Exportar alimentos, ¿maldición u oportunidad para el desarrollo inclusivo?
Demonizar los alimentos carece de sentido por varios motivos. El primero y más importante, es el rol estratégico que la industria de alimentos ocupa para el funcionamiento de la economía argentina siendo -además- el sector industrial que más divisas genera.
En efecto, sus exportaciones representan U$D 25 mil millones promedio anuales, es decir, alrededor del 40% de las exportaciones totales de bienes del país y se destinan a más de 180 mercados, entre los que se encuentran: China, India, Brasil, Vietnam, EE.UU. España y Chile, entre otros.
No obstante, su importancia en la economía local no radica solamente en el relevante consumo doméstico de su producción o en el volumen de sus exportaciones, sino también por el gran superávit comercial que genera (más de U$D 23 mil millones promedio anuales), producto de que -como contrapartida- importa solamente el 6% de sus ventas promedio. Este es un dato difícil de ignorar ya que, tal ingreso de divisas genuino, robustece las reservas internacionales del país y contribuye a generar mayor estabilidad macroeconómica.
Asimismo, es importante resaltar el rol dentro de la sociedad, generando alrededor de 375 mil empleos registrados de manera directa y más de 1.5 millones de forma indirecta; y con un entramado productivo constituido en su mayoría por un 97% de empresas pymes.
Otro punto que también es difícil omitir es el contexto en el que nos encontramos. El 2020 cerró una década con caída de su producción per cápita y sin volver a registrar dos años consecutivos con variaciones positivas en su PBI, desde el 2011. Especialistas coinciden en que, para alcanzar una trayectoria de crecimiento económico, es necesario consolidar el desempeño exportador, recordando que la industria de alimentos y bebidas alcanzó su récord de exportaciones (más de U$D 29 mil millones) en 2011 y que, lamentablemente, se encuentra un 16% por debajo de ese número.
- Todo esto indica que, pese a su gran dimensión y potencial, en los últimos años se advierte una una situación de estancamiento que se ve reflejada en la base empresaria exportadora que se compone de unas 1600 empresas por sobre un total de 14500, producto de problemas estructurales tales como: Inestabilidad macroeconómica y falta de una política comercial con un sesgo proexportador.
- Inexistencia de una agenda federal productiva para un sector industrial que es, por esencia, federal en la integración de sus cadenas de valor agroindustrial.
- Excesiva carga tributaria: 39% del precio final de los alimentos y 47% de las bebidas por la acumulación de impuestos nacionales y provinciales y "supuestas tasas " municipales.
- Costos logísticos que alcanzan entre un 15 y un 30% de la facturación.
- Falta de financiamiento especialmente para el desarrollo de las pymes del sector.
- Altos índices de informalidad en lo impositivo y laboral que generan un contexto de competencia desleal e inequidad en el tratamiento fiscal, al mismo tiempo que no generan un entorno favorable para la productividad y el empleo registrado y socialmente protegido.
- Problemas operativos para exportar y reglas de juego no estables y que no dan previsibilidad a la inversión privada.
- Congelamiento de precios con grave atraso respecto a los costos crecientes en el mercado local.
En un panorama de volatilidad e incertidumbre fuertemente agravado por la pandemia, la superación de los problemas estructurales mencionados se torna de vital importancia para dinamizar a un sector generador de divisas y permitirle desplegar todo su potencial.
Emprender este programa no solo demanda un gran esfuerzo y compromiso del sector privado, que es verdadero motor de la economía de la Argentina, sino que también requiere de una agenda de política pública que identifique a la industria de alimentos como actividad principal y estratégica para la recuperación de los niveles de actividad y exportaciones que supo alcanzar años atrás y-a partir de allí- crecer, abastecer el mercado interno y externo, creando más empresas y más empleo.
Ese es el camino a seguir: no es "opción maldita" ni una utopía trasnochada, sino el real desafío sectorial para un modelo de desarrollo inclusivo, construyendo un futuro alimentario sustentable.
Presidente de COPAL