración. [...]
Desde esas dos veredas políticas ambos seguían con encendida pasión los acontecimientos nacionales. [...] A grandes rasgos, Alberdi consideraba que Sarmiento era un soberbio con una formación casi nula y con enormes ambiciones políticas que acomodaba permanentemente según sus posiciones y acciones. Por su parte, Sarmiento hablaba mal de Alberdi por su deserción del sitio de Montevideo y por su acercamiento a Urquiza.
En este marco, Sarmiento difunde la Carta de Yungay, dirigida a Urquiza y fechada el 13 de octubre de 1852 en esta ciudad del centro-sur de Chile, una carta en la que le expresa sus puntos de vista críticos respecto de la evolución de los hechos políticos en la Argentina. [...]
En diciembre de ese mismo año, Sarmiento publica Campaña en el Ejército Grande. [...] La obra está dedicada a Alberdi, dedicatoria que hace efectiva por medio de una carta, también fechada en Yungay un mes después de la arriba mencionada, en la que se reiteran las críticas a Urquiza.
[...] Alberdi le contesta a Sarmiento con las "Cartas quillotanas", publicadas a modo de folleto, cuyo título real es "Cartas sobre la prensa y la política militante en la República Argentina", aparecido en marzo de 1853. La obra está compuesta por cuatro cartas; las tres primeras son de enero y están datadas en Quillota, localidad chilena en la que Alberdi se encontraba de vacaciones al escribirlas; y la cuarta, de febrero, está fechada en Valparaíso. Sarmiento toma conocimiento de estas cartas en marzo de 1853, cuando se publica el folleto que las contiene, y reacciona con furia por lo que, entre abril y mayo, le responde a Alberdi con un conjunto de cinco cartas conocidas como "Las ciento y una". Este estrepitoso intercambio de misivas, que se publicaron en la prensa chilena, produjo un enorme revuelo y se ha constituido en una de las polémicas más intensas y mejor fundamentadas de la vida política argentina.
¿A qué se referían esas cartas? En primer lugar, al rol de la prensa, tema tan en boga en nuestros días; también, al tratamiento que debía darle esa prensa a un gobierno recientemente constituido, lo cual, en Alberdi, como se verá, se traduce en el imperativo de mostrarse condescendiente con la nueva gestión, aun cuando cometiera errores.
Además de estos puntos, las "Cartas quillotanas" se explayan sobre el papel de los periódicos en tiempos de guerra y en tiempos de paz, la importancia de la independencia del periodismo y su responsabilidad en la formación de la opinión pública, así como también sobre los caudillos y su particular incidencia en los gobiernos, incluyendo asimismo la presencia del gaucho y su incorporación o no a la vida política.
Sin embargo, al hacer una lectura más profunda, se aprecia nítidamente que los rivales hablan de las diferencias entre política e ideología, lo cual desemboca en la contraposición evidente entre las palabras y los hechos, entre el ideal y lo que es posible, en un país que entonces enfrentaba el enorme desafío de darse una Constitución como instrumento fundamental para iniciar el camino de su organización institucional, sin la cual no había proyecto de Nación posible.
El desafío de convencer
¿A qué se referían esas cartas? En primer lugar, al rol de la prensa, tema tan en boga en nuestros días; también, al tratamiento que debía darle esa prensa a un gobierno recientemente constituido, lo cual, en Alberdi, como se verá, se traduce en el imperativo de mostrarse condescendiente con la nueva gestión, aun cuando cometiera errores.
Además de estos puntos, las "Cartas quillotanas" se explayan sobre el papel de los periódicos en tiempos de guerra y en tiempos de paz, la importancia de la independencia del periodismo y su responsabilidad en la formación de la opinión pública, así como también sobre los caudillos y su particular incidencia en los gobiernos, incluyendo asimismo la presencia del gaucho y su incorporación o no a la vida política.
Sin embargo, al hacer una lectura más profunda, se aprecia nítidamente que los rivales hablan de las diferencias entre política e ideología, lo cual desemboca en la contraposición evidente entre las palabras y los hechos, entre el ideal y lo que es posible, en un país que entonces enfrentaba el enorme desafío de darse una Constitución como instrumento fundamental para iniciar el camino de su organización institucional, sin la cual no había proyecto de Nación posible.
En este marco surge una contienda que, si bien recurre a fundamentos serios respecto de las obras de uno y otro, también transita el terreno de lo personal. Este tipo de ataques, con epítetos directos, que no dejaban nada por decir, fueron los que no sólo hicieron imposible el debate entre Alberdi y Sarmiento sino también los que los distanciaron para siempre. [...]
