Reseña. La primera casa, de Santiago Loza
Encerrados en una tristeza sin tiempo
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Hay vidas que parecieran tener todas sus páginas escritas desde el comienzo. La mayoría de ellas no merecerían a priori ser contadas, y sin embargo la literatura demuestra a cada rato que sí, que su lenguaje y sus acentos son otros, y que en ocasiones una línea recta no es más que la dolorosa resistencia de ese destino predeterminado para con sus infinitas posibilidades de desvío.
En La primera casa, Santiago Loza (Córdoba, 1971) se concentra en una vida miserable y monótona, una existencia tan gris y vacía a la que ni siquiera la temprana muerte de los padres del protagonista le otorga una mínima justificación. Hay más que eso, una suerte de pulsión, o menos: la nada. Gonzalo y su hermana Diana conviven, desde que se convirtieron en huérfanos, con una tía que no los maltrata pero que, tal vez como consecuencia del sacrificio que implicara hacerse cargo de los hijos de su hermano, está incapacitada para entregar afecto o, siquiera, para mostrar un atisbo de interés verdadero. Pero más allá de esa relación cuyo único idioma es el de la sangre o la culpa, Gonzalo y Diana se hallan encerrados en una tristeza sin tiempo, o en todo caso un tiempo muerto en el que cada día es fatalmente idéntico al otro.
Solitarios, rechazados por los otros o simplemente ignorados, los hermanos encuentran al menos un ritual cotidiano que los devuelve al mundo del deseo, a la felicidad aunque más no sea de los otros: las películas que Gonzalo le cuenta a Diana cada vez que la ausencia de la tía se lo permite. Pero así como a Diana esas fantasías al final solo consiguen recordarle que la vida carece de propósito, a Gonzalo en cierta forma le ofrecen un resquicio, la chance de la duda.
Loza, reconocido por su extensa tarea como dramaturgo, elige recostarse en el personaje de Gonzalo, por lo tanto en la posibilidad de que algo se quiebre, y lo hace sin efectismos, desde el desencanto natural que la historia transmite. No obstante, a diferencia de su anterior novela (El hombre que duerme a mi lado), en la que había encontrado una voz poderosa y singular, en La primera casa la narración luce comparativamente apagada, monótona, tal vez demasiado atada a las circunstancias desoladoras de sus protagonistas. La lógica interna del texto es irreprochable, pero el costo que para eso debe pagar resulta demasiado alto.

LA PRIMERA CASA
Santiago Loza, Tusquets
165 páginas, $ 480



