Francia nos ofrece una lección
La invasión de España por las tropas imperiales francesas permitió la emancipación de la Argentina y la independencia consagrada en 1816. Como hace 200 años, Francia puede ayudarnos a encontrar el camino. Esta vez no será gracias a las armas, sino a las ideas. Así, la visita del presidente François Hollande al país, que concluyó ayer, se ha dado en el momento histórico justo.
Dicen que la Argentina es cíclica, y es cierto. Sin embargo, se equivocan quienes afirman que los ciclos son de 10 o 12 años y, sobre todo, quienes aseguran -con cierta miopía histórica- que el corazón del problema es económico. Invirtiendo la célebre frase de Bill Clinton, el mensaje tiene que ser tajante: "¡No es la economía, estúpido!". La espina dorsal del horizonte argentino es -y ha sido siempre- institucional. A su vez, sus grandes evoluciones se dan, mecánicamente, cada 100 años.
En 1816, emergió la Nación argentina con la mentada independencia. En 1916, emergió la democracia argentina con el voto secreto. En 2016, si la providencia y la determinación de la ciudadanía acompañan el liderazgo del nuevo presidente, emergerá la (verdadera) República Argentina con el renacimiento institucional y cultural.
La cruzada por las instituciones es, sin duda, la única que cristalizará y reflejará de manera permanente la conquista de las almas y las mentes argentinas. Y es aquí donde el legado francés puede ayudarnos. Es aquí donde la visita de Hollande se vuelve oportuna para recordarnos que un país, por más problemas coyunturales que pueda tener, vale lo que valgan sus instituciones.
Napoleón I decía que un auténtico líder es un vendedor de esperanza. El presidente Macri nos la ha vendido. Nos ha convencido de que somos capaces de encarnar un destino mejor. Ahora bien, el riesgo de este éxito político es el de la más peligrosa inflación: la inflación del optimismo. En definitiva, la devaluación de la confianza en nosotros mismos tendría consecuencias irreversibles para el curso de nuestra historia.
Pero la tarea de transformar la esperanza en instituciones sólidas y duraderas no recae sólo en el Presidente y en su gobierno. Debemos, como ciudadanos comprometidos con la trascendencia de nuestra nación, volver políticamente rentable la inversión de capital político a largo plazo.
Se trata de una lección que podemos aprender del pueblo francés, que en cinco ocasiones a lo largo de su historia ha tenido la madurez de refundar por completo su república. Hoy es el momento histórico de hacerlo en la Argentina, y contamos con un gobierno proactivo y decidido que puede llevarlo a cabo (los valiosos proyectos emprendidos por el ministro de Modernización, Andrés Ibarra, así lo demuestran).
Con la mirada puesta en el futuro, el renacimiento institucional y cultural de la Argentina dependerá de una auténtica refundación de la República. Esta refundación podría concretarse y proyectarse en el diseño de nuevas grandes instituciones inspiradas en el sistema francés, que simbolizaran el resurgimiento de la matriz republicana y, a su vez, comenzaran a enfrentar los mayores problemas estructurales de nuestro país (la falta de idoneidad de muchos altos funcionarios; la aparente imposibilidad de delinear y respetar políticas estratégicas a largo plazo; la ausencia de instituciones sólidas frente a embestidas del poder de turno).
En primer lugar, se debería crear una escuela nacional de administración pública a la que sólo pudieran acceder (mediante un concurso anual, público y anónimo que garantizara la total igualdad de posibilidades) los jóvenes más destacados de cada generación en términos intelectuales y técnicos, y aquellos con más vocación de servicio público. Tras un período de rigurosa formación en los intereses estratégicos del país, éstos accederían directamente a cargos en la alta función pública, dando al Estado argentino un impulso de idoneidad y meritocracia.
Paralelamente, debería fundarse un Consejo de Estado compuesto por los principales referentes técnicos y apolíticos de cada disciplina, que deberían ser consultados cuando se debatieran proyectos de ley del área correspondiente. Estando al margen de la política, este órgano funcionaría como guardián de los intereses de largo plazo de la Nación, pudiendo alertar imparcialmente a la ciudadanía en caso de que el poder de turno estuviese echando por la borda años de trabajo en una dirección determinada (y Dios sabe que esto sucede con frecuencia en nuestro país).
Con un ojo en el largo plazo, a la manera de Charles de Gaulle en la Francia de hace medio siglo, Macri podría ubicarse por encima de los partidos y de la temporalidad, trazando así un camino sólido para la prosperidad futura. Ahora bien, no podrá hacerlo a menos que entendamos todos que es ésta la gran prioridad.
La visita al país del jefe del Estado francés favorecerá contratos comerciales e intercambios culturales. Ahora bien, puede servir también para algo más importante: el recordatorio de que debemos cumplir con el ciclo centenario y hacer de 2016 el año de la histórica refundación de nuestra república.
Máster en Administración Pública del Instituto de Estudios Políticos de París