Este apasionante contrapunto, entre dos hombres de cuyos pensamientos se nutrieron muchas de las más importantes decisiones políticas en nuestro país, cuenta con una enorme vigencia. Es una polémica que, a la manera de una batalla, se libra en el campo de la prensa, en el que se exponen no sólo ideas sino también posturas y ambiciones personales.
Las cartas y los hechos posteriores hacen necesaria una aproximación más carnal o humana. Sarmiento tenía aspiraciones claras de poder; Alberdi, también. Alberdi pide una prensa condescendiente hacia Urquiza por el mero hecho de haber derrocado a Rosas. Sarmiento alerta sobre las contradicciones del caudillo entrerriano cuando decide incorporar a su gobierno a quienes, hasta la batalla de Caseros, habían sido furiosos defensores del Restaurador de las Leyes.
Acierta Alberdi cuando demanda de la prensa una actitud positiva de aporte al debate de ideas que ese tiempo exigía. En cambio, cae en un error cuando busca descalificar a su rival a través de una generalizada y peligrosa objeción al ejercicio de la prensa crítica. El punto más débil -y por cierto, decepcionante- que exhibe el autor de las Bases es el contrato suscrito entre el diario que dirigía, El Comercio de Valparaíso, y el gobierno chileno, por el que éste asume la obligación, por medio de suscripciones y el pago del sueldo del director, de sostener la publicación a cambio de expresar, a través de sus páginas, una postura claramente oficialista; desde un punto de vista ético, incompatible con el ejercicio del verdadero periodismo, que es el que está en aptitud para ejercer la crítica. Para un adalid de los principios republicanos como pretendió serlo Alberdi, esta actitud tuvo el significado de una grave claudicación.
Sarmiento, por su parte, se fortalece cuando le señala a Alberdi la contradicción ética de su doble servicio como empleado del gobierno de Urquiza y el ejercicio del periodismo. Lo que Sarmiento calla -aunque a medias- son sus contradicciones y sus ambiciones de poder, que estaban en la base de su inquina hacia Urquiza más allá de lo justas que, en muchos casos, fuesen las críticas que le hacía.
En aquellos días, ésta fue una polémica que sacudió la vida política de la Argentina. Como siempre ocurre, tras las palabras, hablaron los hechos. La Constitución soñada por Alberdi se hizo realidad, contra los augurios de Sarmiento. Sin embargo, la premonición de Alberdi, negándole a Sarmiento cualquier posibilidad de llegar a la Presidencia de la República, falló.
En 1857, Alberdi se entrevistó con Rosas, a quien encontró "menos culpable que a Buenos Aires por su dominación", y, luego de la batalla de Pavón, se peleó con Urquiza, de quien dijo: "Acaba su vida como la empezó, por ser un satélite de Buenos Aires".
Sarmiento, durante su presidencia, rehízo su relación con Urquiza, a quien visitó en Entre Ríos poco antes de que fuera asesinado.
Consultado allá por 1883 -es decir, 30 años después de la famosa polémica- por ese episodio, Sarmiento respondió: "El tiempo mostró que si había un odio implacable entre Alberdi y Sarmiento, éste (Sarmiento) debió olvidarlo, no sabiendo dónde estaba su adversario, tan abajo había caído".
Así fue como, por efecto de la histórica confrontación que este capítulo narra, estos dos intelectuales, tal vez los más influyentes en aquellas horas cruciales en que la Argentina desandaba los caminos de la organización institucional para superar la barbarie y erigirse en Nación, no se hablaron ni se vieron nunca más.
CONTRAPUNTO EPISTOLAR
"Por fin ha concluido la guerra por la caída del tirano Rosas, y la política ha dejado de pedir a la prensa una polémica que ya no tiene objeto. Hoy le pide la paz, la Constitución, la verdadera práctica de lo que antes era una esperanza [...] Su pluma tan bien empleada en los últimos años, no sirve hoy día a los intereses nuevos y actuales de la República desembarazada del despotismo de Rosas." De Alberdi a Sarmiento.
"Fue usted primero periodista que abogado? ¿sí o no? Yo sé cómo se ponen remiendos en la edad madura, ante el aguijón de la necesidad [...] No quito a usted nada como abogado. Lo es usted habilísimo, y si tuviera pleitos malos, abominables, yo conozco el manipulador que sabría adobarlo como un lechoncito y pasar gato por liebre a un juez bisoño... [...] He dicho que la República está en guerra; que la guerra arde; que continúa con furor. Esta es la verdad que todos los días nos anuncia por dos diarios que redacta y paga el periodista Alberdi." De Sarmiento a Alberdi.



