
Existen muchos Schopenhauer entre nosotros

Al parecer Arthur Schopenhauer (1788-1860) fue un cascarrabias, un misántropo irritado con el padre, con profesores de filosofía y con amigos que, pasado un tiempo, tomaron distancia de él. Se declaraba admirador de Homero y Shakespeare, de Kant y Spinoza e incluso (en esto fue verdaderamente original) de Baltasar Gracián, a quien no sólo citaba en español sino también adaptaba en sus aforismos sobre el lado oscuro del mundo. Tal vez sus pensamientos sobre las mujeres, totalmente misóginos, se explican por la poca fortuna que tuvo en el amor. "Las mujeres son criaturas de ideas cortas y cabellos largos", escribió, despechado.
Se propuso competir con Hegel y fracasó. Escribía fragmentos que luego, como si la edición de una obra filosófica no dejara de ser un acto de montaje, combinaba de diversos modos hasta que le daban una apariencia aceptable. Convertido en el filósofo de la voluntad para resistir el sufrimiento que, tarde o temprano, el mundo entrega, escribió una obra admirada por artistas y escritores, aunque quizás no tanto por colegas. Siempre estaría insatisfecho y en parte ese pesimismo sería su legado para los tiempos modernos, de los que se diferenciaría sobre todo por una prédica constante de la compasión y de la vida modesta. Se dice que era el pensador favorito de Jorge Luis Borges.
Seguramente, existen muchos Schopenhauer entre nosotros, pero apenas se los puede descubrir entre las rutinarias revelaciones sobre la vida de los millonarios que consumimos a diario. Millonarios políticos, actores millonarios, niños millonarios y millonarios mafiosos de los que sabemos más de los que nos gustaría.
Me contaron que algunos terapeutas recomiendan la lectura de Schopenhauer para afrontar momentos difíciles; me pregunto si además advertirán sobre los efectos colaterales de su filosofía. “Muchos se animan a ir hasta el fondo –aquí parafraseo a un amigo estudiante de la carrera de Filosofía cuando éramos estudiantes- para descubrir que no hay fondo.” Él me regaló el primer libro de Schopenhauer que leí. Formaba parte de una colección con tapas azules y letras doradas en la tapa: la filosofía brillaría en las páginas.
Hace poco, la editorial Galerna publicó un nuevo título de la colección que dirige un poeta-filósofo y que está dedicada a filósofos destacados como Epicuro, Nietzsche y Derrida. Un ensayo sobre vida y obra precede una selección de textos de cada autor. Ahora le había tocado el turno a Schopenhauer. ¿Qué filósofos hacen falta para pensar el presente e imaginar un futuro diferente?
“En su ensayo sobre Demócrito y Heráclito, Michel de Montaigne recupera dos arquetipos –el que responde ese interrogante es el autor de Schopenhauer, José González Ríos-. De un lado, el filósofo que se ríe frente al absurdo de las cosas (Demócrito); de otro, el que llora ante su espectáculo (Heráclito). La singularidad del temperamento filosófico de Schopenhauer es que, al mismo tiempo, se ríe y sufre. En esto, su filosofía es como un grotesco que respira en la conjunción de órdenes y registros diversos. Consideró que el absurdo de lo viviente no es más que expresión de una fuerza bruta que rige sin propósito el curso de las cosas. Es más, cifró su filosofía en un único pensamiento: el mundo es el espejo de aquella fuerza absurda e irracional, que se expresa en todo lo viviente.”
El autor sugiere que la revuelta de ese pensamiento, casi inadvertida en su momento (indiferencia que fastidió sobremanera a Schopenhauer), auspició la filosofía de la sospecha, el fin de la metafísica, el predominio de lo irracional, la filosofía del cuerpo propio y la defensa de los animales. “Schopenhauer fue, en este sentido, un revoltoso póstumo”, dice Ríos. Como si fuera la primera vez, leo entonces de nuevo a Schopenhauer porque, actualmente, ¿quién necesita más conformismo?





