
Esclavitud en pleno siglo XXI
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En un reciente artículo aparecido en Crónica, la publicación de las Naciones Unidas , Howard Dodson hace referencia a una penosa realidad todavía vigente en el siglo XXI: la esclavitud. Cuesta admitirlo y más aún cuando se informa que los esclavos de hoy, dispersos por el mundo, sumarían 27 millones, cifra que duplicaría el total de esclavos transportados desde Africa hacia América durante 400 años. Resulta, en verdad, un dato abrumador para vergüenza de la sociedad contemporánea.
La esclavitud se originó en la antigüedad con el fin de asegurar mano de obra para el trabajo agrícola. El esclavo, persona privada de su libertad, fue propiedad de su amo, quien disponía de él a su antojo. A lo largo de todo el mundo antiguo imperó el régimen mediante el cual los pueblos derrotados en las guerras eran sometidos a la esclavitud y obligados a realizar las tareas más duras.
En la Europa medieval la servidumbre fue sustituyendo a la esclavitud y en la Edad Moderna el comercio de esclavos volvió a crecer ante las inmensas posibilidades que ofrecía América, pues se fueron necesitando grandes masas de trabajadores rurales para el desarrollo de la agricultura.
Los movimientos antiesclavistas cobraron fuerza en el siglo XVIII y en 1815 se firmó el Tratado de Viena, que obligaba a los signatarios a abolir la trata de esclavos. Sin embargo, los intereses en juego en el sur de los Estados Unidos resistieron la norma hasta el fin de la Guerra de Secesión (1865). No obstante, el régimen perduró en distintas regiones y hubo que convocar a una Convención en Ginebra (1926) para aprobar la supresión total de la esclavitud, meta no alcanzada como lo prueban hechos históricos del siglo último y lo reafirma la denuncia actual.
Según lo expone Dodson, jefe del Centro Schomburg, dedicado a la investigación de la Cultura Negra de la Biblioteca Pública de Nueva York, el sistema actual de esclavitud se diferencia del que conoció América. Antes se reclutaban las víctimas en Africa, se vendían en el mismo continente y se las transportaba por rutas del Atlántico sin ocultamientos, porque era un comercio legal, ni reconociendo culpas, porque se consideraba que se servían de "una raza inferior". Hoy, son mujeres y niños de cualquier continente, que se venden en lugares no definidos y que no se trasladan por rutas conocidas. El proceso se mantiene oculto porque es ilegal y a sus víctimas se las trata como "clase inferior".
En Buenos Aires, no hace mucho se asistió a pruebas elocuentes de que trabajadores bolivianos eran sometidos a desarrollar su tarea en pequeños talleres textiles, donde se encontraban en virtual situación de reclusión. Hubo que esperar a que se produjese un incendio en uno de esos talleres de costura y a que murieran seis personas -entre ellas, cuatro menores de edad-- para comenzar a actuar.
Es ése apenas uno entre tantos ejemplos de esclavización de la persona en condiciones denigrantes que pueden advertirse en distintos lugares del mundo. El secuestro o el sometimiento a través del engaño de niñas a las que se destina a la prostitución, o el de niños a quienes se obliga a intervenir en guerras o se explota laboralmente, son algunos de los casos más conocidos y ante los cuales aún no parece haberse hallado una estrategia adecuada para frenarlos.
La existencia de estas situaciones tan lamentables habla también de una fuerte dosis de hipocresía en sociedades que parecen permanecer indiferentes ante estos hechos aberrantes.
Como propone el autor del artículo comentado al comienzo de este editorial, es hora de "crear un movimiento abolicionista global".



