
Es difícil ser austríaco
Por Claudio Magris Para Corriere della Sera y La Nación
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MILAN.- "Es difícil ser austríaco -me escribe una amiga de Viena, estudiosa y traductora de literatura italiana-. Aquí las cosas son aún peores de lo que podrían llegar a parecerles a ustedes." Esta dificultad de ser austríaco está hoy poderosamente acentuada por el ascenso al gobierno del partido de Haider. Tal vez -para no incrementar una resentida solidaridad nacional en torno al impresentable y astuto demagogo populista- la Unión Europea podría limitarse por ahora a recordar perentoriamente a Austria los parámetros político-culturales que le sirven de base y que deben ser necesariamente respetados, y estar lista para intervenir dura y concretamente, con las debidas sanciones, al primer eventual movimiento del nuevo gobierno austríaco que no esté de acuerdo con los principios fundantes de Europa. En efecto, Haider merece con objetividad las peores sospechas y los juicios más ásperos, y ha hecho todo, con su comportamiento de los últimos años, para justificar la sensación de peligro y para hacer aparecer su presencia en el gobierno --o la de su partido- como una nota discordante que arruina la imagen y la esencia de Austria.
Más allá de toda consideración de oportunidad, es bueno que la Unión Europea haya tomado esa decisión: es una señal que puede servir también en el futuro en otras situaciones. Y que también indica con fuerza que los parámetros europeos por respetar no son solamente económicos, sino también grandes elecciones de orientación política y concepciones fundamentales de las relaciones entre los hombres. Además, la severidad de la reacción europea podría constreñir al gobierno austríaco, obligado a buscar confianza, a comportarse en forma más que correcta incluso en las cuestiones sobre las cuales Haider arengó con sus venenosas vulgaridades. Para ahuyentar cualquier sospecha de xenofobia, podría por ejemplo verse forzado a mostrarse abierto frente a los extranjeros, y esto sería ya un buen resultado de la reacción europea.
Es difícil hacer predicciones en este campo: mucho dependerá de la incierta y fluida política interior de Austria, incluso de la actitud del tambaleante Partido Popular, que insensatamente se arrojó en una situación para él de cualquier manera indecorosa y desastrosa, que lo descalificará de todos modos, porque si las cosas le llegaran a salir bien al gobierno, el mérito sería de Haider, indudable aunque negativo protagonista de este momento, y si le llegaran a salir mal, serían los del Partido Popular los que tendrían que pagar las costas.
Entretanto Haider sigue provocando discusiones y también haciendo decir muchas tonterías, tales como por ejemplo la de poner sobre el tapete el comunismo y sus errores. Los gulags estalinistas, al igual que las pirámides erigidas con cabezas por Tamerlán, son en efecto peores que Haider, pero no tienen nada que ver con él ni con los hechos de estas semanas.
La rutilante aparición de Haider en la escena austríaca parece acentuar, de una forma anómala e inusual, una "dificultad de ser austríaco" y una posición peculiar de Austria con respecto a Europa, que existen desde hace tiempo.
Por tradición histórica, Austria ha sido considerada a menudo como una especie de "imperio del medio" entre Europa occidental y oriental; la Mitteleuropa era (no sé si lo sigue siendo, porque no sé si en verdad todavía existe) también esto.
Ser por sustracción
Naturalmente, las cosas eran y son bien diferentes según se entienda por Austria el vasto imperio plurinacional de otro tiempo o la pequeña república nacida de su disolución, pero esta aspiración o vocación de estar en el medio y ser mediadora está presente de todos modos. A través de ella se ha intentado a veces discernir la verdadera identidad austríaca, difícilmente definible de otra manera: el austríaco, decía Musil, es un austro-húngaro menos un húngaro, o sea, el producto de una sustracción, un elemento en cierto modo común a todas las nacionalidades del imperio y distinto de todas.
Joseph Roth, en su polémica contra el nacionalismo alemán, afirmaba que todas las nacionalidades habsbúrgicas podían definirse como austríacas, con excepción de las austro-alemanas. En los años 20 y 30, la "austriacidad" es celebrada o inventada -en especial por los socialcristianos- en contraposición con el germanismo amenazador; al mismo tiempo, Austria fue una cuna fecunda de nacionalistas alemanes y de nazis, y de los peores.
Aquella posición intermedia ideal entre el Este y el Oeste fue acentuada, en la segunda posguerra, por la neutralidad impuesta a Austria por el tratado de paz, pero también ha sido a menudo aceptada -no obstante el carácter totalmente occidental de la sociedad y de la economía del país- como una nueva condición de ese papel mediador. En efecto, en la época de los dos bloques contrapuestos, Austria y Viena constituyeron un lugar, al menos intelectual, de encuentro y diálogo entre el Este y el Oeste.
El derrumbe de los muros debilitó o borró esta identidad y esta función de Austria, que está desorientada y tal vez reacia a convertirse en una de las tantas regiones de una Europa cada vez más extendida y sin divisiones en universos antagónicos. Naturalmente, Haider y las fuerzas que se reconocen en él son lo contrario, en su burdo nacionalismo o particularismo étnico imbuido de racismo, de aquella civilización austro-mitteleuropea abierta al mundo del Este y a sus pueblos.
Haider es la negación de aquella gran Austria, muerta no en 1918 sino en 1938. Él encarna, en forma regresiva y paródica, una modalidad deteriorada de aquella tendencia austríaca a estar políticamente distante de Europa; en ese sentido, es típico que él se encuentre en conflicto con Europa y que la razón del conflicto sea su aversión, muy poco austríaca, a los pueblos del Este. Como todo nacionalista, él es la antítesis del patriota y el enemigo de su propio país, al que hace un gran daño.
Un lema sibilino de los tiempos imperiales era A.E.I.O.U., el cual, según una de las interpretaciones, significaba: Austria erit in orbe ultima ("Austria será la última en el mundo"). O sea que Austria estaba destinada a durar hasta el final de los tiempos. Tal vez Haider, que seguramente no será un gran latinista, piense en cambio que esto quiere decir que Austria tiene que ser la última de la clase.
Traducción de Stefano Fantoni






